Nebula

El Prisionero

Laureano Jara despertó en un entorno extraño y opresivo, rodeado por paredes de metal frío y luces incandescentes. Intentó moverse, pero descubrió que estaba atado a una silla en lo que parecía ser una sala de interrogatorios futurista. Sus recuerdos eran confusos; el último instante claro en su mente era el de ser paralizado por enormes drones.

La puerta de la sala se abrió y entró un grupo de soldados uniformados, seguidos por un hombre de porte imponente. Era el General Seo Jin-woo, cuyo rostro mostraba una mezcla de interés y desdén.

"¿Quién es este hombre?" preguntó Seo, con los ojos fijos en Jara.

Jara frunció el ceño, sin entender una palabra de coreano. "No entiendo," murmuró, su voz rasposa.

Seo lo miró con desdén. "Entonces hablas inglés," dijo en un inglés impecable. "¿Quién eres y qué haces en nuestro planeta?"

"Soy Laureano Jara, astronauta argentino. Mi nave fue golpeada por una basura espacial y me desvié de mi curso. No sé cómo llegué aquí," respondió Jara, intentando mantener la calma.

Seo frunció el ceño. "No intentes engañarme. ¿Para quién trabajas? ¿Qué sabes sobre nuestra tecnología?"

"Te lo juro, no trabajo para nadie," respondió Jara. "Solo quiero volver a casa."

El General Seo soltó una risa fría. "Parece que necesitas un poco más de... persuasión."

Jara fue llevado a una celda oscura y estrecha, donde los soldados lo encadenaron a la pared. Durante días, fue sometido a interrogatorios brutales. Los soldados de Seo utilizaron métodos tanto físicos como psicológicos para intentar quebrar su voluntad.

"¡Habla!" gritó uno de los soldados, golpeándolo en el rostro. "¿Para quién trabajas? ¿Qué sabes sobre nuestra tecnología?"

"No lo sé," respondió Jara, su voz temblorosa. "Solo soy un astronauta. No sé nada más."

Las sesiones de tortura continuaron, dejando a Jara con moretones, cortes y un dolor constante en todo el cuerpo. Cada vez que perdía la conciencia, lo despertaban con agua helada o descargas eléctricas.

El General Seo observaba todo desde una ventana de observación, su rostro sin mostrar ninguna emoción. "Eres resistente, Jara," dijo finalmente. "Pero nadie puede resistir para siempre."

Un día, después de una sesión particularmente brutal, Jara fue arrastrado de regreso a su celda. Sus fuerzas se estaban agotando, y comenzaba a perder la esperanza. Sentado en el suelo frío, con los ojos cerrados, escuchó un susurro.

"Jara, resiste. No estás solo."

La tortura no logró extraer ninguna información útil de Jara. Frustrado y convencido de que Jara era un espía, el General Seo decidió que había llegado el momento de deshacerse de él. Emitió una orden de ejecución para el amanecer, planeando hacer de la muerte de Jara un ejemplo para cualquier otro que pudiera desafiar su autoridad.

La noticia de la ejecución se extendió rápidamente por la base, llegando a oídos de la Sargento Choi Jin-eun. Aunque oficialmente seguía siendo parte del régimen de Seo, Choi había estado trabajando en secreto con la resistencia, esperando el momento adecuado para actuar contra el tirano.

"No podemos permitir que lo maten," dijo Choi a su grupo de rebeldes. "Necesitamos a Jara vivo. Él es la clave para desmantelar el régimen de Seo."

Con un plan en marcha, Choi se preparó para intervenir.

El sol aún no había salido cuando los soldados de Seo arrastraron a Jara al exterior, donde una plataforma de ejecución estaba lista. La plaza estaba llena de soldados y oficiales, todos esperando la señal del General.

Seo Jin-woo se adelantó, mirando a Jara con frialdad. "Laureano Jara, por tus crímenes contra el estado de CN19/45, estás condenado a muerte."

Jara, apenas consciente, miró a su alrededor. No había forma de escapar. Pero justo cuando los soldados levantaban sus armas, una serie de explosiones resonaron en la distancia, y la plaza se llenó de humo.

"¡Es la resistencia!" gritó uno de los guardias, mientras figuras enmascaradas emergían del caos.

Choi, liderando el grupo de rebeldes, se abrió paso hacia la plataforma, disparando con precisión y derribando a los guardias. Llegó hasta Jara y lo desató rápidamente.

"¡Vamos, Jara! Tenemos que irnos ahora," gritó Choi, tirando de él.

Jara, debilitado pero determinado, siguió a Choi mientras ella lo guiaba a través del humo y el caos. Las explosiones continuaban, y los rebeldes luchaban ferozmente contra los soldados de Seo.

"¡No los dejen escapar!" rugió Seo, pero era demasiado tarde. Choi y Jara ya estaban lejos, corriendo hacia un túnel subterráneo que los llevaría a la seguridad de la base de la resistencia.

En la seguridad del escondite subterráneo, Jara fue recibido con calidez por los miembros de la resistencia. Kang, uno de los líderes, ayudó a Choi a tratar las heridas de Jara, aplicando ungüentos y vendajes.

"Gracias por salvarme," dijo Jara a Choi, su voz débil pero sincera. "No sé cómo puedo pagártelo."

"No tienes que pagarme nada," respondió Choi, con una sonrisa triste. "Somos aliados en esta lucha. Necesitamos tu ayuda tanto como tú necesitas la nuestra."

Durante los siguientes días, Jara se recuperó lentamente, sus heridas físicas comenzando a sanar. Sin embargo, el trauma psicológico de la tortura y la constante amenaza de muerte lo seguían atormentando.

Una noche, mientras descansaba en una cueva cercana a la base, Choi se sentó junto a él. "¿Cómo estás?" preguntó suavemente.

"He estado mejor," admitió Jara, mirando al cielo estrellado. "Pero no puedo dejar de pensar en todo lo que ha pasado. En lo cerca que estuve de morir."

"Todos hemos perdido mucho en esta guerra," dijo Choi, su voz cargada de tristeza. "Familia, amigos... Pero no podemos rendirnos. Tenemos que seguir luchando."

Jara asintió, sintiendo una conexión profunda con Choi. "¿Cómo llegaste a liderar la resistencia?"

"Mi novio, Park Hyun-sik, era un soldado de Corea del Norte," comenzó Choi, su voz temblorosa. "Trabajábamos juntos, pero cuando Seo decidió mantener el descubrimiento en secreto, Hyun-sik intentó oponerse. Lo mataron por eso."




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