El cielo nocturno se iluminó con destellos de fuego y luces parpadeantes mientras Kara corría a toda velocidad por los estrechos pasillos de la estación Nebulae. La alarma resonaba en sus oídos, un zumbido estridente que parecía atravesar cada fibra de su ser. No había tiempo para pensar, solo para actuar.
Con cada paso, sus botas golpeaban el metal frío del suelo mientras esquivaba obstáculos y otros corredores. El eco de las explosiones retumbaba a lo lejos, haciendo vibrar las paredes de la estación. Su respiración era rápida pero controlada; había entrenado para esto, aunque nada podía prepararla para lo que estaba sucediendo.
—¡Kara, a la cubierta de mando! —gritó una voz desesperada por el comunicador—. ¡Necesitamos tu habilidad para contener la brecha!
Sin dudar, Kara aceleró, sus ojos buscando en la penumbra las señales de peligro. La estación, un colosal conjunto de tecnología y vida, estaba siendo atacada por una fuerza desconocida. Había algo más allá del caos; algo que la inquietaba profundamente.
Mientras avanzaba, recordó las advertencias del día anterior: rumores de sabotaje, conspiraciones ocultas entre los altos mandos, y la creciente tensión en la alianza interplanetaria. Pero ahora esas dudas se desvanecían frente a la realidad ardiente que la rodeaba.
Al llegar a la cubierta de mando, vio a Ryel, su compañero y piloto, trabajando frenéticamente en los controles. Sus ojos se encontraron, y sin palabras comprendieron la gravedad de la situación.
—¿Lista para lo que viene? —preguntó él, con una mezcla de determinación y preocupación.
Kara asintió, sintiendo que el destino de la estación y quizás de todo lo que conocían, dependía de cada movimiento que hicieran a partir de ese momento.
---