Hola! esta historia se relaciona vagamente con la anterior, pero sucede en tiempos distintos :D espero les guste y comenten. No hay que leer en orden. Son historias independientes.
Capítulo 1
La granada arrojó concreto por todos los aires. El estruendo inundó los oídos de Alaric con un zumbido aterrador y le hizo perder el equilibrio. Cayó desorientado y cubrió su cráneo con las manos como primer instinto de supervivencia. Sobre el cielo, un enjambre de demonios derramaba caos sobre la colmena Safiris. La invasión de la había borrado por completo el rastro de humanidad que quedaba allí, arruinándolo y transmutándolo en algo corrupto y repugnante.
Corrió en línea recta hacia el fuego aliado que provenía de los esqueletos de los rascacielos. Eran los últimos bastiones que le quedaban al ejército antes de entregar Safiris a las manos de los demonios, y los defendían con fuego y sangre. Los disparos levantaban géiseres de cemento cuando impactaban, y a veces, pulverizaban la sangre de los civiles que corrían buscando refugio entre sus líneas.
Alaric estaba entre la muchedumbre. El éxodo había comenzado en el centro, cuando una de las naves de evacuación fue atacada antes de alzarse, y miles habían quedado desamparados.
En algún punto de esa temible confusión, María se había perdido y ahora Alaric temía no volver a verla. Se negaba a creer en la muerte de su prometida, pero la poca cordura que le quedaba se iba con el resuello de correr hacia la salvación. Su instinto humano para preservar la vida se sobreponía a todo lo demás, y confiaba en que su novia haría lo mismo.
Alaric tropezó sobre un cadáver. El guerrero no tenía cabeza, y su tórax era una masa de tejido sanguinolento. Despedía un hedor pútrido que apenas sintió.
Se prometió que no moriría hasta encontrar a María. Necesitaba decirle lo mucho que la amaba y cuánto esperaba sobrevivir para casarse con ella. Entre sus pensamientos fatídicos, Alaric no se dio cuenta de que la tierra había comenzado a temblar. Los vapores tóxicos que flotaban por encima de la ciudad se habían vuelto más densos a medida que la atmósfera cambiaba para hacer que los ceph respirasen con facilidad y adquirieran una fuerza feroz y capacidades reproductivas. Dentro de poco, toda la colmena se transformaría en un gigantesco nido y los pocos humanos restantes serían el alimento.
La corrupción del planeta estaba en su fase final. Pronto, el imperio lo daría por perdido, pues la campaña para salvarlo costaría demasiadas vidas y no valía la pena perder recursos valiosos que podrían servir para proteger otros mundos. Creiro no era más que un planeta de refugiados. El mundo ya había sido explotado al máximo y todos sus bienes ya habían sido enviados para mantener otros teatros de guerra por toda la galaxia.
Dos mil millones de vidas a punto de ser consumidas por la oscuridad.
El terremoto se hizo más poderoso, como si Creiro se retorciera cual bestia a punto de morir. Géiseres de vapor surgieron del piso, acompañados de sustancias venenosas para los humanos que las respiraron. Un anciano se asfixiaba con el gas verdoso, y una niña reventó cuando sus células no pudieron mantener su integridad física y convirtieron sus tejidos internos en gases putrefactos.
—¡Dios! —gritó el muchacho, cubriéndose la nariz con un pañuelo.
Correr era inútil. Tenía que salir de la calle cuanto antes.
El cielo disparó violentas descargas de estática contra los edificios de acero. Las ventanas estallaron igual que lágrimas afiladas contra la tierra, matando a muchos más todavía. Familias enteras convertidas en tajos de carne y gritos repletos de dolor y miedo. Algunos más se habían arrodillado para esperar la muerte e implorar a Dios la salvación de sus almas.
Si esperaban recibir una respuesta milagrosa, quedaron decepcionados. Alaric sabía que Dios los había dejado de lado. Puede que incluso nunca hubiera existido.
El sismo partía la ciudad en dos. Grandes rascacielos se hundieron en medio de chillidos metálicos y estruendos que sepultaban otras construcciones más cercanas. Tupidas nubes de polvo y escombros cubrieron las avenidas y los callejones. Ramificaciones eléctricas nacidas desde el mórbido cielo se dejaron sentir sobre los árboles de los viveros y los incendiaron, esparciendo las llamas hacia los depósitos de combustible y las autovías repletas de coches abandonados.
Una casa antigua había sido derrumbada hacía poco, pero quedaba una ventana abierta. Alaric se lanzó hacia el interior y rodó para ponerse a salvo. Flotaba una neblina fría y con olor a combustible. Palpó las paredes hasta encontrar una puerta y la abrió. Llevaba al sótano. Entró y cerró con llave y