Nefilim

2

Comemten! capítulo 2

 

Capítulo 2

 

Kendra Kein golpeó cuidadosamente con su martillo la superficie del cristal de naxon y dejó que los fragmentos cayeran dentro de una botella de contención. Era poco más que una ristra de polvo brillante que recordaba al manto de estrellas que engalanaban las noches de Tercis Ultra, pero cada gramo era sumamente valioso y Kendra no estaba dispuesta a irse sin llevar un poco consigo para analizar.

—Nunca había visto formaciones de naxon crecer en un ambiente tan frío. Esto apunta a que podrían haber depósitos en distintas zonas de este gran pedazo de roca.

La nefilim la miró sin expresión. Se acercó y apuntó con la linterna de su rifle la botella que Kendra sostenía frente a su rostro.

—En Seren vimos una montaña entera de esta cosa. Qué lástima que no supimos de su importancia para fabricar aleaciones de armaduras sagradas.

Kendra puso los ojos en blanco. Resultaba frustrante que la mayor veta de mineral del sistema hubiese sido bombardeada por el imperio. El nido de ceph que se ocultaba dentro de aquella montaña no rebasaba los tres mil miembros, pero aun así, el mando había decidido irse por la salida fácil.

—Esta sustancia, si se refina hasta convertirse en suero, también  puede salvar la vida de muchos ángeles que han caído antes de convertirse en guerreros como tú.  ¿No te importa un poco la vida de tus hermanos, Siren?

—Los que fallan no son nuestros hermanos —le aseguró la nefilim—, pero sí. Supongo que es triste que sufran sin la oportunidad de servir a la Gran Causa.

—La Gran Causa —replicó Kendra con ironía. Empacó la botella y siguió escalando hacia la salida de la cueva—. No es más que un montón de tonterías egoístas. ¿Sabías que antes los humanos soñamos con encontrar vida inteligente más allá de la legendaria Tierra? ¿Qué fue lo que hicimos nada más salir del Sistema Solar? Exterminar la vida de otros mundos.

—Doctora, su derecho y deber como especie es gobernar la galaxia. Así lo dictó la primera reina de la humanidad.

—Y ahora ella es un montón de carne y huesos en una tumba orbitando una estrella. Sé la historia.

Ascendió clavando sus guanteletes y las botas en las pocas salientes donde podía impulsarse hacia arriba. Tras ella, Siren subía sin dificultad alguna. Su armadura tintineaba y su cabello blanco, perfectamente atado en una cola de caballo, caía igual que un torrente de nieve por encima de su hombro derecho.

—¿Necesita ayuda?

—Estoy perfectamente. Gracias. ¿Puedes adelantarte y ver si nuestro transporte ya está allí?

La nefilim desplegó sus alas y se impulsó hacia arriba. Le tomó dos grandes saltos llegar hasta la salida de la cueva. Kendra continuó ascendiendo. Le gustaba el ejercicio, pero la gravedad del planeta era más fuerte a la que estaba acostumbrada y sus músculos le ardían por el cansancio. Se detuvo unos momentos a descansar y para mirar a su alrededor el inmenso sitio en el que se encontraba.

La pared superior de la caverna se elevaba casi doscientos metros por encima de su cabeza, y gigantescas estalactitas, algunas de ellas de más de diez metros de largo, nacían igual que colmillos deformes por toda la superficie del techo. Haría falta una explosión no muy fuerte como para que todas cayeran sobre ella.

—El trasbordador ya está aquí, doctora.

—Iré enseguida.

Clavó el guantelete en una roca que sobresalía y se impulsó hacia adelante. Su pie tembló, y ese ligero movimiento hizo que perdiera el equilibrio.

Kendra gritó. Siren se lanzó como una flecha y tomó a la doctora en sus brazos antes de que golpeara su espalda contra una roca afilada.

—Le dije que necesitaba mi ayuda para subir.

—Ya… ya veo lo genial que es tener alas —gimió con terror y se aferró al cuello de la nefilim.

 

El voluminoso cuerpo de Siren apenas cabía dentro del transbordador. Se aseguró al arnés de su asiento y comenzó con sus meditaciones para aliviar su mente y agradecer la oportunidad de servir a los humanos. Especialmente a la doctora Kendra Kein. Apreciaba a la mujer lo suficiente como para guardarle la debida deferencia y la consideraba su amiga.

La joven tomó el control del transbordador y llevó la nave lejos de la gran boca de la caverna. Ante ella, la espesa selva de Tercis se extendía hacia todas direcciones. Era un mundo sin colonizar, un mundo que apenas había sido descubierto por el imperio y ella formaba parte de un reducido número de científicos enviados para estudiarlo.




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