El amanecer llega lentamente, pintando el cielo con tonos suaves de rosa y naranja que poco a poco van conquistando la oscuridad de la noche. La luz fría del nuevo día se cuela por las grietas del viejo almacén, despertando a todos con un suave susurro.
Abro los ojos y siento el peso del cansancio acumulado en mis músculos entumecidos. Con movimientos lentos, estiro los brazos y las piernas, buscando aliviar la rigidez que me ha dejado la noche.
Recojo mi mochila, asegurándome de que todo esté en su lugar: la navaja, el mapa arrugado, algunas latas de comida y la botella de agua casi vacía. Cada objeto es una pequeña esperanza que cargo conmigo.
Pero hoy no estoy solo. A mi alrededor, los Morales también se preparan para enfrentar otro día en este mundo que ha dejado de ser el nuestro. La presencia de esta familia me da una extraña sensación de fortaleza.
Roberto se estira con un suspiro profundo, mientras Carmen enciende un pequeño fuego para calentar un poco de agua. El aroma a café improvisado se mezcla con el aire frío de la mañana.
Juan y Sofía ayudan a los más pequeños, Lucía, Pedro y Ana, a vestirse y prepararse para lo que será un día más de incertidumbre y lucha.
Mientras desayuno, el silencio se llena de pequeños sonidos cotidianos: el crujir de las hojas secas, el murmullo de voces bajas, el roce de mochilas y la respiración controlada.
Después de comer, nos miramos con un entendimiento tácito. No podemos quedarnos en un lugar por mucho tiempo. La seguridad es temporal, y cada minuto que pasamos detenidos nos expone más al peligro.
Con cuidado, recogemos nuestras cosas. Cada mochila vuelve a estar lista para soportar el peso de nuestras esperanzas y miedos.
Salimos del almacén, dejando atrás la protección momentánea que nos había dado ese espacio. Las calles aún están silenciosas, pero el aire lleva la tensión de lo desconocido.
Durante horas caminamos en busca de provisiones, siempre atentos a los sonidos y movimientos que podrían indicar una amenaza.
Mientras avanzamos, mi mirada se detiene en una pared desgastada y corroída por el tiempo. Allí, pintado con letras grandes y un trazo impreciso, se lee un mensaje que sobresalta el corazón: "La cabra los está observando".
El grafiti se ve antiguo, pero todavía legible, y su significado me resulta un misterio inquietante.
Vuelvo mi vista hacia los Morales, esperando alguna explicación, pero encuentro en sus rostros una mezcla de miedo y preocupación.
"¿Quiénes son los del mensaje?" pregunto en voz baja, tratando de no alarmar a nadie, pero el tono de mi voz parece haber activado algo dentro de ellos.
Se miran entre sí, nerviosos, evitando mi mirada. Los ojos de Roberto se oscurecen y su voz tiembla cuando finalmente responde.
"No hables de ellos, Elián" me advierte. "No queremos que nadie termine muerto por decir lo que no debe."
Carmen asiente, apretando los labios con fuerza, mientras Sofía baja la cabeza, claramente afectada por el recuerdo que ese nombre trae.
El aire se vuelve pesado, cargado de una tensión que no había sentido antes en nuestra corta travesía juntos.
Aunque no sé mucho sobre ese mensaje, sé que encierra un peligro real, un secreto oscuro que ha sembrado miedo en esta familia que ahora confía en mí.
Intento contener la curiosidad y la inquietud que me recorren, consciente de que en este mundo, a veces el silencio es la única forma de sobrevivir.
El resto del día continúa con esa sombra sobre nosotros, cada paso más cauteloso, cada mirada más vigilante, como si el mensaje fuera una advertencia que se arrastra junto a nosotros.
Y aunque el miedo intenta apoderarse de mi mente, también me recuerda que la supervivencia no es solo evitar a las criaturas, sino también entender los secretos que guarda este mundo roto.
Insisto varias veces, intentando romper el muro de silencio que parece haberse levantado alrededor de ese nombre. Cada vez que menciono a los vigilantes de la cabra, siento cómo el ambiente se tensa, cómo las miradas se desvían, y cómo un frío incómodo se instala en el aire. Pero nadie quiere hablar, ni una palabra más allá de la advertencia de Roberto.
La negativa no solo me confunde, sino que también me inquieta profundamente. ¿Qué clase de amenaza puede ser tan aterradora que una familia entera prefiera el silencio absoluto antes que compartir cualquier detalle? Me pregunto si los que escribieron eso son solo una leyenda urbana, un fantasma creado para asustar a los incautos, o si realmente esconden algo mucho más oscuro y real.
Los Morales me miran con ojos que reflejan miedo, pero también una determinación inquebrantable para no dejar que ese miedo los domine. Carmen, que siempre ha mostrado una fortaleza admirable, me pide con voz baja que no siga indagando, que no provoque lo que podría ser una tormenta.
En mis momentos de soledad, mientras avanzamos por calles desiertas y edificios en ruinas, el nombre de esos vigilantes ronda mi mente una y otra vez ¿como se llamaran?. Intento imaginar quiénes podrían ser, qué motivos los impulsan, y por qué su sola mención genera tanto temor.
Cada vez que vuelvo a ese mensaje pintado en la pared, "La cabra los está observando", siento que no solo es una amenaza externa, sino también un recordatorio constante de que este nuevo mundo está lleno de peligros invisibles, además de los que caminan con hambre y furia por las calles.
A pesar de la inquietud que me produce, no dejo que el miedo me paralice. Sigo caminando junto a los Morales, buscando comida, agua y un refugio seguro. La lucha por la supervivencia sigue siendo dura y cruel, pero la esperanza que se ha ido construyendo entre nosotros es un pequeño faro en medio de tanta oscuridad.
En una ocasión, mientras recolectábamos provisiones cerca de un parque, Sofía me susurró al oído: "Ellos no son solo vigilantes, Elián. Son mucho más peligrosos de lo que cualquiera aquí puede imaginar." Su voz temblaba y sus ojos estaban llenos de sombras que hablaban de secretos y amenazas que no quería ni mencionar en voz alta.