NÉmesis

II. NÉMESIS

La primera vez que él la hizo callar había tenido lugar dieciséis años antes, el 2220, aquel año emocionante en el que se abrieron para ellos las posibilidades de la Galaxia.
Por entonces, el pelo de Janus Pitt tenía un color castaño oscuro y él no era todavía comisario del Rotor, aunque todo el mundo lo veía ya como el hombre del futuro. En esa época, Pitt dirigía el Departamento de Exploración y Comercio. Por otra parte, la Sonda Lejana estaba bajo su responsabilidad y era, en gran medida, el resultado de sus acciones.
Significaba la primera tentativa para proyectar materia a través del espacio mediante un propulsor con hiperasistencia.
Que se supiera, solo el Rotor había desarrollado le hiperasistencia, y Pitt había sido el defensor más acérrimo del secreto.
Él mismo había dicho en una asamblea del Consejo:
—El Sistema Solar está abarrotado. Cada vez son más los Establecimientos espaciales para los que no resulta fácil encontrar un lugar. Incluso el cinturón de asteroides es solo una mejora pasajera. Muy pronto se hallará atestado hasta la incomodidad. Y, lo que es más, cada Establecimiento tiene su equilibrio ecológico propio, y a este respecto estamos divergiendo bastante. Se estrangula el comercio por temor de captar los vestigios de parásitos o elementos patógenos de algún otro. La única solución, compañeros concejales, es abandonar el Sistema Solar… sin fanfarria, sin anuncios. Marchémonos y busquemos un nuevo hogar donde podamos constituir un mundo nuevo con nuestra propia Humanidad, nuestra propia sociedad, nuestro propio modo de vida. No es posible hacerlo sin la hiperasistencia… Lo que poseemos. A su debido tiempo, otros Establecimientos aprenderán esa técnica e iniciarán también la marcha. El Sistema Solar será como un diente de león despepitado, y sus diversos componentes se disgregarán por el espacio. Pero si nosotros nos vamos primero, encontraremos un mundo, quizá, antes de que nos imiten otros. Podremos establecernos con solidez, de modo que cuando los demás nos sigan y quizá encuentren nuestro nuevo mundo, tengamos la fuerza suficiente para enviarlos a otra parte. La Galaxia es inconmensurable y debe de haber sin duda otros lugares.
Se hicieron objeciones, claro está, y algunas feroces. Hubo quienes arguyeron por temor… Les daba miedo abandonar lo familiar. También los hubo que se resistían por sentimiento… Un fuerte sentimiento hacia el planeta natal. Y no faltaron los que se resistían por idealismo… Por el deseo de divulgar esos conocimientos para que otros pudieran también marchar.
Pitt había tenido pocas esperanzas de hacer prevalecer su criterio. Y si lo consiguió fue porque Eugenia le había facilitado el argumento decisivo. El hecho de que la doctora Insigna acudiera primero a él, había sido un golpe increíble de la fortuna.
Por aquel entonces, ella era muy joven, solo veintiséis años, estaba casada, pero no embarazada. La mujer mostraba excitación, agitación, e iba cargada con hojas de computadora.
Pitt recordaba haber fruncido el ceño ante su intrusión. Él era secretario del Departamento y ella… Bueno, ella era un don nadie, si bien, tal como iban a evolucionar los acontecimientos, aquel sería el último instante en que ella fuese un don nadie.
Por lo pronto, él no lo entendió así, claro está, y se incomodó con la intolerable irrupción. Se acobardó ante la exaltación evidente de la joven. Temió que se propusiera hacerle pasar por las infinitas complejidades de lo que quiera que tuviese entre manos; y, además, con un entusiasmo que sin duda le dejaría exhausto.
No, ella debería dejar un sumario breve a alguno de sus ayudantes. Y decidió decírselo así.
—Veo, doctora Insigna, que trae unos cuantos datos con el propósito de hacérmelos revisar. Me agradará dedicarles un rato a su debido tiempo. ¿Por qué no se los deja a alguno de mis colaboradores?
Tras decir esto, le señaló la puerta y esperó con verdadera ansia que ella diera media vuelta y se moviese en esa dirección. (Años después, se preguntaba algunas veces qué habría sucedido si ella le hubiese hecho caso. Solo de pensarlo se le helaba la sangre). Pero ella dijo: —No, no, señor secretario; debo verle a usted y a nadie más —su voz temblaba como si no pudiera soportar la excitación—. Es el mayor descubrimiento que se ha hecho desde… desde… —renunció a terminar la frase —. ¡Es lo más grande!
Pitt miró dubitativo las hojas que ella sostenía. Las vio agitarse por el temblor pero no experimentó la misma agitación. Estos especialistas creían siempre que unos cuantos microavances en su microcampo trastornarían el sistema.
—Está bien, doctora —aceptó resignado—. ¿Podrá explicármelo con la mayor concisión posible? —¿Estamos a salvo, señor? —¿A salvo de qué?
—De que nos oigan. No quiero que nadie se entere hasta estar segura… por completo. Debo revisarlo una vez y otra hasta que no me quede la menor duda. Aunque, en realidad, no tengo duda alguna. Lo que digo parece no tener sentido, ¿verdad?
—No, no lo tiene —respondió con frialdad Pitt mientras colocaba la mano sobre un contacto—. Ya no puede escucharnos nadie. Ahora cuénteme. —Está todo aquí. Se lo mostraré.
—No. Primero explíquemelo, con palabras. Y brevedad. Ella hizo una inspiración profunda.
—Señor secretario, he descubierto la estrella más próxima a nosotros. Sus pupilas se dilataron, su respiración se aceleró.
—La estrella más próxima es Alpha Centauri y eso se conoce desde hace siglos —respondió Pitt.
—Es la estrella más próxima que hemos conocido; pero no la más próxima que podemos conocer. Yo he descubierto una que está más cerca. El Sol tiene una compañera distante. ¿Es usted capaz de creérselo?
Pitt la estudió atento. Un caso típico. Quienes eran lo bastante jóvenes, lo bastante entusiastas y lo bastante inexpertos, explotaban siempre de forma prematura. —¿Está segura? —Lo estoy. De verdad. Permítame enseñarle los datos. Es lo más emocionante que ha acontecido en la Astronomía desde…
—Si es que ha acontecido. Y no me enseñe los datos. Los estudiaré más tarde. Primero cuénteme. Si hay una estrella mucho más cercana que la Alpha Centauri ¿por qué no ha sido descubierta hasta ahora? ¿Por qué se la eligió a usted para hacerlo, doctora Insigna?
Pitt comprendió que estaba abusando del sarcasmo, pero ella no pareció prestar atención a su tono porque estaba demasiado excitada.
—Hay una razón clara. Se halla detrás de una nube oscura, un soplo de polvo cósmico que se interpone entre la estrella acompañante y nosotros. Sin la absorción del polvo sería una estrella de octava magnitud y se habría hecho visible sin duda. El polvo merma la luz y la hace de magnitud decimonona, perdida entre muchos millones de otras estrellas tenues. No había ninguna razón para verla. Nadie la miraba. Se encuentra en el distante cielo meridional de la Tierra, de modo que, en los días previos al Establecimiento, casi ningún telescopio podía apuntar siquiera en esa dirección. —Y siendo así, ¿cómo ha conseguido verla usted? —Por la Sonda Distante. Fíjese, esa Estrella Vecina y el Sol están cambiando de posiciones relativas entre sí, claro está. Según supongo, ella y el Sol están girando muy despacio alrededor de un centro de gravedad común en un período de millones de años. Hace algunos siglos esas posiciones deben de haber sido tales que podríamos haber visto la Estrella Vecina en todo su esplendor a un lado de la nube; pero, así y todo, habríamos necesitado un telescopio, y los telescopios tienen solo seis siglos de antigüedad… es decir, son menos antiguos que las gentes en aquellos lugares de la Tierra desde donde habría sido visible la Estrella Vecina. Dentro de algunos siglos se la verá otra vez con claridad brillando al otro lado de la nube de polvo. Pero nosotros no hemos necesitado una espera de siglos. La Sonda Lejana nos la ha mostrado ahora.
Pitt sintió en su interior un punto de ignición, un foco recóndito irradiando calidez desde lo más hondo.
—¿Quiere decir usted que la Sonda Lejana fotografió la sección del cielo en que se halla la tal Estrella Vecina y que la Sonda Lejana profundizó en el espacio lo suficiente para ver alrededor de la nube y detectar la Estrella Vecina en todo su esplendor?
—Exacto. Encontramos una estrella de octava magnitud en un lugar donde no podía haber ninguna estrella de octava magnitud, y el espectro fue el de una enana roja. No es posible ver estrellas enanas rojas a gran distancia, así que esta debía de estar muy cerca.
—Sí; pero ¿por qué más cerca que la Alpha Centauri?
—Como es natural, estudié la misma área del cielo vista desde el Rotor y la estrella de octava magnitud no apareció allí. Sin embargo, había bastante cerca de ese lugar una estrella de decimonona magnitud que no estaba presente en la fotografía tomada por la Sonda Lejana. Supuse que esa estrella de decimonona magnitud era la estrella de octava magnitud, oscurecida, y atribuí el hecho de que ninguna de las dos ocupara, exactamente el mismo lugar, al afecto del desplazamiento paraláctico.
—Sí, eso lo comprendo. Un objeto próximo parece ocupar distintos lugares sobre un fondo distante cuando se observa desde distintos ángulos.
—Eso es. Pero las estrellas están tan distantes que, aun en el caso de que la Sonda Lejana se alejara una fracción considerable de un año luz, ese cambio de posición no ocasionaría una traslación perceptible en las estrellas distantes, pero sí en las cercanas. Y respecto a esa Estrella Vecina, se produjo una traslación enorme. Quiero decir, comparativamente. Inspeccioné el cielo para comprobar las posiciones diferentes de la Sonda Lejana en su viaje hacia el exterior. Hubo tres fotografías tomadas durante esos intervalos cuando el dispositivo se hallaba en el espacio normal, y la Estrella Vecina fue irradiando luminosidad creciente a medida que la Sonda la enfocaba más y más hacia el borde de la nube. A juzgar por el desplazamiento paraláctico, la Estrella Vecina estará a una distancia de dos años luz o poco más. Lo cual equivale a la mitad de la distancia de Alpha Centauri.



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En el texto hay: accion, ciencia ficción futurista

Editado: 12.01.2025

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