La muerte siempre me había parecido algo crucial, la parte esencial de un ciclo físico que indica que en algún momento estuviste vivo o despierto, y es cierto, en este mundo existen solo dos tipos de personas: las que le temen a la muerte y quienes la esperan con gran admiración.
Desde muy pequeña supe que ese momento llegaría, que en algún momento las luces se apagarían y me obsesioné con la idea de pensar que había algo después de morir, que no todo se perdía, aunque me aterraba la idea de que sucediera.
Ahogada, asfixiada, incinerada, por múltiples disparos, había tantas maneras de dejar de existir y todas las que rondaban mi mente eran trágicas; imaginaba el dolor, no el trance y esperaba durar lo suficiente para elegir mi muerte.
Era muy ingenua entonces por creer que la muerte solo se basaba en el dolor de la experiencia; Pensaba en desaparecer, cuando vivir era cien veces más doloroso y entonces sería el mundo alrededor quien desapareciera, no yo.
De la misma manera jamás creí que de un momento a otro la muerte me parecería algo trivial, que cambiaría de opinión tan drásticamente por una presencia, por una persona y por mí misma; Y fue entonces cuando él apareció.
Desde nuestro primer encuentro cambió tanto mi manera de ver las cosas, la vida y el mundo en general, tanto que llegué al punto de no saber si prefería morir o sostener mi vida un poco más, y resultó que mi existencia importaba más que cualquier otra humana y que simplemente morir no era una opción para mí.
No sé realmente hasta el día de hoy si habría hecho las cosas de esa manera de haber sabido lo que me esperaba al final de esa odisea, me gustaría poder dar una respuesta razonable, pero lo cierto es que no sé si hay algo razonable en lo que tengo para decir respecto a todo lo que sucedió.
La cantidad de personas y almas que se perdieron por mi culpa es una cifra que seguramente escandalizaría a cualquiera. Por mí se retomó una guerra que durante siglos había sido olvidada por la humanidad, que por más que pasara el tiempo no había pruebas de que hubiera sucedido.
El desastre está hecho, no hay manera de regresar al pasado y tampoco había manera de saber que no existiría un futuro. Al día de hoy de lo único de lo que si estoy segura es que mi alma y mi cuerpo jamás volverán a ser los mismos desde el momento en que supe que mi destino tenía eones escribiéndose y no específicamente para hacer el bien.
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Editado: 28.01.2025