Nephilms ©

I "El comienzo"

DARA

Golpeé la puerta por quinta vez y rodé mis ojos algo nerviosa.
Saqué el celular de mi bolsillo trasero y me quedé viéndolo un rato bastante largo. No se si llamarla, la última vez que me escabullí de noche, se habían enojado conmigo.
Suspiré profundo y comencé a pensar en como trepar hasta la ventana, sin hacer tanto ruido. Aunque el sonido de mi celular me detuvo por completo.

-Me despertaste - dijo con voz ronca Samara.

-Ni siquiera me moví, estoy segura que no hice ningún ruido - dije sonriendo.

-Si, pero soñé contigo parada al frente de la iglesia, ¿que crees que haces allí? En cuanto el padre Antoni se entere que te escapaste de nuevo, estarás en graves problemas - se podía notar la molestia en su voz.

-Pero él no lo sabrá si abres la puerta ahora mismo - apreté mis labios y cerré mis ojos.

La llamada se cortó luego de un suspiro, y sólo fueron unos segundos hasta que la puerta se abrió de punta a punta dejando ver la cara de un Aram muy enojado.
Sus azulados ojos me inspeccionaron de pies a cabeza, y negó en signo de desaprobación.

-Yo te había dado una orden. No salir a lugares de mortales - alzó una ceja mientras me dejaba pasar - ¿que no entiendes? - dijo golpeando mi nuca con una pantufla.

Intenté no contestarle mal y tuve que apretar los puños de mis manos.
Yo sé que hice mal al ir a un bar, pero pasar las veinticuatro horas de todos los días, encerrada en el sótano de una iglesia por veinte años... llega un punto en donde cansa.

-Shh ya dejen de hacer ruido - dijo Samara rodando sus ojos mientras aparecía de un costado - van a despertar al padre Antoni.

-Si, además ya estoy aquí a salvo, no hay nada de que hablar - ajusté mi mochila en la espalda y comencé a caminar hasta las escaleras del sótano.

-¿Cómo pudes ignorar una orden? - dijo Aram siguiéndome por detrás - ¿no entiendes que somos especiales? ¿que no podemos arriesgarnos a ser descubiertos? Dara, tu sangre es...

-Es la de mi padre, Rafael. El que me abandonó al igual que los padres de ustedes, para luchar contra Astaroth en el cielo. ¿Cuanto pasó ya? ¿veinte años? - dije clavando mis pies y levantado un dedo desafiante - ¿cuando viste alguna señal de que volverían? Lo invoco cada noche, y ni una señal me da...nos da - aclaré abarcando al resto.

-Tú sabes que si la guardia de nuestros padres fallan, nosotros seremos los que tendremos que estar preparados para vencerlo, es la palabra del profeta - dijo furioso Aram - no puedo creer que tenga que aclararte algo como si fueras una niña de seis años, parece que nunca madurarás Dara - dijo finalmente clavando sus ojos en mí.

Odio que me diga inmadura. Abrí mi boca lista para esta vez contestarle muy molesta, aunque Samara nuevamente nos interrumpió.

-Si siguen hablando en voz alta no sólo despertaran al padre Antoni, sino que a medio barrio - susurró molesta - ahora vayan a dormir, y que éste tema se siga hablando mañana.

Sin decir una palabra más, me volteé y me fui escaleras abajo. 
Con leves luces que alumbran los costados del largo pasillo, fui directo a mi dormitorio.
Pasé de largo la gran puerta de hierro brillante, habitación de Aram, y seguí unos pasos más adelante hacía la habitación que comparto con Samara. La nuestra también tiene una puerta de hierro, que aún no lo entiendo, según el padre Antoni nuestros padres ordenaron colocarlas.
De forma muy sigilosa me saqué las zapatillas y puse mi mochila a un costado de mi cama, me cubrí con toda la sábana, y pude sentir una leve queja.

-No creas que te zafaste, mañana aclararemos todo éste tema - aclaró Samara.

Hice de cuenta que no la escuché, y me enfoqué en conciliar el sueño. Odio que todos se pongan en mi contra.

Desde que tengo memoria recorro cada rincón de ésta iglesia. Aprendí a apreciar el arte que conlleva los ventanales de vidrios pintados, que decoran todo el lugar y que cada mañana el sol los refleja, dejando un camino minado de luz brillante y colorida.
Ese es un buen momento, en donde parece un lugar mágico y ni hablar de las pinturas que revisten todo el techo. Habían veces en donde me solía tirar en el suelo boca arriba, para deleitar cada detalle de una obra de arte excepcional.
El suelo de un mármol ocre brillante, el altar con un mantel blanco de seda fina, cada banqueta tallada en un fino y delicado roble, las seis columnas griegas distribuidas perfectamente en cada rincón del lugar, los ángeles tallados en esculturas y por último el gran órgano tan antiguo como lo es éste lugar, con un cristo de fondo. Cada cosa, cada detalle, arman lo que es una arquitectura perfecta y divina.
Y luego está el sótano, oscuro y frío. Un escondite ideal para cualquiera que no quiera ser encontrado. Sus paredes al igual que el suelo son de puro cemento. Dos habitaciones con puertas de hierro, y una sala amplia que utilizamos como nuestro entrenamiento diario.
No hay luz, no hay cuadros, no hay ventanas, sólo nosotros, los tres Nephilims esperando la misión desde hace veinte años.
No me culpen si en algún momento me siento prisionera, no me culpen si en algún momento siento que me ahogo, no me culpen si en algún momento huyo del encierro, sólo intento vivir lo poco que nunca pude o podré vivir.
Y si, soy la hija del Arcangel Rafael, llevo su sangre en mis venas, pero eso no quiere decir que lo aprecie. Lo respeto, pero no lo acepto, siento que como padre me dio la vida para que la experimente con un cargo de responsabilidad constante, aquí arriba, sobre mis hombros.

A la mañana siguiente todos estaban callados y atentos en mí.
Mientras el padre Antoni repartía nuestro desayuno sobre la mesa de nuestra sala, sentía su mirada estudiándonos, intentando ver que es lo que pensamos y porqué estamos tan callados, ya que usualmente solemos ser muy ruidosos.

-Muy bien mis niños, ahora iré arriba para atender a las personas que aguardan por mí - dijo acomodando la casulla - ya saben, si ocurre algo hacen sonar la campana, pero eso sólo en caso de...




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