Niebla De Fuego

AMARA

Cuando las madres desaparecen son las hijas mayores aquellas que asumen sus tareas. La cocina, la limpieza y el cuidado de los hermanos que le siguen. A sus doce años, Amara sentía que no tenía la situación tan difícil, pues sólo tenía un hermano del que cuidar. Él tenía diez.

Su madre, a diferencia de muchas otras, no había sido calcinada en la hoguera. Aunque Amara no la recordara, ella había sido una madre ejemplar, pero había fallecido al dar a luz a su hermanito menor. Su padre les había cuidado con esmero hasta que, a sus ocho años, le dio las instrucciones que debía seguir al pie de la letra mientras él se iba de la Isla en busca de trabajo: limpia la casa, prepara la comida, cuida a tu hermano.

Su padre volvió esa tarde, con un empleo al que debía asistir al día siguiente y permanecer allá por una semana. Luego, volvería, estaría siete días más y volvería a irse. Fue así durante tres años. Cuando Amara cumplió los once, su padre dejó de aparecer, así que sólo eran ella y su hermano contra el mundo… aunque su mundo era bastante pequeño.

Vivían en una pequeña choza alejada del pueblo, un poco inmersa en el bosque, pero no lo suficiente para correr peligro ante los monstruos. A su hermanito le aterraba que llegara alguno y se lo llevara en la noche.

La comida comenzó a escasear y el dinero que había dejado su padre la última vez se acabó, así que comprar en el mercado no era opción. Amara y su hermano eran pequeños, así que aprendieron a robar. Eran rápidos y escurridizos, así que asistían al mercado cuando más atestado de gente estaba, robaban lo que necesitaban y corrían de regreso a casa.

No obstante, un día, fueron descubiertos y nunca más les permitieron ingresar al mercado. Días después, su hermanito menor enfermó y no dejaba de toser. Tenía tantísima fiebre. Pese a que intentó ingresar al mercado para robar medicinas, los Caballeros de la Iglesia que ahí se apostaban a resguardar, no se lo permitieron. Les dijo que su hermanito moría, pero siguieron negándoselo.

Tanta fue su desesperación, que volvió a casa y le preguntó a su hermanito si recordaba cómo eran las plantas que vendían en el mercado, aquellas que curaban el malestar, pero la fiebre no le dejó recordar y responder. Amara le dijo que iría al bosque, que algo encontraría para ayudarle y que volvería pronto.

Mientras recorría el bosque, fue vista por los Caballeros que estaban en el mercado, quienes la siguieron en silencio. Cuando al fin Amara creyó encontrar la planta curativa, se agachó para recogerla y guardarla en los bolsillos de su falda, pero los Caballeros salieron de su escondite y la persiguieron. Para ella, fueron los monstruos del bosque.

Comenzó a correr tomando un camino distinto para que ellos no vieran su casa. No quería que supieran dónde encontrarla, porque había robado mucho antes. Aparte, su hermanito se asustaría.

Al final, llegó a un montón de casitas de madera. Se le escapaba el aire de los pulmones y el pecho le ardía. Jamás había corrido tanto y tan rápido en su vida. Tocó la puerta pidiendo ayuda para poder ocultarse, pero cuando los Caballeros le gritaron señalándola como bruja, sintió un temor lacerante.

Su padre le había enseñado lo que se les hacía a las brujas, ¡pero ella no lo era!

Siguió gritando y tocando la puerta, quizá así tendría tiempo para que los Caballeros se calmaran y ella pudiese explicarles todo y que se dieran cuenta de que ella no era una mala niña.

Le abrió una jovencita alta y delgada, de ojos cafés, y en un santiamén entró en la casa. Cayó al suelo y comenzó a responder sus preguntas. Se veía muy asustada.

De pronto, la puerta se abrió, un hombre joven tomó a la chica del brazo y a ella se la llevaron los demás caballeros.

Quiso explicarles, pero no la escucharon.

Amara nunca volvió a casa, y nunca nadie supo dónde yacía su hermano enfermo.

A fin de cuentas, sus almas se encontraron en el cielo.




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