–Por favor, no me dejes sola, no puedo vivir sin ti...
La joven mujer suplicó cerrando sus ojos llenos de lágrimas, mientras su alma y corazón se partía a la mitad, su magia se fracturaba tras la pérdida de lo que más amaba.
El dolor consumía su alma obligándola a entrar en la desesperación. El hombre sonrió de forma triste, pasando sus largos y fríos dedos por su cabello perpetuamente indomable.
–Pase lo que pase, siempre estaré contigo, y donde quiera que estés, yo iré por ti...
El hombre se permitió grabar el rostro de la mujer frente a él, aún llorosa y suplicándole que no la dejara, luchando incansablemente contra las garras crueles del destino que los obligaba a separarse, se veía tan hermosa como la primera vez que se enamoró de ella. Lo sentía, Su magia dejaba su cuerpo y su tiempo se acababa. Podía sentirlo claramente en su núcleo mágico. La mano de la muerte se cernía alrededor de su corazón de manera certera y ya nada había que hacer más que resignarse.
–No me dejes, Sebastián, ¡No te atrevas a dejarme!
Camelia, su amada indomable guerrera, le había prometido más de lo que era capaz de ofrecerle ¿Qué podría un hombre roto y marcado por la fría mano del destino darle a un alma como ella? Ella era la luz en la oscuridad, el calor en una fría noche de invierno y ahora la dejaba sin poder hacer nada para evitarlo, sus fuerzas, las pocas que todavía le quedaban, estaban reservadas a solo soportar un poco más de tiempo acariciando esos indomables risos negros que su abundante y larga cabellera poseía.
–No llores por mí, Camelia. Un bastardo como yo no lo merece.
–Te amo, maldita sea Sebastián. No me dejes.
La mujer cerro sus manos en puños acercándose al cuerpo del hombre que amaba, sus lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas y ella luchaba con todas sus fuerzas, evitar que su amado se quedara sin magia, solo necesitaba algo más de tiempo para cerrar la herida, solo un poco más...
–Siempre Camelia, siempre iré por ti mi amor.
El hombre sonrió dejando caer inerte la mano que segundos antes acariciaba con mimo los cabellos de la morena, el grito desgarrador de la mujer fue acompañado de un estallido de poder tan potente, tan crudo y puro que poco falto para que ella misma explotara con la fuerza de su estallido mágico.
Sebastián Morton Antiguo profesor de la real academia mágica de elementales, yacía muerto en los brazos de una Camelia Guilliam destrozada que no dejaba de gritar suplicante al hombre para que no la dejara.
Ese día, Camelia murió.
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Editado: 23.04.2024