Nigromante: El Regreso Del Amante Perdido

Capítulo 01: Muerta en Vida.

No quería comprar una casa en Londres cuando no tenía ganas de regresar a un techo vacío, todavía tenía dinero. No tanto como antes, pero si lo suficiente como para vivir cómodamente; sin embargo, había dejado ver que solo traía consigo dinero mágico africano, el cual no tenía ningún valor al cambio. Debía encontrar un trabajo para aparentar normalidad y dejar de abusar de la hospitalidad de las personas que amaba.

"No seas tonta Camelia, Gabriel y nosotros siempre estaremos para ti cuando nos necesites. Nunca serás un estorbo."

Sin embargo, ella tenía claro que debía comenzar a buscar un trabajo y sabía muy bien donde pensaba hacerlo. La real academia de magia elemental.

Para concluir con sus planes, debía encontrar algo allí que llevaba mucho tiempo perdido... Iba a ser como buscar una aguja en un pajar, pero estaba plenamente convencida que un objeto que contenía tanto poder mágico debía dejar algún rastro, no podía ser imposible de localizar.

Gabriel llevaba ya trabajando para la academia cuatro años como profesor de lacnunga, la ciencia de la medicina herbal. Por lo cual se había convertido en su mejor acceso para lograr conseguir sus propósitos. Se sintió horrible de usarlo como caballo de Troya, pero tenía que hacerlo si quería conseguir sus fines.

Durante una cena, reunidos con sus padres, había dejado caer el comentario de que estaba buscando trabajo y que no le importaría volver a la Academia. La actual directora de la Academia, Dayana Willis había sido su antigua profesora de Alquimia. Aquella mujer siempre había tenido una debilidad por ella y pese a la historia del escandaloso romance con uno de los profesores y héroes de guerra, se había apresurado a ponerse en contacto y ofrecerle un puesto como profesora de historia del paganismo. Habiendo viajado por el mundo y teniendo una gran experiencia con la historia mágica, era lógico pensar que ella era la más adecuada para el puesto, aunque su especialización hubiese sido una completamente diferente. Sin embargo, ella había perdido sus ambiciones hacía tiempo.

Aun así, se sentía muy contenta de volver y de conseguir lo que quería.

De esa forma, pasaron un par de años más. Su trabajo no le disgustaba, hasta le parecía bonito, pero no le colocaba demasiado interés. Aprovechaba cualquier momento para buscar lo que le interesaba, afortunadamente sus compañeros vieron en ella una conducta deprimente en sus continuos y solitarios paseos por el bosque encantado, así que no metieron la nariz en sus asuntos. Al único que no conseguía quitarse de encima de ella era Gabriel, pero sabía que la preocupación de él era sincera.

"Debe ser duro para ella, seguramente todo le recuerda a Sebastián."

Durante su estancia en Etiopia con una tribu elemental Murcí, había aprendido a rastrear magia elemental, la huella mágica dejaba un rastro en el aire y en simples objetos. La habilidad que las tribus usaban era muy útil para descubrir posibles ataques y emboscadas.

En eso empleaba todo el tiempo libre del que disponía... Rastreaba, buscaba, pero todo era en vano. A veces, llegaba a su dormitorio, exhausta, derrotada, con ganas de desistir. Aquello que había decidido hacer era una completa locura... Pero una buena noche de sueño ahuyentaba los fantasmas de la derrota y volvía al bosque a seguir buscando, cuando su trabajo se lo permitía.

Tenía que estar allí, La academia real elemental era causa de muchos mitos y leyendas, varios habían sido los magos que habían llegado a ocultar artefactos peligrosos solo para evitar que cayeran en manos equivocadas.

Pero nadie sabía dónde se encontraban ocultos.

Una noche, regresaba del bosque a su habitación cuando se detuvo para fumar un cigarrillo, Dayana la miraba con ojos severos cada vez que la veía fumando, pero le importaba un reverendo pepino, lo que cualquiera pudiera opinar. Otra vez regresaba con las manos vacías, aspiro algo del humo y miro a la gran luna llena, el flujo de magia era mayor estas noches y aun así había sido inútil encontrar algún rastro. Dejo salir una palabrota para desahogar su desasosiego, cuando lo sintió. Era tenue, casi como si no existiera. Se quedó muy quieta y expandió sus sentidos y alcance mágico, tanto como su núcleo se lo permitía mientras respiraba agitadamente, presa de la ansiedad que comenzaba a apoderarse de su cuerpo. 

Podía sentirlo bajo la suela de sus zapatos, el flujo de magia que dejaba el objeto mágico que deseaba unido a otros hilos de magia entrelazados. Era curioso, la magia se debilitaba muy lentamente hasta hacerse casi imperceptible, si no lo hubiera estado buscando con tanta necesidad y si no se hubiera colocado en aquel punto específico, ni siquiera lo habría detectado.

El flujo que buscaba latía como un corazón, la magia oscura se sentía claramente, A medida que seguía el rastro, el poder oculto se revelaba cada vez más, volviéndose más poderoso... Cuando llego al punto del que provenía el flujo mágico, se agachó cavando con sus propias manos, la tierra húmeda no la detuvo de seguir hasta encontrar lo que buscaba.

Una piedra negra azabache, en forma redonda, con puntos dorados que parecían desaparecer y aparecer como pequeñas estrellas. La mítica piedra de la muerte.

No podía creer que la había encontrado.

Tenía la piedra de la muerte en sus manos, cualquiera que tuviera la piedra de la muerte era capaz de sobrevivir cualquier ataque que pudiera acabar con la vida del portador, pero no era la única razón por la cual era codiciada... Aquella piedra poseía cualidades únicas, te permitía comunicarte con los muertos, era una piedra que había sido usada por aquellos que buscaban convertirse en nigromantes.

Y ahora la tenía en su poder. Casi deseaba usarla en ese mismo instante. Pero recordó que no debía hacerlo, se permitió dejar caer lágrimas de dolor y felicidad, su corazón latía con algo parecido a la esperanza. Temblorosa, se escondió la piedra en el bolsillo y encendió otro cigarrillo para celebrarlo.




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