–Pero que carajos... –La expresión pálida de Edmund señalaba a la puerta.
Todo el mundo observo al marco de la puerta donde Dalia Macgubert se encontraba de pie. Tenía el pelo flotando a su alrededor con magia desbordándose de su cuerpo, levitaba cinco centímetros del suelo y sus ojos se encontraban completamente en blanco. En sus manos sostenía una botella de licor de absenta. La mujer, que se encontraba completamente ida en un trance, arrojo la botella contra una de las paredes de la sala, alertando a todos listos para intentar contenerla. Tenía la atención de todos los presentes, se movía espasmódicamente como si algo la poseyera.
Alzo un brazo y habló con una voz grave, una voz de ultratumba perteneciente a un muerto, una voz que no era la suya.
–Nacido del amor que fue arrebatado, el poder de ir entre los mundos será revelado, aquel que fue traicionado regresara a este plano y nada le impedirá tomar a quien quiere a su lado. Muchos buscarán poseer a la chica que el secreto conoce y quien a la muerte ha desafiado. El deber del renacido será protegerla de la codicia de los hombres, si él la pierde su alma con ella caerá, pues ni la muerte misma lo detendrá, en este mundo o en cualquiera su ira se verá, el hombre que no es el mismo luchará. Y este mundo podría ver su final.
Dalia Macgubert, cayó como una muñeca de trapo sin vida al suelo, su piel era pálida como un cadáver y sus labios se veían morados. Pronto comenzó a convulsionar intentando luchar con la posesión que buscaba abandonar su cuerpo.
–¡Por la santa Diosa! ¡No solo se queden mirando! ¡Lleven a Dalia a la enfermería! –Gritó la directora Dayana mientras intercambiaba una mirada intensa con Gabriel Valori.
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Editado: 23.04.2024