Mis ojos pesaban demasiado. No estaba consciente del tiempo; a veces era de día, a veces de noche. Tenía suerte de seguir despertando.
—Lo traje, papá —dijo Nikté, entrando por la puerta.
Intenté sentarme, pero mi cuerpo no me lo permitió. Ella se acercó para ayudarme, colocando una almohada en mi espalda y dejando un cuaderno entre mis manos.
No tardé en reconocerlo. Era de color café, con una pasta delgada. En la parte delantera tenía como título: “Él”.
Lo abrí. Lo primero en recibirme fue un dibujo que había hecho de él. En las siguientes páginas solo había información que recordaba: ¿su color favorito? Amarillo, obviamente. ¿Su flor favorita? Sak Nikté, como la mía. Y así podía seguir con cientos de preguntas y respuestas que tenía sobre él... o al menos las que recordaba. Por eso hice este diario, para nunca olvidarlo.
—Se ve que te gusta mucho ese libro —dijo ella, tomando uno de los pequeños dibujos que tenía—. Bueno, tal vez sea que te gusta él, ¿no es así?
Sonrió con una mirada tranquila.
¿Desde cuándo lo sabía?
Bueno... nunca fui bueno para disimular. Supongo que fui muy obvio. Ella pareció leer la pregunta en mi rostro.
—El día que te separaste de mamá escuché su nombre por primera vez. Pensaba que, por culpa de esa persona, mi familia se desmoronó, pero... —dijo, devolviéndome el dibujo— cuando me contaste por primera vez su historia, supe que no era una ella, sino un él. No te confundas, no es una queja ni un reproche. Solamente que, gracias a esas historias, entendí por qué estabas enamorado de él.
La mirada que me dedicó solo mostraba comprensión. Al parecer lo supo desde hace tiempo; sin embargo, decidió fingir que no lo sabía.
—Entonces... ¿te puedo pedir un favor? —le tomé la mano.
—Sabes que sí.
—Cuando muera, por favor, no vendas la casa en el bosque. Ese lugar guarda muchos recuerdos para mí.
—No digas eso, aún no morirás, papá —sostuvo mi mano.
Realmente quería creer en sus palabras, sin embargo, llevaba postrado en cama desde hacía aproximadamente un mes. Los dolores se habían vuelto insostenibles. Sabía que mi hora estaba cerca.
—Promételo —dije, abrazándola.
—Lo prometo —susurró.
Por el leve temblor en su cuerpo, adiviné que comenzó a llorar. Podía sentir cómo mi hombro empezaba a empaparse.
Sí, mi hija era muy sentimental. Definitivamente sabía que cumpliría su promesa.
La puerta se abrió, dejando ver a un pequeño de apenas ocho años de edad. Mi pequeño Tetsuro estaba creciendo rápido.
Nikté se separó de mi hombro. Se dio la vuelta, limpiándose los ojos para que él no la viera así. Yo solo abrí los brazos en señal de que me abrazara. Él no tardó en correr hacia la cama para hacerlo.
—Abuelo, ¿aún te duele? —decía, sentándose levemente entre mis piernas.
—Un poco, pero me gusta abrazarte —dije, pellizcándole una mejilla.
—No hagas eso, ya soy un niño grande —infló los cachetes.
—Claro que lo eres. Por eso te tengo una misión importante.
—¿Misión importante? ¡Claro! ¡Déjamelo a mí! —dijo, inflando el pecho.
—Prométeme que siempre cuidarás y protegerás todo lo que es importante para ti.
—Lo prometo, confía en mí —dijo sin dudar—. Pero, abuelo, ¿por qué me dices eso? ¿Ya no podrás cuidarnos?
—Pronto tendré que viajar a un lugar muy lejano, y ya no podré hacerlo... pero tú sí podrás.
No tardé en sentir su peso sobre mí nuevamente. Me estaba abrazando con un poco más de fuerza.
—No te preocupes, abuelo. Disfruta tu viaje. Me aseguraré de proteger lo que es más importante para nosotros —susurró en mi oído.
Sabía que se refería a su madre. Sin embargo, esas palabras me hicieron sentir un confort tan profundo, que por un momento pensé que él lo sabía todo.
Ahora sabía que él cuidaría muy bien todo aquí. Fui feliz la mayor parte de mi vida.
Siempre estaré agradecido con mi abuela, que me cuidó siempre; con mi exesposa, que me dio a mi preciosa hija; con Nikté, que siempre estuvo para mí; con mi nieto, que es todo lo que siempre quise... pero, sobre todo, le agradezco a él.
Aquel que llenó mis días de colores que no sabía que existían, iluminó lo más profundo de mi ser. Me hizo sentir acompañado y me escuchó, incluso si no podía comunicarse conmigo.
El sonido de su voz sigue presente, aún después de tantos años. Es como si pudiera escucharlo susurrar en el aire, pidiéndome que vuelva a él.
—Nikté, toma —dije, dándole mi diario—. Solo te pido que conserves esto. Cuídalo mucho, como un recuerdo. ¿Sí?
Ella asintió, mordiendo su labio. Estaba a punto de llorar de nuevo.
No pude hacer más que recostarme nuevamente. Mi pequeño nieto se quedó dormido a mi lado. Lo abracé, sintiendo su calor contrastar con lo frío que estaba quedando mi cuerpo.
El dolor se estaba desvaneciendo. Sentía mi cuerpo tan ligero en este momento. Era hora.
Le di un pequeño beso en la frente. Susurrando un “Te quiero”, cerré mis ojos.
Sentí cómo mi hija me hablaba desde lejos, pero mi cuerpo ya no tenía energía para abrirlos.
Podía escuchar el viento entrando por la ventana, al igual que los pequeños pájaros que volaban por fuera.
Entre todo eso, escuché su voz. Un leve susurro que me indicaba a dónde ir.
"Espérame, ya voy a ti."
Fue mi último pensamiento.