POV Nikté
En momentos como este es cuando más lo extraño.
Mi mente no deja de preguntarse: ¿Qué hubiera hecho él?
No pude evitar desdoblar el papel que, momentos antes, había arrugado por enojo.
Era una carta de la escuela de Kenma. Al parecer, lo expulsarían por incitar una pelea, y como no era la primera vez, esta vez la medida sería definitiva.
La puerta sonó. Él se quedó parado en el marco, solo asomando la mitad de su cuerpo.
—No es lo que piensas —dijo, mirando la carta entre mis manos.
—¿Qué fue esta vez? —pregunté, cansada.
—Insultaron a una maestra... no fue mi culpa, de verdad.
En su mirada había tristeza, probablemente por la expulsión. Pero no había arrepentimiento.
Siempre ha sido así: defiende a los demás, aunque eso le cueste caro.
Me levanté y pasé a su lado. Tenía el ojo ligeramente morado y un hilo de sangre le bajaba por el labio.
Fui al baño por el botiquín. Cuando regresé, ya estaba sentado en la mesa, en ese silencio cómodo que solo existe entre quienes se conocen de verdad. Me puse a desinfectar sus heridas. No se quejó; aguantó el ardor con el ceño fruncido.
Al terminar, solo pude decirle:
—Lo entiendo. Hiciste lo correcto.
—Le tomé la mano—. Buscaremos otra escuela. Solo intenta resolverlo sin pelear, ¿sí?
Él solo asintió antes de levantarse e irse a su habitación.
Esa noche, la maestra que había defendido me llamó. Me contó que habría un examen de nivel para entregar certificados de secundaria a quienes tuvieran el conocimiento suficiente. Sería en dos meses, así que debía prepararse.
Le agradecí. A veces, cuando ayudas a alguien, nace una cadena de buenas acciones.
Kenma pasó el examen sin problemas. Siempre ha sido listo.
Sin embargo, no estaba preparado para la preparatoria. Lo entendí.
Decidió tomar cursos y presentarse a otro examen.
Y yo decidí que un lugar tranquilo le ayudaría.
—¿¡Bromeas!? ¡No hay nada ahí! —dijo, enojado, cuando le conté.
—Es la casa del abuelo. El bosque es tranquilo. Te gustará, ya lo verás.
No le hizo gracia, pero no se opuso.
Nunca vendí la casa en el bosque. Era un tesoro familiar. Así que nos mudamos.
Al llegar, tuve que taparme la nariz. Todo estaba lleno de polvo. Pero al entrar, sentí que el tiempo no había pasado. Solo la conocía por fotos, pero era acogedora. Rústica.
Cálida.
—El cuarto del fondo es el tuyo. Era el de tu abuelo. Una buena limpiada y quedará como nuevo —dije, intentando animarlo.
Se encerró en su habitación, así que decidí empezar a limpiar por mi cuenta.
Mientras organizaba mi cuarto, escuché un leve toque en la puerta. Pensé que lo había imaginado, pero hubo un segundo.
Después, escuché la puerta de Kenma abrirse… y luego la principal.
Silencio.
Seguí limpiando, frustrada porque Kenma no salía de su cuarto. Le hablé, sin respuesta.
Fui hacia allá. Al entrar, vi una flor.
La misma flor que mi padre siempre dibujaba.
¿Qué hacía aquí?
No podía ser verdad.
Él no pudo haberla traído.
Han pasado muchos años...
¿O sí?
Cuando le pregunté, Kenma no sabía nada. Así que decidí mandarlo a explorar un poco. A regañadientes, salió de la cama y se fue, cerrando la puerta con fuerza.
El sol comenzaba a ponerse cuando lo vi por la ventana.
Entonces lo noté.
Un joven. Alto.
Parecido a los dibujos que mi padre solía hacer.
Solo que sus orejas… eran normales.
No podía ser él.
¿O sí?
¿Será una coincidencia?
Kenma regresó con una sonrisa. No pude decirle nada.
Primero tendría que asegurarme.
Pero, al parecer, después de todo, no fue tan mala idea mudarnos.