Capítulo XL
"Los delfines del atardecer"
Narra Mitsuki (niña)
Ya está. El peligro está en mi poder. Y con eso me refiero a la gema. Fue fácil llegar a ella, todos duermen, las ciudades están tranquilas y esquivar las guardias de los marines es pan comido para mí.
— "¿Qué harás ahora?"
Huli hace presencia, no estaba de acuerdo con que fuera a las cuevas a buscarla, pero yo lo he intuido. Esta gema tiene algo que ver. Ahora que la tengo en mis manos, incluso en una bolsita de malla fina, ella brilla con mi tacto, al igual que mis mechas. Se siente bien, se siente vida con ella. Y sin duda, es lo más valioso de la isla.
— ¿Chè hace deambulando a questa horas de la mañana, mia principessa?
La voz de Alejandro me hace dar un brinco en mi lugar y esconder la gema a mis espaldas. Sus ojos me analizan, de una manera extraña. Como si estuviera feliz, pero... no sé. Se siente raro. Nota que mis zapatos tienen fango en los cordones y me mira con más intriga aún. No estoy para dar explicaciones.
— No preguntes.
Aprovecho a que pestañea lento, asintiendo y termino de esconder la gema en la capucha de mi abrigo.
— Capisco... capisco... —mantiene el peso de su cuerpo en una sola pierna y me analiza de nuevo, de brazos cruzados—. ¿A qué hora fue que dijiste que los delfines hacían una danza?
— A las cinco de la mañana —respondo, los pasillos del castillo están más vacíos que las neuronas de mi hermano—. El otro es a las siete de la tarde, cuando oscurece.
— Bien, andiamo —me pasa por el lado con intenciones de salir, pienso yo.
— ¿A dónde?
— Son las cuatro y media de la madrugada, tenemos tiempo de verlos, ¿no? Voglio vedere...
¿Y qué digo yo si no nos ven por aquí? Mamá se llevará un susto de muerte. No puedo permitirlo.
— No es buena idea —me encamino en dirección opuesta, bastante tengo con el rastro de fango que voy dejando y limpiando con una hojita—. Ve a dormir.
— Por favor.... —me detiene—. Anda, Mitsuki. Nunca he visto delfines.
Le frunzo el ceño.
— ¿Acuario?
— No es lo mismo. Por favor....
Me lo pienso por unos segundos. Su cabeza por encima de la mía, se ve muy tierna, como un cachorrito.
— Para ello hay que ir a los acantilados.
Y no podemos ir ahora, claro. Me volteo a seguir a mi habitación, cuando habla.
— Andiamo.
Me toma de la mano sin darme tiempo a réplica. Pensándolo bien, sería una buena oportunidad para que me explique porqué me ha estado mintiendo todo este tiempo.
***
Fue y siempre me ha sido fácil esquivar a los guardias con mis ilusiones. No son como en la nave, ellos tienen rastreadores de calor y todo eso, pero, me gustan los retos. Y si puedo manejar mis cabellos, creo que puedo; también puedo dominar mi calor corporal y mantenerlo a temperaturas bajas. Me sería de gran ayuda. Aunque no sé cómo le haré, las bombas de calor en mi cuerpo son como el aire que respiro cada cinco segundos.
Hemos recorrido mitad de Nashima por las sombras. Nunca me había visto en acción, ósea, utilizando mis poderes; pero él quería ver los delfines, así qué.
— No vi cuando todo sucedió aquí... —articula palabra en tonos bajos— ¿ha cambiado algo después del ataque?
Le sonrío, reteniéndolo de no chocar su frente con un árbol.
— Ha cambiado mucho sí. Al menos, la parte del pueblo y un cuarto de Domuso —salto un tronco de roble grueso y él parece espía al esquivarlo—. Está todo reconstruido de cero, prácticamente.
— Y....
— Alejandro —me detengo y le paro antes de volver a preguntar—, hablar de ese día no me gusta mucho. No preguntes más.
Baja su cabeza, como si le hubiera maltratado yo.
— Por favor... —agrego y miro al frente, hemos llegado— ...despejemos los pensamientos aquí.
Me mira con burla, pero luego se pone serio y se sienta a mi lado, en mariposa, en las hierbitas bajitas. El cielo aún está un poco oscuro, pero al este ya se define una nube en fondo clarito. Hay unas palomas que elevan vuelo sobre las olas, tan atrevidas al peligro como el aire que revuelve mis mechas sin control alguno.
— Ah... —exhala, sonriente. Luce feliz, aún con la punta de su nariz bermeja por el frío viento— la vista desde aquí è favolosa.
Mira a sus lados, la ciudad y unos edificios a lo lejos. A sus espaldas, la división mitad de la isla por el mar y, al frente, el sol despertando.
— Siempre me ha gustado venir aquí, es dónde me relajo cada vez que... —desisto de seguir esa oración, si el supiera la verdad, me tendría miedo, no querría estar cerca de mí y eso es lo que menos quiero— …cada vez que, las cosas se complican.
Termino de decir, sin darle mucho tiempo a percatarse de mi mentira, es peor que el detector que estaba inventando aquel loco del portaaviones. Acá vengo cada vez que siento que quiero hacer que, el mundo arda en llamas. Destruir todo, con esas raíces negras que siento crecer dentro de mí cuando la furia se apodera de mi juicio.
— He visto y oído, el amor que sientes per quest'isola —me mira, con sus cabellos jugando en su frente, debido al aire— ¿Por qué abandonarla y vivir en un portaaeronaves?
En un principio, la razón era la seguridad de nosotros; pero ahora siento que algo ha cambiado. Si Rogers siente algo por mamá, la mínima cosa, no nos dejará ir de allí hasta que el culpable sea atrapado. Y para ese entonces, las cosas serán diferentes.
— Es complicado de explicar —le asiento y él une sus labios, asintiendo seguido. Está aceptando todas mis cortas preguntas de manera muy rápida.... algo no anda bien.
— Claro —coge una de sus rodillas con sus brazos—, capisco —juega con una matica— Y.... ¿hay algo nuevo que haya sucedido en estos últimos días? ¿Algún amigo nuevo...? Puoi dirmi.
Sonreí cuando me sonrió, relajando mis hombros y a la tensión que he sentido en ellos. Él no sabe nada, qué daño posible podría hacerme. Pero, jugarle bromas siempre es divertido porque se enfurece y sus orejas y mejilla se enrojecen como tomates del enfado.
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Editado: 21.06.2025