Capítulo XLI
"201"
Narra la autora.
El olor a incienso cosquillea dentro de la nariz de Mitsuki como plumas haciendo cosquillas en el cuello. La grave voz del señor de avanzada edad, mediano, con cabellos largos y negros, recogidos en una cola; barba canosa, larga h puntiaguda, y ojos grandes, sobresalientes de sus párpados; le ha puesto la piel chinita.
— Tiempo sin verlos, queridos tíos —vocaliza de nuevo, parece tener aire de más en las cuerdas vocales.
— ¡Ashú! —estornuda Keng, detrás de la niña, frotando la punta de su nariz, sin poder ver nada—. Ah, ¿que huele tan mal?
— ¡Shh!
Mitsuki le indica que se calle, como advertencia de educación. ¿No puede tener un poco más de cortesía y filtro en su lengua? ,piensa. Vuelve a mirar al anciano, quien en pose de yoga cruza sus piernas y mantiene su espalda recta. Aunque todo indique que sí, no le transmite aires de paz a Mitsuki. Y algo le dice que bien de la mente no está. "Pero, no tengo otra opción", nos confirma.
— ¿Es usted Wailed Jishu? —le cuestiona, parece tener más edad de la que su fecha asegura.
Da un suspiro largo y egocéntrico. Ella se imagina que todo el polvo de la alfombra roja lo haya inhalado con su enorme nariz. Siente, segundos después, como la avalancha de un tren cuando el hombre suelta todo el aire que ha tomado. Incluso el líquido de la taza enfrente suyo, sobre la mesita de café, hizo pequeñas ondas hasta llegar al borde de su volumen. Sin salirse.
— Le pido que muestre respeto en la manera que se dirige a nosotros —advierte el hermano pequeño, en señal de pare y fulminándolo con la mirada. No parece muy convencido de toda la situación—. Ese aguaje vulgar de tíos y tías déjelo fuera de la conversación.
El hombre de kimono rojo y cintas negras sonríe con arrogancia. Lo amarillo y cuarteado de sus dientes es tan asqueroso como sus pies sin calcetines. Aunque la niña cree que, si le metemos una media en esa máquina demoledora que tiene como uñas, le abrirían hoyos de tan solo verla.
— ¿No te acuerdas de mí, tío Glen? —desune sus manos fuera de las mangas de su ropa, manteniendo su mirada fija y sostenida en el niño—. ¿No recuerdas a ese niño moribundo que un día estuviste a punto de ahogar, de no haber sido por mí increíble hermano mayor, Michael?
Termina mirando a la castaña.
— Creo que se está confundiendo de personas —cruza sus brazos por delante de su pecho—. Ella es Mitsuki y yo soy Keng, príncipes de la isla.
— Yo sé perfectamente quiénes sois —apoya sus manos en sus rodillas— ¿Lo sabéis vosotros?
— ¿Quiénes son Glen y Michael? —pregunta la niña, examinando cada detalle de su expresión.
— Pero ¿dónde quedaron mis modales? —salta abriendo sus ojos en sorpresa, si es que es posible. Y agrega dos tazas de té a la mesa— tomen asiento, por favor.
— No, gracias —Keng responde cortante—, estamos bien así.
En el hombre mayor se puede ver un asomo de tristeza, decepción.... él en serio cree conocerlos. Mitsuki dice que, debe tener alguna enfermedad, tal vez por trabajar mucho tiempo en esto de brujería, confunde historias....
— A mí me duelen los pies —camina tres pasos hasta el cojín—, así que, sí aceptaré su oferta.
En su rostro se dibuja una grata sonrisa, una alegría interna le da color a sus mejillas y brillo a sus ojos grandes y redondos.
— Tío Michael, no pensé que está vez fueras a regresar afeminado —bromea sirviendo té en una taza—. Creí que ese no era tu bando.
Ella no entiende de qué habla, pero se mantiene al margen de hablar solo lo necesario. Sólo le molesta la antipatía de su hermanito. El anciano también parece sentirla; sube su mirada hacia arriba y nota que sigue en pie detrás de ella.
— Tío Glen... ¿me harás ese desaire?
El niño se limita a encogerse de hombros, sin articular algún otro movimiento. Flores de Tulipán, la mirada interna de la Petunia, Jacintos sobre pequeñas hojas verdes flotando en el agua y el azulado perfecto de nomeolvides primaverales es lo que le viene a la mente de la princesa, en efímeros segundos de tener la taza en sus manos.
El veraniego de las Clavellinas, el parecido al algodón suave y elegante del Agérato, y los ardientes pétalos extraordinarios de Boca de Dragón son flores que el aroma a hierba fresca le recuerda. Un té oscuro, típico de su cultura japonesa, rico en tener unas caramelizadas avellanas en el fondo. Sin duda, una agradable bienvenida. Le ha terminado agradando el anciano.
— ¡No! —alejan la taza aromática de su boca, automáticamente su expresión es de odio hacia su hermano— No puedes beber algo que te dió un desconocido, va en contra de las reglas de supervivencia.
Alega en susurros oxigenados.
— Es solo té Marrón —le empuja con el codo, qué fastidioso—, ¿qué mal me puede hacer?
— Envenenarte.
Para no complicar más su situación, deja el té a un lado. Sus objetivos aquí son otros y puede que su hermano tenga razón, pero no sabe qué siente. Algo la embobece en ciertos minutos. Tal vez sea el fuerte olor se incienso que marea sus neuronas.
— Señor Jishu, sé que usted me puede ayudar a saber quién soy en realidad y por eso estoy aquí —deja un mechón de cabello detrás de su oreja, apoyándose en sus piernas dobladas. Las palabras las dirige con paciencia y respeto, aunque la ansiedad la carcoma por dentro—. Ayúdeme, por favor. Necesito saberlo.
— No tienes memorias de tus vidas pasadas.... —le tiende una mirada jurídica, algo incómoda para ella—. Lo cierto es que ustedes son los nuevos reyes del infierno. Siempre lo han sido, pero no sé si debido a que es su novena reencarnación, has llegado nuevamente al mundo.... —la mira de pies a cabeza, examinador— como una niña.
La risa burlesca de Keng atrae la atención de ambos.
— ¿Sabe qué? Está hecho, se acabó.
Toma por sorpresa a Mitsuki, del brazo, al mismo tiempo que la para de su lugar con mucha facilidad y la arrastra a la puerta, apretándola de muñecas.
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Editado: 21.06.2025