Princesa del diablo.

Epílogo

Epílogo

Narra la autora

<canción: Say Something - A Great Big World> disponible en mi canal de YouTube @ildmis_escritora

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Tarde del quince de julio. Tres días después de la pérdida de más de doscientas vidas en la unidad de Nueva York.

— Figlio…. —anima con voz ronca y débil Gregorio, al niño tendido en el sofá morado.

Sentado en la esquina, este, tira del brazo del pequeño para sentarlo bien y colocar el plato de camarones en sus piernas. La mente del adulto está ocupada por la preocupación de que su hijo lleva muchas horas sin suministrarle alimento a su organismo.

— Debes comer algo —insiste, sobando su nuca.

Sin mencionar palabra, el niño se abstiene a darle la espalda y volverse a tumbar, esta vez jugando con el cubierto dorado y los camarones. El padre suspira frotándose la cara con sus manos, se pone de pie y se sienta lejos, pero enfrente suyo. En su mirar se puede sentir la tristeza y el desespero de no saber qué hacer al ver a su retoño en ese estado; o al menos, es lo que ve Defnah sentada entre Keng y su madre.

La pelirroja de siete años, con ojos tristes y adormecidos voltea a la mano de su primo y enmudecida, sondea con los ojos el rubí rojo en la palma de la mano, al igual que el pequeño chorreado a su lado.

El suspiro de Gina se hace entreoír a su marido quien, sentado y apoyado de codos en sus rodillas, sostiene sus manos entrelazadas y la cabeza de la mujer elegante sobre su hombro; ambos centrando su vista en Keng.

— No, Matilde, gracias —niega la reina a servirse más té, dejando su taza medio llena sobre la mesita del centro.

— Yo sí, Matilde, gracias —acepta Molly. Luego de beber un sorbo de su té de limón, niega con la cabeza cavilando sus neuronas—. Es demasiado hijo de perra para hacerle eso a su propia familia, una traición inaceptable. Es como…. como.... como Galectus y Batman en un mismo cuerpo.

Pablo arruga su cuello frunciendo el ceño— ¿Ves Marvel? —inquieta sorprendido.

— Claro —se encoge de hombros la de cabellos violeta—, tuve que saber de ellos si quería seducir a algún chico de bachillerato o comprarles la tarea.

— Que buen ejemplo para tus sobrinas —ironiza Marcio cubriendo los oídos de Ariadna, acurrucada entre él y Nila.

— Sin embargo, nunca has estado en una relación seria con otro ser humano que no sea tu hámster —reflexiona Cacia haciendo trencitas a los cabellos de Issabella, quien duerme sobre el torso de su padre.

— ¿Qué no? —habla Gina, levantando su cabeza— ¿Qué hay de aquel chico guapo de ojos grises? Marcelo creo que se llama…

— Oh no —niega Lié con rabia, acomodando las mangas de su abrigo—. Malos meses.

— Sí, concuerdo —asiente Cacia, terminando una trencita con una liga.

— Un cabrón sin decencia —afirma Marcio, reusándose a recordarlo.

— Exacto, no valía la pena —acepta Molly, bebiendo de su té rápidamente.

Gina intenta ganar más información sobre este chico quien ella tenía como una de las mejores relacione que tuvo la desastrada de su hija, Molly.

— ¿Por qué no te fuiste con nosotros, Kini? —curiosea Cacia acomodando las dos trencitas de Issabella sobre el brazo de su marido— En lugar de irte a ese lugar en medio del mar, lejos de todos.

Lié la mira analizando la situación y antes de responder algo, abre sus ojos inclinándose a Keng sentado en el mueble de al lado. Cacia asiente guiñando el ojo y mueve sus dedos en círculos, indicando de que más tarde hablan. Molly extiende su brazo, captando la atención de ambas y diciendo en voz muy, muy baja que también estará presente. Nila, sentada del otro lado, se agrega a la plática señalándose a sí misma y Gina articula con sus labios un: "yo también". Sus planes en secreto son interrumpidos por el sonido del celular de Pablo Palermo, esposo, nuevamente, de Cacia.

— Oh, es Eugeni —se sorprende Cacia, sintiendo la vibración del celular dentro de la cartera, sobre sus piernas. Le enseña a su marido la pantalla y él le pide ayuda a que lo lea ella, pues sus manos están ocupadas abrazando a su hermosa hija de ojos verdes como los de la mujer de su vida.

— Dice que Perry y Chaves tuvieron un accidente camino a Sicilia y qué Guillermo llamó —como un resorte, Lié se sienta y presta atención a sus palabras, esperando noticias—. Aún no se sabe nada de Mitsi… —termina Cacia mirando a su hermana, quien deja caer sus hombros de nuevo, decepcionada, cubriendo su rostro rojizo con sus manos y ahogando sus sollozos al morderse la lengua.

Pablo le susurra algo a la pelinegra de ojos verdes y esta teclea un mensaje nuevo. Por otro lado, la adulta mayor deja un beso dulce en los labios de Omar y se acerca a su hija, sentándose a su lado.

— No pierdas la fe, mi niñita —le soba la espalda antes de fundirse ambas en un abrazo duradero.

Las luces grises que desprende el alma de Lié se estrella en cada pupila de los hermanos y la familia reunida en este salón real, iluminado por velas.

En el mueble rojo de brillo liso, Marcio besa los cabellos dorados de su pequeña, quien tiene los pies recogidos contra su abdomen. El padre juega con sus ricitos y con la otra mano libre, por encima del espaldar del sofá, le da cariños al hombro desnudo de su mujer. Ella le devuelve la mirada, acariciando su vientre de mes y medio. El alto joven empresario deja caer su cabeza sobre su antebrazo y le regala un guiño a la chica de vestido color salmón. Desea que su sobrina esté bien, quiere ver a Lie sonreír otra vez, y agradece a Dios por regalarle otra bendición más a su familia y a su vida.

— Oye… —el adulto de treinta y cuatro años, el joven Palermo, atrae la mirada de su chica en un susurro oxigenado— creo que deberíamos acostarla.

— Sí, vamos. Con permiso, ahora volvemos —Cacia aclara en voz baja, cruzando la cadena dorada de su bolso en su hombro y brindando ayuda a él para subir las escaleras hasta su habitación.




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