Capítulo XII
"Los nonos"
Narra Lié
— Ten —deja caer la pastillita en la palma de mi mano y ofrece un vaso con agua—. Suelen relajarme cuando pierdo los estribos con Pablo.
Antes de tomarla, me río al escuchar el intento de broma suyo. Mi cuñado, o excuñado.... bueno, cuñado y ella suelen sobrevivir a base de palos por la cabeza y discusiones con cuchillos y corte de pelotas de por medio.
Ojeo su recorrido a lo largo de la cocina. Dejando unos paños extremadamente bien doblados, sobre la encimera de unas vitrinas.
— Solo lo soporto por Issabella —aclara con los ojos en blanco y toma asiento a mi lado.
Olvido por completo su presencia cuando la pastilla se detiene a mitad de garganta. Maldita sea, siempre lo mismo.
Me veo en la necesidad de beberme el agua en modo corre que te pillo, solo de sentir lo reseco que estaba mi conducto; a punto de ser víctima de un paro respiratorio.
A todo esto, el lagrimeo de mis ojos no se detiene hasta llevarme una mano al pecho y tomar aire cada dos por tres.
Un poco más calmada, he visto la muerte pasar por delante de mí; abro mis ojos y percibo como estoy siendo atisbada por los bosques de mi hermana. Por su cara de burla sé de por sí que ha presenciado mis muecas al tragar la bendita pastilla.
— No has cambiado naaaada.... —de lo lento que avanza su voz parda, le da tiempo a oscilar la cabeza durante sus palabras. Esbozando una sonrisa malévola.
— ¡Aj! Calla —bailo mi mirada a Molly, detrás mío.
Se acerca jocosa a por su helado y vuelve a recostar sus nalgas en el borde de la isla. Me acomodo en la incómoda silla de madera y apartando el vaso de mi vista, casi le lanzo al suelo del reverendo manotazo que le solté.
— Perdón.... —le pido a Cacia en una inocente sonrisa.
Por su parte, solo me gano un arponeo con su mirada. A punto de reprocharme con su reciente tip nervioso en el párpado derecho, la puerta se abre de golpe y los pasos pesados de las botas de Marcio resuenan en la madera del suelo.
— ¡Lié! ¿Te compraste a unas pirañas como hijos? —espeta yendo directo al lavado, donde se baña el torso completo; salpicando agua por todos lados.
— Pero ¡¿qué haces?! —mi hermana se apresura a llegar a él y golpearlo por los hombros— ¡Qué acabo de limpiar, puerco!
Él intenta cubrirse, marchando hacia atrás; pero Cacia no le deja. Del enfado le empezó a dar con el cucharón y, a la vez, tirarle del brazo para el lavado.
— ¿Quieres apostar a que terminan limpiando los dos? —se asoma Molly por encima de mi hombro, haciéndome sonreír.
Viejos tiempos en los que por ser las más chiquitas, éramos las más chismosas y a quiénes le creían todo. Incluso aquello que no fuera verdad, pero nada que nuestros ojitos no pudieran convencer.
— No creo que mamá y papá lleguen en este preciso momento.... —bisbiseo, sin apartar la mirada del rollo de manos que se ha formado enfrente nuestro.
Cacia por un lado con su cucharón y Marcio por otro halándola de sus pelos.
— Sería una agradable sorpresa —se encoge de hombros, tomando asiento a mi lado izquierdo.
— ¡Ya! ¡Para! ¡Para! —se esquiva el castaño alto.
— ¡Respeta mi labor!
— Dame una toalla y no mojaré.
— ¿Quieres una toalla? ¿Eh? —le deja a un lado y se encamina a abrir unos cajones con suma fuerza, demasiada— Una toalla, ¡el señorito quiere una toalla y en vez de venir a por ella, deja sus codos en vertical, goteando como regadera!
Él razona lo que la de ojos verdes dice, colocando los brazos encima del lavado y así, evitando que las pequeñas gotas que corren por sus fornidos músculos, caigan al suelo para hacer crecer el pequeño charquito que ya hay a sus pies.
— Deja de gritar y dámela.
— ¡Qué no la encuentro! ¡No me presiones! —azota el cajón, roja como tomate de mejillas y pecho.
— Hay un paño de cocina a tu izquierda —le señalo, despreocupada y en voz baja—. Tanto lío por eso. Ustedes son los que no cambian.
Es mi momento de burla.
— Y suerte que cada uno tiene su propia casa, hermanita.
— ¿Cómo? —estupefacta miro a Molly y sigo a Cacia, de la cual no evito sonreír de oreja a oreja al ver su cara de vergüenza— ¿Ya vives con Pablo?
— No —se voltea a por una esponja y pretende limpiar el lío que han hecho.
— Sí que lo hace. Yo la convencí —me regala un guiño el castaño, secando su cuello y yo le saco el pulgar. Bien hecho.
— Sólo es por la niña, ha tenido malas notas y problemas de salud. La doctora nos ha aconsejado estar unidos por ella —aclara, lejos de hacerme creer a mí que no pasa nada más de fingir.
— Mentira —refuta la morena a mi lado, lamiendo su cuchara—. El otro día llegó con varios chupetones a lo largo del cuello y los brazos.
Me quedo boquiabierta a tal noticia. Unas leves carcajadas oxigenadas se liberan de mi garganta. Me apoyo de codos en la mesa y mi hermana, en un raudo giro en su eje, se inquieta; sintiéndose traicionada. Al mirarme, juro haber visto humo salir de sus orejas. Creo que mi descarada sonrisa le dijo todo.
— ¡Un desliz! —protesta en su autodefensa— ¿Quién no lo tiene?
Ríe nerviosa, moviendo sus brazos sin control hasta decidir que lo mejor es dejar la esponja en su lugar y recostarse sobre la meseta; respirando pesado. Sí, la hemos pillado.
Marcio tiende el paño cerca de las manos de Cacia y, antes de coger una copa, mueve sus labios deletreando "un desliz diario".
— ¡Vez que no se te puede contar nada! —lo manotea hasta dejarle arrinconado, nuevamente, contra la pared.
Suelto una carcajada divertida. Por dios, solo mi marido sabe cuánto deseaba que ella y Pablo volvieran. Son amantes hechos el uno para el otro y, tienen problemas, claro; como todo matrimonio.
Aunque más bien es que, los dos son alérgicos a la monotonía, pero pueden hacer que funcione. Siempre se lo he dicho.
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Editado: 21.06.2025