Capítulo XIII
"Catorce de febrero"
Narra Liè.
Forros, papeles coloridos, envoltorios de arcoíris, globos con forma de corazón, chuches de chocolate y fotos con más de un sentimiento, vuelan por toda la sala de estar; ¿no es genial el catorce de febrero?
No importa que mi amor esté ausente hoy, yo lo llevo en mi corazón, bien juntito a mí en nuestro collar de rubíes.
— ¡Haaala! ¡Chè belloooo! —exclama la pequeña Ariadna, abrazando el enorme oso de peluche, sin poder caminar con él—. ¡Gracias, papi!
Marcio sonríe orgulloso de su regalo, abrazando a su mujer por detrás y susurrándole algo al oído. No hay que ser adivinos para saber lo que le dijo si mi tierna cuñada se ha puesto en competencia con un tomate.
Al otro lado están Issabella y Cacia, siendo consentidas por los regalos de mis padres, al igual que todos los restantes en la habitación. Los ponis, conejitos e incluso canastas llenas de dulces inundan la habitación. Son el gozar de cada individuo aquí, y cada residente la razón de sus sonrisas.
Mis niños abren sus cajas de juguetes y destrozan el envoltorio detallado con sus nombres. Arrodillados en el centro de la alfombra, me enseñan cada regalo que reciben y obsequian una sonrisa a sus abuelos. Les dejo unos minutos, en tanto subo a mi habitación para rebuscar en mis maletas y coger el estuche de dos colgantes. Ya es tiempo de que los tengan, me hubiera encantado que mi amorcito estuviera aquí; pero así lo quiso la vida.
¿Qué le vamos a hacer...? Exacto, ojalá existiera la máquina del tiempo.
Entro de nuevo al ambiente tan rosado, terminado de decorar por los empleados. Las brillantinas doradas cuelgan del techo, corazones de algodón y unas letras que al centro llevan el "Feliz 14 de febrero".
— Pst —les llamo, me miran atentos y hago señas de que se sienten a mi lado—. Ha llegado el regalo de mami y papi.
Todos hacen silencio, a la vez que se sientan enfrente mío. Abro los estuches y, seguido, el broche de cada colgante. Me observan detenidamente, deslumbrados por el diamante que ahora cuelga de sus cuellos.
— Estos colgantes están hechos únicamente para ustedes.
— Pero es igual al tuyo, mami —expresa Keng sin quitar los ojos del rubí.
— Sí —río, terminando de abrochar el de Mitsuki—. Pero el mío es más viejo. Es un colgante de familia. Papá y yo, desde que creamos los nuestros —suspiro—, nos prometimos que nuestros hijos también los llevarían.
— Sí.... recuerdo haber visto uno muy parecido en la cadena de papá —habla la niña—, pero era un poquis más grande.
— Ó tú has crecido —toco la punta de su naricita, haciéndola reír—. ¿Les gusta?
— ¡Y que lo digas! —Keng me salta encima y le agarro con agilidad por la cintura, sin dejarlo caer al suelo—. Gracias, mamita hermosa.
— ¡Sí! —viene más atrás Mitsi—. Gracias, mamá —se aleja un poco después de abrazarme y cierra sus ojos, sosteniendo el colgante en sus manos—. Gracias, papá.
Susurra y no puedo evitar llorar. Sentí el frío correr por mis manos, hacer temblar mis labios y doler en la boca de mi estómago. Cubro mis ojos con mis dedos, dejando que ellos corran a enseñárselos a las primas. El dolor en mi pecho se agudiza y me dejo caer en los brazos de mamá, escondiendo mi rostro en el hueco de su cuello.
— No. No llores —me susurra al oído.
Su voz es temblorosa, floja, pero autoritaria. Desearía tener el mismo porcentaje de fuerza que tiene. Apenas nombran a mi amor y ya soy una magdalena que, olvida todas las promesas que cada noche se hace a sí misma.
— Mamá.... —quiebro mi voz, sin poder definir sus lindos ojos cafés. Esos que tantos ánimos y devoción me causan. La niebla en mis ojos me lo deniega.
— No, cariño —vuelve a abrazarme, esta vez con mucha más fuerza. Es reconfortante tenerle a ella aquí, tener a mi mamá cerca de mí.
Extraño tanto a mamá Aoi, me hace tanta falta.
— Venga, vamos a cenar —me anima con dos palmaditas en mis antebrazos.
Libero cualquier pensamiento que con Keng tenga que ver, despejo mi mente hasta dejarla en blanco mediante un suspiro largo. Puedo ser fuerte, puedo contenerme. Claro que puedo.
No me di cuenta cuando todos se fueron al comedor. Apenas y escuché el murmullo, no me pareció extrañó cuando cesó. De la mano con mamá, caminamos por el pasillo y subimos al segundo piso hasta la terraza, donde todos están envueltos en un ambiente armonioso; intercambiando palabras mientras los empleados terminan de traer los platillos.
Extrañaba tanto esta casa, mi hogar. No me malinterpreten, el castillo también es mi hogar, pero se ha vuelto demasiado grande, seco y azul desde que Keng no está conmigo para perseguirme por todos los pasillos, bien sudado después de hacer su plan de ejercicios diarios.
— Oh, mami —corre Keng hasta cogerme de mi dedo índice y llevarme en trotes hasta una de las sillas—. Siéntate a mi lado.
Arrastra con todas sus fuerzas la silla, para que yo me siente. Oh, dios; dame fuerza para no tirarme a llorar ahora mismo.
— ¡Pero qué monada! —veo de soslayo a Molly apoyada en sus codos, haciendo morritos.
Sonrío al guiño de mi pequeño príncipe.
— Gracias, señorito —tomo asiento y él se escabulle a mi lado; bebiendo agua de su copa mediana.
— ¡La familia ha crecido!
Eufórica aparece mi madre con una botella de Champagne en manos, luciendo otros de sus extravagantes vestidos. No comprendo en qué momento se ha cambiado, ni rizado el cabello castaño vivo que carga consigo sobre sus hombros; pero está fenomenal. Tal cual, como la señora de modas más competitiva y talentosa de toda Italia, a mi parecer y el de muchos inversionistas y marcas a lo largo de toda Europa.
— ¡Cass, trae refresco para los ragazzi!
Llama y apresura, abriendo la botella, sirviendo en cada copa y haciendo que todos las elevemos en el aire.
— ¡Salud por nuestra hermosa familia! —acompaña a mi padre con un beso— Nuestra verdadera lotería.
#2275 en Fantasía
#1060 en Personajes sobrenaturales
#6447 en Novela romántica
erotica amor, accion y seduccion, magia negra brujas demonios
Editado: 21.06.2025