Capítulo XVII
"Juegos de hermanos" 1/2
Narra la autora.
Doce horas seguidas de dolor contaste. ¿Les han dicho que las pastillas sirven como anestesia? No quiero asustar, pero…. es mentira.
O al menos así lo cree Liè. Desde ayer su columna vertebral duele como los mil demonios, aunque agradece haber recuperado toda su movilidad y que, no haya llegado a peores.
Su cuello.... pues, él sufrió las consecuencias y, con ello se ha llevado, el gastado sentido de la paciencia que le quedaba.
Todo duele, arde, pica. Girarse para ver a sus hijos, duele. Hacerle presión a su barbilla con el collarín, para mirarlos al estar de pie, duele. No poder abrazarlos como quisiera, olerlos, jugar con ellos, ni siquiera peinarlos. Duele. Duele. Duele. ¿Hay peor castigo?
No. Ninguno.
Del detective, ni el olor intenso de los cuatro frascos de perfumes que se echó aquel día, han vuelto a su cercanía. Solo una llamada hecha por Liè y, para responder que estaba investigando todo lo que él podía, que la llamaba cuando tuviera las suficientes pruebas para decir su teoría de los hechos desde las investigaciones.
Eso no mató las ilusiones.
De la isla solo se pudo comunicar una vez y mediante Kong. Suficiente para saber que todo va bien del otro lado.
La idea de desistir de ese detective privado, sí ha pasado por su mente; pero no le ha hecho mucho suín a eso.
No puede rendirse con Keng, no se lo permite. Suficientes problemas, sufrimiento y obstáculos pasaron juntos como para que la vida sea tan injusta con ellos.
— Menos mal habéis venido solo por un mes, sino de aquí salgo rodando —confiesa la morena, acomodando el borde de su top a mitad de estómago.
Termina de darle una mordida a una chocolatina y se sienta en el mismo mueble que Marcio y Nila, dejándoles un poco de espacio de por medio.
— ¿Por qué lo dices?
— ¿Por qué razón va a ser, Cacia? —ladea su cabeza a la izquierda, moviendo sus manos con obviedad—. Cuando mi linda hermanita se vaya, yo seguiré mi viaje por el mundo. No puedo seguir de vaga por más días —ve su abdomen y lo aprieta—. Mira, ya tengo una masita.
— Estás de vaga porque quieres. Puedes ayudarme en la limpieza. Me vendrían bien un par de manos más.
Molly arquea sus cejas, encogiéndose de hombros.
— ¿Para qué limpiar tanto? Además, para eso están los empleados —mira a sus alrededores.
El CEO y Nila la observan detenidamente con una sonrisa en la curva de sus labios, Cacia la fulmina con la mirada y, enfrente suyo, su madre que, masajea los brazos de Liè, la mira sin darle gran importancia a la conversación.
— Por cierto, mamá, ¿dónde están los empleados de limpieza y cocina?
— Ah, después del cumpleaños de la niña, les dí estos días libres. Así tenemos más privacidad de familia —les sonríe a sus hijos, ajustando la fina tela de las mangas de su blusa cruzada.
Molly se queda estática, como si estuviera procesando toda la información a la velocidad máxima que sus engranajes pueden.
— Es decir.... ¿que llevan días sin venir y ahora es que lo noto? —baja la mirada a su mano, que segundos antes había acapillado una copa de vino medio llena— Esto me está haciendo mal.
La aleja de sí misma hasta dejarla en el centro de la mesita de café.
La risa de los CEO se escucha por toda la habitación. Liè intenta seguirles el ritmo, pero se rinde de solo predecir el latigazo de dolor en su cervical.
Cacia toma la copa con rapidez y se lo bebe todo de un tiro.
Molly se queda boquiabierta.
— Tú no la ibas a beber, no se puede desperdiciar vino así por así —se encoge de hombros, recostando nuevamente su espalda en el cojín morado.
— Tampoco había motivo para olvidar tus clases de cómo beber —reprocha el hermano mayor, acariciando con su nariz los finos cabellos cerca de la oreja de su esposa.
Se quedan en silencio y Liè abre los ojos, cerciorándose de que continúen todos ahí.
— ¡Hola! —saluda de corrido Mitsuki. Entrando al cuarto de baño al final del pasillo.
Cacia la siguió con la vista hasta donde pudo y, detenerse al verlo a él en la entrada.
La sombra alargada de una figura masculina se marca detrás de la accidentada, en el pasillo.
— ¡Hola, Hola a mi dulce familia! —Omar anuncia su llegada— ¡Por fin he logrado destronar y acabar con Ignacio Gregori y su incompetente socio de quinta!
Festeja, dando una vuelta en su eje. Ignacio es el padre de Germán, ese niño que molestó a los diablillos y se ganó de golpe, el odio de Omar. Cosa que colmó su paciencia y los puso en su lugar.
Se arrodilla detrás del mueble, se inclina, cierra los ojos y besa a su mujer en la frente, quién le sonríe al chocar con sus iris claras.
Con cuidado, sumo cuidado, de hecho, Gina le dijo que exageraba al solo acariciar las hebras negras de los cabellos de su hija y, con mucha lentitud, besar su cuero cabelludo.
— Mamá, papá es el que no me ha apretujado como todos vosotros y se lo agradezco.
Deja en claro, provocando sonrisas nostálgicas en los presentes.
— ¿Cómo sigues, mi niñita?
Se le ha dificultado un poco pronunciar el diminutivo de la palabra en japonés, pero lo ha hecho bastante bien.
— Fatal. Me duele todo y, los masajes de mamá solo me han dormido el brazo —se remueve en su lugar, buscando el calorcito de los cojines en su espalda—. No voy a mentir.
— ¿Qué quieres que haga? —le da la vuelta, arrodillándose a sus pies— ¿Busco desde ya a los mejores médicos del mundo? Dime y lo hago. Hago lo que quieras.
— No, papá —pestañea de manera muy lenta—. No hace falta, pero gracias.
— Ayer todo fue demasiado fuerte —suspira Nila—, sobre todo lo que hizo Mitsuki.
— Es una ragazza especial —sonríe Gina, manoteando a su esposo para que deje a Liè respirar y se siente detrás de ella.
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Editado: 21.06.2025