Capítulo XVIII
"Juego de hermanos" 2/2
— ¡Mamá! ¡Keng!
Tose, siendo víctima del leve picor en su garganta.
— ¿Dónde están?
Repite, escuchando como su voz se deshace en el eco de la abandona y polvorienta calle. Es una nube carmelita, de tantos ácaros de polvo y tierra en el aire, es una nube muy carmelita. Que obstruye su vista, que le hace estornudar.
— ¡MITSIII!
Escucha a sus espaldas y voltea. No ve nada. No hay nadie. El pitido molesto en sus oídos es constante. Su respiración fría y labios secos le incomodan hasta para tragar.
Tiene que hacer tanta fuerza que, inconscientemente, cierra sus ojos; dando pasos sin sentido y sin saber si al siguiente minuto caerá en un abismo o llegara al final, fuera de la neblina densa.
Choca con un muro alto. Su quejido se guarda en sus débiles cuerdas que, atosigadas por el ardor de la tos, no emiten sonido.
Se remueve un poco en su lugar. Sus rodillas se han flexionado, pero ha mantenido el equilibrio.
Frota su frente con las manos y abre los ojos. Levanta la vista para poder analizar y concluir en que, no es un muro, ni una columna de piedra. Es un hombre, un militar de botas sucias y fangosas.
Por un momento, piensa en pedirle ayuda y le jala de la camisa. Instantáneamente, una mujer le grita que no, pero ya es demasiado tarde.
El hombre se gira, pero no le ve. Ni siquiera el rostro o la cabeza. Mira a la dirección en que su cuerpo se encuentra y hay una carreta con caballos negros. O al menos de eso tienen forma los óvalos negros y peludos de cuatro patas, borrosos.
Detrás de los palos no rectos, pero si bien pegados, como celda; identifica a una mujer de vestido rojo vino y un niño, con tenis blancos. Iguales a los favoritos de su hermano.
Por coincidencia, sus miradas chocan al mismo tiempo y él parece gritarle algo.
— ¡MITSUKIIII!
Es lo único que entiende. Y razona. Son su madre y hermano, son ellos. Atrapados como perros, sollozando y aferrados a los palos. O bueno.... es él quien se aferra. Ella está dormida, tirada…. ensangrentada.
No es el color del vestido, ¡es sangre!
En este mismo momento, su respiración se descontrola y, su boca se seca aún más. Quema, duele, arde como pinchan su pecho con la punta de una navaja.
El vacío formado en la boca de su estómago la encorva, viendo a sus pies la cabeza de un zorro muerto. Derrama una lágrima que rueda por su mejilla hasta entrar en sus labios. Evaporándose en ellos.
¿En serio esto está sucediendo?
Da dos pasos atrás y pisa la sangre. Un charco de sangre con sendero a la carreta de unos metros.
Ahora él tampoco la ve, está tirado a su lado. Con sangre en sus hombros y pecho.
Quiere gritar, con todas sus fuerzas, quiere llamarles; pero la voz no le sale. No puede correr, no puede moverse. Es como si la fuerza de gravedad la clavara en la tierra.
El mundo se detiene, su campo de visión se cierra aún más hacia ellos. No puede ser verdad, no pueden estar muertos.
El dolor de sus rodillas clavadas en el suelo, encajándose varias piedras; es imperceptible comparado con este frío que corre, en breves punzadas, por su columna vertebral.
De repente, la cogen por los brazos y piernas y, levantan como saco de tierra. Una mano ruda y con ampollas, la jala por los pelos.
— La mocosa —escucha, más no ve al progenitor de la aguda voz. Su cabeza es lanzada hacia adelante sin tener compasión con su cuello—. Lleváosla y matadla. Ya no es necesaria.
Sus nervios se alteran por mil más. Su pulso se acelera tanto que siente que su cuerpo va a estallar. No, no, no pueden. Su madre, su hermano.... no pueden irse. Tiene que salvarlos, su inmunidad puede con esto, ¿verdad? TIENE QUE HACERLO.
Trata de zafarse, lucha por ello. Verlos colgar de cabeza ahora la alienta aún más. Aumenta su ira, la sangre hirviendo en sus venas. La hastiada calle ya está clara y puede ver las casas del pueblo. Todas destrozadas, con humo en su interior y solitarias.
No entiende que ha pasado ni cómo terminó ahí.
Sus órbitas se pierden en los desastres a su alrededor, cuando cayó al suelo; sintiendo como cada hueso de su columna vertebral se mueve de su lugar.
La patean por el estómago, sigue sin ver quién es. Mucho menos ahora que, sus ojos se llenan de lágrimas y el borde de sus párpados arde, incomodándola. No recuerda ni cómo se respira, parece que el aire no le entra.
El retumbar de algo fuerte en la calle, hace saltar unas piedritas al lado de su cabeza. El sonido del motor de un carro capta su atención y, antes de poder reaccionar, ve la goma gigante rodar en la línea invisible hasta su cabeza.
Se escucha el duradero sonido de un claxon ante de aplas....
***
— Mitsuki.
El tacto de una mano en su hombro la exalta. Se da la vuelta, aterrada. Las fuertes bocanadas de aire frío se detienen al ver a Yarodi.
Oh, es solo ella.
Cierra sus ojos, prohibiendo a sus lágrimas la salida. Reacciona a la cadena en sus manos y la suelta por impulso.
Todo eso en su mente, la sangre, la cabeza cortada, los escalofríos y el sudor en su cuello; todo fue a causa de ella. Debido a que la cogió del suelo por curiosidad. Y le trajo el recuerdo de la pesadilla del otro día.
La mira como si de un león se tratara, un león hambriento que, no tiene filete para esta noche.
Ve por el rabillo del ojo que todos empiezan a notar sus gestos y aclara la voz, controlando sus respiros a la cañona. Se obliga a sí misma a recogerse el pelo húmedo en una coleta medio caída y esboza una sonrisa. Nada más falso que sonreír sintiendo el miedo que está sintiendo.
Lo que no se esperaba era que le doliera la garganta justo como en la visión.
Ve a Yarodi, la niña de pecas y cabellos amarillentos, debido a la gran exposición solar. Su mirada está perdida en los iris de Mitsuki, completamente con el gesto torcido.
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Editado: 21.06.2025