Princesa del diablo.

Capítulo XXVI

Capítulo XXVI

"¿A salvo?"

Narra Liè.

Dicen que el otoño es una estación para renovar. Cambiar. Así como las serpientes mudan su piel, como las orugas se convierten en mariposas y como ese ciclo se repite cada vez. Este otoño no parece igual a los otros.

Las horas vespertinas iluminan los rasgos anaranjados y amarillentos de las hojas caídas en el pequeño espacio de campo verde, rodeado por pinos altos.

Les hacen sombra a las piñas secas en los suelos y pintan un puntito brilloso en cada frambuesa de los arbustos que rodean a la ambulancia con mi hijo dentro, siendo atendido por los paramédicos.

A unos metros de la punta del este, mientras los cuerpos de esos lobos Maendinnis son llevados en bolsas negras; José y ese tal Rogers hablan. No parece ser tan grave el tema, pero tampoco buenas noticias; pues el rostro de José se nota medio agitado, luce decepcionado.

Le conozco desde hace varios meses, pero nunca lo vi acompañado de Brian Rogers.

Él.... es un hombre que con su sola presencia intimida. Y a eso si le agregamos su fuerte e intensa mirada de pantera negra, sin diferenciar sus iris.

Deja dos palmaditas en los hombros del moreno de brazos anchos y camina en mi dirección. A paso firme, apoyando la palma de su mano derecha en la pistola que cuelga de su cinturón.

¿Ya he mencionado que tiene aura de felino depredador?

La cual le hace combinación a su mandíbula cuadrada, sus triangulares cejas, su nariz romana y esa vena en medio de su frente que, se une a una cicatriz que cruza desde la mitad del ojo izquierdo hasta la comisura de sus labios.

— Su alteza —saluda a cara descubierta, retirando su boina—, la isla ya está limpia de toda amenaza a simple vista.

Aclara y no pude evitar mirar las flechas de su carcaj en la cintura baja de su espalda. Se han movido de forma tan súbita al detener sus pasos que, pensé ver algunas caer. Tiene bíceps muy fuertes.

— Interrogaremos a los capturados y haremos todo lo que esté en nuestras manos para descubrir quién más está detrás de esto, aparte de la IAA.

Prosiguió, en tanto yo me cubro más con la manta azul noche. Desviando la mirada de sus perfectos brazos marcados. ¿Se la pasa en el gimnasio todo el día? Buen entrenamiento.

— ¿Y.… sabe con exactitud quiénes son?

— ¿Conoce la IAA? —le niego con la cabeza—. Es una Agencia de Anomalías Internacional. Se encarga de cazar todo aquello con habilidades por encima del promedio humano. Sobrenaturales.

Y cambio de vista a mis pequeños. Mitsuki afuera, Keng dentro del carro, con su pierna enyesada. Doy un breve brinquito en mis talones, inconscientemente y le miro, forzando mis cuerdas a que no tambaleen mis palabras. Lo último que me falta es perder mi propio control.

— ¿Venían a por mis hijos?

Oh, salieron fuertes.

— Puede que sí. Más con ese poder de la niña —creo que ha notado la duda en mí, porque menea la cabeza de un lado a otro—. En la marina sabemos que esa clase de cosas existen. No se preocupe. Lo de nosotros es salvar vidas. Y capturar a Josh Wesk.

Bueno, eso no me calma. Josh Wesk.... ¿quién diablos es? En mi vida he escuchado ese nombre, o esa agencia. Sea quien sea, es un peligro para mis hijos.

— No entiendo.... —les echo otro vistazo— ¿cómo es que supo de sus poderes? Siempre me encargué de mantenerlos en secreto.

— ¿Quién fue...?

Y la pregunta queda en el aire, al ambos abarcar con la mirada un grupo de doctores volar y arbustos quemándose. Mitsuki tiene los puñitos cerrados, con el ceño arrugado.

Manchada de sangre, deja de mirarlos para subir y, con sus cabellos irradiando calor, tocar la pierna del niño que solo aprieta los dientes.

— Aun así.... —reemprende—. La isla ya no es segura para ustedes. Hasta que descubramos más, puede permanecer en el portaaviones o ir a Sicilia con sus padres.

Espera, ¿qué?

Tuerzo el gesto y le miro de arriba a abajo.

— ¿Cómo sabe usted eso?

— José no para de hablar de usted y sus hijos. Está fascinado con este lugar.

Ah. Le asiento, sin olvidar el poner por caso. Por otro lado, recuerdo esos minutos en la torre. Su actitud ha cambiado, pero sigue con ese tono gélido. No es que quiera otra cosa, claro no.

— Siento haberme comportado así.... anteriormente. Pasa que….

— No se preocupe —me interrumpe, su mirada parece anclada en la mía—. En su lugar, yo hubiese hecho lo mismo.

— No, estuve mal al decirle que no tiene sentimientos —ahueco mi mano a la altura de mi abdomen. Sí, estuvo mal—, ¡le llamé egoísta! Me descontrolé por completo.

Bajo la mirada, apenada. Pese a que no siento culpa, por supuesto que no. Él se puso muy frío, se comportó como si no existiera nada más que su palabra. Pero, admito que fue un acto mal educado de mi parte.

Tanto tiempo como reina, tanto tiempo empleando los buenos modales que son primordiales. Yo que, siempre exijo a los niños el respeto, sin importar la situación. Yo que, me he abandonado por completo.

En este momento, me llegan las palabras de Jelami: "Para ayudarlos, tienes que ayudarte a ti misma primero". Necesito una consulta.

— Sí fue, pero no se preocupe. No tiene importancia.

— Gracias de corazón. Muchas gracias por ayudarnos... —subo la vista y aprecio sus ojos marrones que, no se han despegado de mi desde que llegué. Siento que es así—. Aunque bueno —río con ironía—, un poco frío sí me trató.

— Es cosa del oficio —ajusta sus guantes—. Usted está acostumbrada a que la traten como quiere en todo momento. A los lujos. A la vida en un castillo, como un cuento de hadas.

Voy a replicarle que está muy mal en ese pensamiento, pero me callo y cierro los labios con fuerza al verlo dar un paso al frente.

Corta la distancia debida entre ambos y por el rabillo, veo la sombra conjunta de nuestros cuerpos por un único rayo de sol que sale de detrás de las nubes.




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