Princesa del diablo.

Capítulo XXVIII

Capítulo XXVIII

"¿Qué tal si charlamos?"

Narra Liè.

— …para ir a un mundo donde no nos traten como niños —oigo hablar a Keng desde el otro lado de la habitación. Cierro la puerta con cuidado e intento no hacer ruido, hasta asomar un ojo. Y curiosear.

— Sí.... —ambos se apoyan a la gran ventana—. Mira, patitas finas, mi jet privado para irnos a un mundo dónde no nos digan que comer y que no.

Señala con su dedito a lo lejos. A la nada, más bien. Yo solo veo el contraste del azulado del mar con el cielo. Algo me dice que saben que estoy aquí.

— Solo piensas en comida, pelusa.

— Y tú en niñas.

— No te pongas celosa —da saltitos en sus talones—, sabes que eres la más importante.

— ¿Más que Cristina?

¿La niña de la familia Cherty? No pensé que fuera cierto….

— Dijiste que ella te gustaba.

— Esa no es la respuesta.

— No —suspira, derrotado—, tú eres más importante.

— No quiero nuera ahora —acomoda sus cabellos.

— Entonces… hazte idea de que es solo una amiga.

— Keng —le regaña y él mete sus manos en los bolsillos, sonriendo con picardía. Igualito al padre…—, dame un abrazo —extiende sus manos y él se aparta—. Un abracitooooooo.

Y se voltean corriendo hacia mí. Paran la corrida, claramente.

— ¡Hola, mami! —saludan al unísono, sonriendo.

— ¿Qué hacían?

Se miran en complicidad y el abrazo entre ambos ya va sobrevalorado.

— Te quiero —dice Mitsuki escachando su mejilla contra la de Keng, el cual sonríe feliz del abrazo que hace segundos rechazó.

Les entrecierro los ojos y ellos sonríen, ríen a carcajadas que me alborotan el alma y me pasan por entre las piernas, corriendo.

Que corran. Esas risas se merecen el mundo entero. Los observo por unos instantes, están rodando en la cama. Apenas es mitad de la tarde, pero un nuevo baño no me vendría mal. Baño de sales. Sí, me quedé con el gustito.

— ¡Te voy a atrapar!

Le escucho gritar y la carcajada compulsiva de la niña como respuesta.

— No si yo lo hago antes.

Son magníficos. Simplemente, eso. Diablillos o no, sin ellos no vivo. Y por ellos hago todo esto. Comienzo a recoger mis cabellos en un moño, luego quitarme la cadena de rubí y colocarla en al lado de la tina. Mientras, esta se va llenando.

El agua se vuelve tibia y lista para....

¡Pumbata!

Un fuerte estruendo me asusta y me giro. Las risas de Mitsuki se hacen más fuertes, pero el doloroso gruñido de Keng es el que me altera por completo. Me provoca temblor en las rodillas.

— ¡¿Qué pasó?!

Me agarro de las paredes para correr más rápido y les veo. Ella parada a un lado, sosteniendo su tripa y él acostado, doblado en el suelo, sin mover ni un dedo.

— Keng, tu espalda —me arrodillo para pararlo, pero él gime y desisto de tocarlo—. ¿Dónde te duele?

— La espa.... lda.... mamá.... —cierra los ojos en un apretón.

La risa de Mitsuki sigue fuerte, cantarina, animada.

— Mitsuki —me volteo a ella y le agito de hombros, sentándola en una de las sillas. Sigue igual de risueña—, Mitsuki, deja de reír.

Abre los ojos y me mira, esa pupila rasgada.... me asusta su mirar rojo como el fuego. Es endiablada la melodía que desprende su risa. Su sonrisa de oreja a oreja. Siento que la sangre se me hiela, claro que no es ella. La dejo en la silla, aún riendo y vuelvo al niño.

Lo cargo con cuidado. Sus pies están virados, torcidos. Sus brazos cuelgan sin fuerzas. Dios, no hagas esto. Lo coloco sobre la cama, sin almohada en su cabeza. El cuello le traquea a cada tacto que hago.

— Mi espalda, mami…. —sus ojos se llenan de lágrimas. Acomodo su cuerpo lo más recto posible, aun temblando de piernas— …me duele, mami.... duele….

La mueca en su cara me deja bien en claro lo que siente. No retengo mis lágrimas y tomo sus manitas. Frías como hielo. Tengo que llamar a los de la enfermería.... a Kura.

Pero antes, ella debe detenerse. Ella y su risa. Esa niña de cabellos radiantes, carcajeando sin parar, no es mi hija. No.

— ¡MITSUKI! —le regaño en un grito. Ella no me hace mucho caso. Solo me mira con ojos achinados—. ¡DEJA DE REÍR!

Eso sólo le causa más risa. Más y más. Me irrita, el sonido ya me irrita. La agarro por los hombros, haciendo presión en los nervios de su cuello. Para, para.

— ¡Le has hecho daño a tu hermano! ¡No da gracia!

Su risa disminuye a unas leves pujadas y mira a Keng en la cama. Aun así, continúa riendo otra vez.

— ¡¿Qué te pasa, niña del diablo?! ¿Por qué le saltaste encima? —le hablo, elevada de tono— ¡Tu hermano puede quedar invalido! ¡Ten responsabilidad!

Sus grandes ojos rojos me miran asustados, su boquita tiembla y esboza una sonrisa. Cambian. Han cambiado de un segundo a otro. Ha vuelto a ser mi mariposita.

— No…. —ríe leve, nerviosa— él está bien….

— ¿Si? —respiro, agitada— míralo —señalo a la cama, apretando su hombro— ¡dime si esos quejidos son de estar bien y no con su herida re-abierta! ¡él puede empeorar! Mitsuki, no es inmune como ¡tú!

Se para lentamente, seria y camina a paso lento a la cama. Y el remordimiento me ataca. No pude haberle hablado así… no es de mí… no es justo…. es solo una niña endemoniada….

— ¿Estas bien? —su voz entrecortada me hace voltear y ver qué, Keng le asiente, con las pocas fuerzas que le quedan—, ¿te lastimé?

— No…… —aclara su voz— es solo un leve dolor de un mortal…

Intenta forzar una sonrisa en sus labios y Mitsuki le besa en la mejilla. Sin sentimientos en su aura. Esos genes.... se me están saliendo de control. Hace daño y no se percata, sé que no. No es propio de ella descontrolarse así.

Solo vi ese brillo tan de cerca una noche. Aquella noche que sentí perder los nervios cuando empezó a señalarme a la ventana y decir que Keng estaba ahí.




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