Princesa del diablo.

Capítulo XXXI

Capítulo XXXI

Narra la autora.

Semana y media después.

— Teniente Hoo —Mitsuki inclina sus labios hacia el micrófono en su mejilla, presionando un botoncito cerca de su oreja, o eso cree ella—, informe de la zona. Cambio.

— Aquí teniente Hoo, alias: el chico más apuesto del universo. Todo despejado. Cambio.

Termina con voz grave y fuerte. Como el conductor de una emisora de radio. La niña ignora su alias, como de costumbre y ve unas manchas rojas en el mapa virtual, a su izquierda. Vuelve a presionar el botoncito.

— Cuidado, veo unas células calientes a tu alrededor. Coge por el pasillo B. Cambio.

— Recibido, capitana Mitsukiiiaaaah….

Se escucha el estruendo de un golpe, un cuerpo cayendo como palma, salpicando en aguas.

— ¿Qué pasó? —los controles marcan como el pulso de la pequeña late dos veces más seguidas. Ella mira a sus costados. El túnel sigue igual de mohoso y con poca iluminación— ¿Estás bien? Keng, responde.

Detiene sus pasos atenta a todo movimiento a su alrededor y espera ansiosa su respuesta, pero solo escucha la intervención del ambiente. Un sonido discordante y bajo, como aire que se cuela por rejillas. Una gotera, no muy lejos, que hace eco en el túnel de hierro en el que se hallan. Algo parecido a un alcantarillado hay a tres pasos de sí misma. Da una vuelta en su eje, unas sombras a sus espaldas se acercan. Grandes, cada vez más y más grandes.

Y todo se queda en absoluto silencio. Aprieta el agarre en su arma y levanta la mirilla a la zona oscura. Retiene su respiración, se las apaña para disminuir su pulso hasta que solo escucha los latidos de su corazón. Y...

— Ah...

Se exalta y arranca el aparato de su oído. El corazón le late a mil por hora y el sudor empapa el cuello de su camisa. Las mechas en sus cabellos se encienden, las siente arder; pero no ve en las paredes la luz ni el calor desprendido. Es cuando recuerda que esto no es real.

— Mi culo.... —escucha decir al aparato. Respira hondo y lo agarra, volviendo a dar una vuelta en su oreja—. Me duele...

— ¡Me vas a matar del susto! —grita en murmullos, en tonos bajos. Mira sus manos, ya no tienen fango. Recuerda las palabras de su hermano y analiza sus plañidos con una grata sonrisa—. ¿Te caíste?

— Adelante, puedes reírte.

La voz del niño se escucha entrecortada y la castaña no hace más que apretar los labios, como globo que no deja escapar aire. Hasta que no puede retenerse más y deja escapar su alegría en carcajadas y pequeñas gotas cristalinas que se deshacen a mitad de mejillas. Las atrapa con sus dedos y siente sus piernas flojas, se sienta a seguir riendo. Imaginárselo tres veces la lleva al doble de carcajadas.

— Ya está bueno —escucha nuevamente, cosa que solo ha hecho que vuelva a reproducir esa imagen que creó de su caída. Deja caer sus manos sobre sus tripas, riendo sin parar, sin respirar. Siente las mejillas ardiendo en calor.

— Te caíste patitas flacas —apenas dice en un hilo de voz fino, el oxígeno se escapa de más—, te caíste de culo al suelo…. —la carcajada después de re-imaginarlo le hace reír aún más. De nuevo, le falta el aire—. Definitivamente es tu característica principal, tu… —cierro sus ojos, reteniendo las lágrimas para poder hablar— tu sello personaaaal

Revienta en otra cantarina carcajada. Recostada a la pared con molde circular, descansa su cabeza hasta lograr calmar la producción de serotonina, por hoy. Está muy segura que hasta sus maxilares se han ejercitado en estos últimos tres minutos.

Distraída con la película-tablazo en su mente, no atiende al panel rojo que se acerca a su posición y la vislumbra. Cubre sus ojos con sus manitas y, al mismo tiempo, escucha un leve pitido. Muy lejos.

Alguien se enojará hoy.... por enésima vez.

La imagen se distorsiona delante de sus vistas y la oscuridad les queda, para pestañear y volver a la habitación donde unas máquinas están conectadas a ellos y, enfrente, sentado en una silla, José habla con un tono se voz estresado.

— Bien, niños, descanso.

Los hermanos Hoo, que parecen mellizos, dejan que varias personas con traje le quiten los chips de su cabeza y muñeca. Se deshacen de los lentes virtuales. Se sientan en las camillas y, en la bandeja de metal en caso de vomitar por mareo, Mitsuki ve bien clarito la iluminación de sus mechas. Aún tiene las mejillas coloradas, sí. Se le hizo muy graciosa la caída.

Su vista viaja a los pantalones mojados de su hermano y ríe con más intensidad.

— Existe el servicio de baño, Keng —se burla.

— "Ja, ja" que chistosa —hace una mueca algo desfigurada con sus labios y la fulmina con los ojos, enojado— es agua, pesada. Me caí.

— En realidad —irrumpe José, quitándose los auriculares—. Te caíste en el simulador, pero te has hecho en la vida real. Estabas asustado, es la razón más probable que hay.

— ¿Qué? —su voz es más de vergüenza y se cubre rápido con las sábanas al ver a Rebecca a lo lejos.

Mitsuki da un salto y baja, caminando hacia el semblante serio de Kamba y Lucy; peor que el limón agrio de su hermano.

— ¿Algún detalle que agregar, Mitsuki? —baja su mirada a la niña, quien no hace más que desafiar las venas que sobresalen por su frente. La rubia de ojos azules no la intimida, al contrario; a idealizado varias historietas suyas, con ella de protagonista asesinada.

Lucy infla su pecho en un suspiro y se cruza de brazos. Esperando respuesta. Mitsuki hace lo mismo con su pose.

— No aguanté la risa.

— No está mal reír —alega José, siendo fulminado seguidamente por la mirada de los otros dos comandantes—, pero tampoco debes dejar de estar atenta para sentarte y reír hasta que te duela la tripa; le das la espalda al enemigo y ¿qué pasa?

— No dudará en dar un golpe bajo… —formula cabizbaja—. No volverá a pasar.

— Eso mismo dijiste la última vez, y la penúltima y la antepenúltima y todos los días de la última semana —Lucy se inclina hacia adelante, recalcándole en voz alta.




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