No Angel

1

Si eres de los que sienten que nadie te escucha ni comprende, … deberías leer mi historia.

Cursaba el último año de la secundaria sin penas ni glorias. Corría desesperada por las calles llevando en la mano mi proyecto de ciencias. Iba tarde a clases.  Crucé la calle sin esperar el cambio de luz del semáforo. De pronto, tuve la extraña sensación de que por más que corría no lograba avanzar. Pese a mis esfuerzos mis movimientos eran lentos y pude notar que el efecto, era el mismo para todos los que me rodeaban, aunque sólo yo parecía consciente de ello.

Me detuve. Algo me golpeó por la espalda, y por más que lo intenté, no pude ver nada ni nadie lo suficientemente cerca de mí para hacerlo.

Me sentí algo mareada. El golpe había sido demasiado fuerte y sin embargo, no sentí dolor ni caí al suelo. ¡El suelo!

Vi aterrada mi cuerpo frente a mí, tirado en mitad de la calle.  Los autos frenaban de golpe para evitar arrollarlo. No tuvo tanta suerte mi proyecto de clases.

 Sin darme oportunidad de entender lo que ocurría,  el tiempo se había normalizado.

Todos corrían hacia mi cuerpo sin notarme. Leí tanto sobre esto en historias sobrenaturales….  ¿Acaso estaba en un sueño?

Un hombre extraño, vestido de negro, me miraba fijamente del otro lado de la calle.

—¿Pu-puedes verme?- pregunté.

El tipo continuaba mirándome sin parpadear, con una expresión que no podía distinguir. ¿Estaba sorprendido o asustado?

- Por favor…-gemí.

Yo sí estaba asustada

— Por favor… ¡ayúdame…!

Su cuerpo y rostro se tornaron tan negros como su atuendo. Una luz brillante rodeó su silueta y se difuminó como negra niebla frente a mis ojos.

Mi miedo se convirtió en terror… sin lugar a duda, ese hombre era un demonio.

 

 

Seguí mi cuerpo hasta el hospital. No estaba muerta, ni siquiera lesionada. Sólo dormida, escuché al doctor decirle a mamá.

Por favor, no piensen en mi madre como una persona dulce y abnegada. Tenía casi 50 años y aún se maquillaba y vestía como una adolescente. Había ido al hospital usando leggins, tacones y blusa atada al frente.

Lucía preocupada y nerviosa. Ni por un segundo creí que temiera por mi vida. Simplemente tenía miedo. Ha sido una cobarde toda su vida.

—¿Cu- cuándo… ? ¿Cuándo cree que despertará, doctor?

— Para ser honesto… no sabemos qué le ha provocado este sueño súbito. Es una niña completamente sana… no hay en su cuerpo restos de ningún tipo de narcótico… o droga.

Al menos no estaba muerta. De alguna manera esto tranquilizaba mi alma.

Pensar que atenté contra mi vida tantas veces…

 

 

Nunca fui oscura, no corté mi cuerpo, no consumí droga, ni intenté nada extremo. Para morir siempre fui a lo seguro: Veneno, disparos y saltos de altura.

Tres veces intenté suicidarme entre mis 14 y 17 años.

Mi madre trabaja como cajera de establecimientos desde que tengo uso de razón,  fuma, bebe y se deprime constantemente.  A lo largo de los años ha mudado a nuestro cuartucho a más de una docena de hombres. ¿No les parece irónico que su nombre sea Santa? Todos se han ido de casa, mucho antes de que pueda llamarles padrastros. Por todos ha sufrido y ha llorado lo indecible, y cuando toca fondo, siempre culpa a mi padre de todos sus males. Ese hombre, mi padre, es el único de sus hombres que nunca vi en su vida, ni en la mía.

No usaba tatuaje, ni vestía extraño. No era malcriada, ni irrespetuosa. ¡Aburrida…! Debía ser una niña buena, siempre me dije a mi misma en momentos de cordura. Algún día, mi padre podría venir por mí. Fantaseaba y armaba un padre ideal con todas las partes lindas y agradables de personajes famosos y héroes de historietas.

A simple vista crecía como una niña normal y corriente. Pero era distante, y callada. Con el tiempo, me convertí en una adolescente apática y solitaria. Sin amor, sin amigos… Resentida. Para los de mi edad, era rara. Para mí, estaba podrida y amarga.  Sólo mi vecina, Doña Maura me escuchaba. Estaba senil, tenía 85 años.

¿Para qué rayos estaba en el mundo? ¿Por qué Dios me permitía vivir? Siempre confié en que en la misteriosa existencia de mi padre, estaba la respuesta.

—Cuando estés aquí, darás sentido a mi vida- confiaba, soñaba.

Pero el tiempo pasaba y mi vida de mierda seguía. La rutina de la escuela. Los pleitos entre mi madre y esos tipos… mi madre y los vecinos… mi madre y yo.

Y el deseo de morir volvía.

 

La primera vez ingerí todos los antidepresivos que ella consumía.  Apenas probar las pastillas me entraron unos cólicos tan fuertes, que me fue imposible contener el vómito. Estómago muy delicado, no podría morir por envenenamiento.

A los 15, tras una discusión con mi madre ebria, en la que me confesó haberse realizado 8 abortos y que yo sería el aborto número 9 de no haber fallado todos sus intentos. Fui a su habitación, saqué de la gaveta el arma del padrastro número 7,  puse el cañón en mi boca y halé el gatillo. Una… dos veces. El arma no disparó. Intenté una tercera vez, pero mi madre, se abalanzó sobre mi quitándome la pistola. El arma se disparó y perforó el techo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.