No diré que es amor

San Tristin

Febrero se acercaba, inquietando a la joven y dulce rubia, que quería preparar un bonito regalo para la chica que tenía su corazón. Sin embargo, no sabía qué hacer en primer lugar; todavía no les decía a sus padres el acoso en la escuela y sus sentimientos hacia una chica. Adoraba a sus padres, por esa misma razón, temía las reacciones que pudieran tener, aun así, no se rendiría, solo debía buscar las palabras indicadas.

Mientras hacía su tarea, buscaba que podía hacerle de regalo a Cassandra para "San Valentín", pegando un brinco de su silla al encontrar la idea perfecta, corriendo hasta la cocina donde se encontraba su nana, mostrando una amplia y brillante sonrisa a la anciana.

—¿Qué paso cariño? —preguntó la mujer mientras limpiaba sus manos, sonriendo al ver a su adorada niña alegre.

—¡Enséñame a hacer pastelillos! —la miro con sorpresa, la mujer se acercó, acariciando la mejilla de la joven, dejando un beso en su frente. Rox se ruborizó un poco, la mirada de la mujer era bastante clara —Por favor nana... esto será de vida o muerte.

—¿Acaso le vas a decir tus sentimientos al fin? —al recibir un asentimiento en respuesta, Genoveva sonrió, dejando otro beso en su frente, tomando su mano para que tomara asiento en la barra —Me siento orgullosa de ti, mi niña. Cada día siento que te conviertes en una mujer, una gran mujer. Exitosa, poderosa, maravillosa... hay dificultades, como siempre, la diferencia está en cómo las vas a tomar. ¿Te dejarás llevar por ellas o las asimilarás y usarás para mejorar? Mira, sé que a veces todo se puede ver negro y que no hay salida, uno se puede agobiar, pero, ¿sabes? A veces solo hay que detenernos, respirar y volver a andar, volver a ser fuertes, grandiosos, majestuosos como pavo real.

—Gracias, nana —sonríe, soltando algunas lágrimas, sintiéndose emocionada de que alguien la viera así, aunque fuera su adorada cuidadora.

—Entonces hagamos esos pastelillos.

Roxanne asintió, levantándose para seguir a su nana. Ya en la cocina, la mujer le puso un delantal y un gorro para cubrir el cabello de su niña adorada, empezando a hornear. Había sido una larga batalla, que al fin habían terminado; dejando que sus pastelillos se enfriaran un poco. Al asegurarse que estaban bien, apartó el gorro de su cabellera, soltando un suspiro, cansada y orgullosa, admirando la creación de ambas.

—Huele delicioso, a chocolate —Theodor, el padre de Roxanne, se asomó por la puerta, sorprendiendo a ambas; más a su pequeña, que se había sonrojado a más no poder —¿será nuestro postre de hoy?

Genoveva le dio una pequeña mirada a su niña, que negó vehemente en una respuesta casi automática. Al darse cuenta, el rojo subió a su rostro, no sabía cómo reaccionar o hablar ahora, aunque no hizo falta, pues hasta su padre se había dado cuenta de esa dulce y desesperada reacción. Le dolía un poco darse cuenta de que estaba dejando de ser su pequeña, y a su vez, le alegraba ver los pasos que avanzaba y a su vez, le ponía celoso; más no se alteraría, no frente a su princesa adorada, mantuvo la calma, observando a su «ya no tan» pequeña, tomando uno de los pastelillos, analizándolo.

—¿Acaso es un regalo? —Roxanne pegó un salto, asintiendo un poco, jugueteando con el extremo de su mandil, mirando de un lado a otro. El hombre sonrió con ternura, dándole un abrazo pequeño a su pequeña hija mayor —¿Puedo probarlo? Así sabré si es delicioso para... esa personita especial.

—E-esta, está bien... —soltó un suspiro, le dio una mirada a Genoveva y asintió. Volvió la mirada a su padre, que disfrutaba el pastelillo de chocolate con bastante gusto —¿está bien? Yo...

—Está delicioso, seguro le encantaran —Theodor le sonrió, dejando un beso en la cabeza de su adorada hija, tomando su rostro con dulzura, mirándola a los ojos. Para él seguía siendo su adorada niña, su princesa, su bebé, le costaba aceptar que ya era mayor y más al verla ponerse de esa forma por su primer amor —te deseo mucha suerte, seguro conquistas su corazón.

Observó a su padre salir de la cocina, sonriendo con calma. Esas simples palabras, viniendo de una de las personas más importantes para ella, le daban un poco de coraje, le entregaba un poco de aquella valentía que, últimamente sentía, le hacía falta.

 

 

14 de febrero

La rubia bajó del auto con calma, observaba a su alrededor, todo rojo y rosa pasteloso; globos de corazón, peluches y demás cursilerías de la fecha. Soltó un suspiro, dando una vista disimulada a su regalo. Una caja de color negro, adornada con stickers de caras de alien, naves espaciales, estrellas y planetas, siendo bastante obvio para quien era aquel regalo.

Recibía algunas miradas curiosas, de recelo, de odio, de ternura, pero a nadie le prestaba atención, iba en su propio mundo, feliz, teniendo en mente lo que haría al entregarlo. Tal vez confesarse, sonreír y quedarse en silencio, solo extenderlo a ella... había muchas opciones y no podía decidirse por una, sabiendo que su cerebro elegiría lo más vergonzoso, para acabarla de hundir socialmente.

Soltó un suspiro bastante pesado. Había decidido esperarla en la entrada, desde ahí podía verla entrar y sorprenderla, aunque eso también la hacía blanco de las críticas y burlas, que podían pasar fácilmente teniendo un objetivo en su cabeza, además de distraerse al ver sus suspiros convertirse en vaho, característico de las frías mañanas de invierno. Dejándose entretener para pasar por alto aquellas actitudes que le dolían demasiado y la hacían querer desaparecer y escupirla en un tiempo donde era más feliz, donde ya se llevaba mejor con Cassandra. Sin embargo, antes de eso, debía descubrir sus sentimientos...

Aun así,

Terminaría cayendo

De nuevo ante el amor.




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