No estaba en el plan

Capítulo 3: Un encuentro inesperado

La jornada de Clara comenzó como cualquier otro día, con el sonido de su despertador sonando mucho antes de lo que hubiera querido. Se frotó los ojos, estiró los brazos y miró la hora en su celular. Eran las 7:30 a.m. y, por alguna razón, sentía que el cansancio de la boda aún la perseguía. No era el tipo de persona que se arrepentía de sus decisiones, pero interrumpir una boda con una frase como "¡Yo me opongo!" tenía sus consecuencias, y las dudas rondaban su mente como un eco persistente. A pesar de todo, su tarea del día estaba clara: sobrevivir al trabajo.

Con una mirada rápida al espejo, Clara aprobó su look del día: una blusa blanca de lino con unos pantalones de tiro alto y un par de zapatillas cómodas. El viento fresquito que entraba por la ventana le dio un toque de optimismo. “Hoy será un buen día”, se dijo a sí misma, aunque no podía evitar sonreír al pensar en el caos que había causado el día anterior.

Su trabajo en la agencia de publicidad no era lo que podría considerarse "convencional". Clara era creativa, impulsiva, y si bien a veces podía parecer que se tomaba las cosas a la ligera, sus resultados hablaban por sí mismos. Se encargaba de coordinar campañas para grandes clientes, pero siempre de su propia manera, sin muchas formalidades. Ese día, sin embargo, estaba a punto de enfrentarse a algo diferente. El cliente más estricto de la agencia había solicitado una reunión urgente, y Clara sabía que el tono relajado de su estilo no iba a ser suficiente para impresionarlo.

—Clara, ¿has terminado con la presentación para el cliente de mañana? —le preguntó Lara, su compañera de trabajo, con una mirada severa mientras revisaba unos papeles.

—¡Sí, claro! —respondió Clara, un poco demasiado rápido. Lara levantó una ceja, pero Clara ya estaba fuera de la oficina, buscando los detalles de última hora.

La reunión fue lo que Clara había anticipado: un mar de detalles complicados, metas ambiciosas y, por supuesto, la cara de desaprobación del cliente, que parecía que nunca estaba satisfecho. Clara, aunque no del todo impresionada por la formalidad del momento, se encargó de todo con una sonrisa. Tenía esa capacidad de hacer que las cosas funcionaran, incluso cuando su forma de trabajar era el caos más organizado.

—Creo que lo tenemos —dijo finalmente Clara, después de una hora de negociaciones. Se sintió orgullosa, aunque agotada.

Después de ese torbellino de trabajo, decidió que necesitaba un descanso. Salió de la oficina alrededor de las 7 p.m., con la mente llena de tareas pendientes y decisiones importantes. Pero antes de enfrentarse al inevitable estrés del día siguiente, se dio cuenta de que lo único que realmente deseaba era desconectar por un rato.

Sin pensarlo mucho, decidió ir al bar que estaba cerca de su oficina. Un lugar tranquilo, con luces bajas y música suave, perfecto para relajarse después de un día tan intenso. La idea era no pensar en nada más que en disfrutar su bebida y olvidar los problemas laborales por unas horas.

Cuando entró, el ambiente cálido y relajado la acogió. Se dirigió al bar, ordenó un gin-tonic y se acomodó en una de las mesas cerca de la ventana. Observaba el reflejo de las luces sobre el vidrio, absorta en sus pensamientos, cuando de repente, algo —o más bien, alguien— la hizo levantar la vista.

Allí estaba él: Julian Cole. El hombre que había interrumpido su vida el día de la boda. De pie junto a la barra, tomando un trago solo, lucía exactamente igual de atractivo, solo que ahora con una ligera aura de relajación que no había tenido en el evento.

Clara no pudo evitar sonrojarse un poco al verlo. ¿Qué estaba haciendo él allí? No había intercambio de números, ni se había vuelto a ver desde aquel caótico momento en la boda. Pero ahí estaba, como si el destino tuviera una extraña forma de ponerlos de nuevo en el mismo lugar.

Julian levantó la vista y sus ojos se encontraron. Clara sintió un pequeño golpe en el pecho. Era como si todo se hubiera detenido un segundo. Ella había estado tan centrada en sus pensamientos que no había notado que él la había visto entrar. Fue él quien rompió el silencio.

—¿Nunca te cansas de sorprenderme? —dijo con una sonrisa divertida.

Clara arqueó una ceja y, sin pensarlo demasiado, se acercó a la barra. No iba a mostrar que estaba algo nerviosa, ni que en el fondo había un pequeño tumulto de pensamientos en su cabeza.

—No soy yo quien sorprende, sino tú —respondió con una sonrisa traviesa, tratando de desviar la atención. —¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que tú, parece. Desconectar —respondió Julian, aún con esa calma que lo caracterizaba, como si nada lo alterara.

Clara no pudo evitar notar la diferencia en sus actitudes. Él, tan sereno, casi como si estuviera de vuelta de todo. Ella, por otro lado, tan espontánea, aún con esa chispa juvenil que no podía ocultar.

Se sentaron en la barra, el espacio entre ellos marcado por una diferencia de personalidades que Clara sentía más y más conforme pasaban los minutos. Mientras ella bromeaba sobre las situaciones absurdas de la boda, Julian respondía con comentarios mucho más reflexivos, casi filosóficos.

Clara no pudo evitar soltar una risa nerviosa cuando él hizo un comentario sobre su impulsividad.

—Tienes una forma muy... única de abordar las cosas —dijo él, y Clara levantó una ceja.




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