No estaba en el plan

Capítulo 13: La línea difusa

La niebla de la mañana se alzaba lentamente sobre la ciudad, como un velo que ocultaba las calles aún vacías, mientras Clara recorría las aceras con pasos rápidos, casi automáticos. Había decidido ir a la cita con Julian, no porque estuviera completamente convencida, sino porque sentía que había cruzado un umbral del cual ya no podía regresar. El mensaje en su teléfono aún retumbaba en su mente, la advertencia de que alguien la estaba usando, de que todo era una trampa. Pero, ¿quién era esa persona? ¿Y por qué no confiaba en Julian? Su instinto le decía que algo no encajaba, pero la lógica, la pura necesidad de respuestas, la mantenía al pie del cañón.

Al llegar al lugar acordado, un pequeño bar en el centro de la ciudad, Clara se detuvo un momento frente a la puerta, observando su reflejo en el cristal. Había algo diferente en ella, una sombra en su mirada, como si ya no fuera la misma que había llegado hace solo unas semanas a este mundo lleno de secretos. Se pasó una mano por el cabello, respiró hondo y entró.

Julian ya estaba allí, como siempre, con su porte tranquilo y esa calma que a veces resultaba inquietante. Estaba sentado en una mesa en el rincón más oscuro del local, mirando la pantalla de su computadora portátil. Cuando Clara se acercó, él levantó la vista y le dedicó una sonrisa que no alcanzaba a alcanzar sus ojos. Era una sonrisa ensayada, una que Clara había visto en demasiadas personas antes de entrar en este juego peligroso.

—Gracias por venir —dijo Julian, cerrando la laptop lentamente antes de hacer un gesto hacia la silla frente a él—. Sabía que no me dejarías colgado.

Clara se sentó, pero no apartó los ojos de él ni un segundo. Estaba buscando algo. Una fisura, una grieta en su comportamiento, algo que le dijera que estaba equivocada, que él no estaba involucrado en todo esto. Pero no encontró nada. Al menos no de inmediato.

—Tienes que decirme qué está pasando, Julian. Ya no puedo seguir jugando a este juego sin saber la verdad —su voz, aunque firme, delataba una ligera inseguridad. Se sentía atrapada, como si una fuerza invisible estuviera apretando cada vez más fuerte alrededor de su pecho.

Él la miró, pero no parecía sorprendido. Había algo en su expresión, como si ya estuviera esperando esa pregunta, como si todo lo que había sucedido hasta ahora fuera parte de un plan calculado y meticulosamente ejecutado.

—Lo que te he dicho es lo que sé, Clara —respondió, y aunque su tono era suave, había una dureza en sus palabras que dejaba claro que no estaba dispuesto a revelar más de lo que ya había dicho—. Pero hay algo más que tal vez no te he contado, algo que he estado evitando.

Clara frunció el ceño, la tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo. Ella sabía que algo se estaba ocultando, algo que él no quería compartir. Algo que él no podía compartir, tal vez.

—¿De qué estás hablando? —su voz era casi un susurro, pero cargada de una urgencia palpable. El miedo, esa sensación que siempre la había impulsado a mantenerse un paso atrás, empezaba a desbordarse en su interior.

Julian respiró hondo, como si finalmente hubiera tomado la decisión de revelar lo que había estado ocultando. Pero en lugar de hablar, sacó de su bolsillo una pequeña tarjeta y la deslizó hacia Clara. Era una tarjeta de presentación, pero no estaba marcada con un nombre o un cargo, sino con una serie de números y letras. Algo que no tenía sentido.

—Esto —dijo, mirando a Clara a los ojos—, es lo que estás buscando.

Clara tomó la tarjeta con manos temblorosas. La miró de cerca, pero no podía entender lo que significaba. Había algo en esos números que parecía familiar, pero no sabía qué era. La sensación de confusión la invadió por completo, pero antes de que pudiera hacer otra pregunta, un sonido interrumpió el momento.

La puerta del bar se abrió de golpe, y un hombre entró rápidamente, mirando alrededor con cautela. Sus ojos se fijaron en Julian, y una expresión de sorpresa cruzó su rostro. Clara sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Algo en la mirada del hombre le dijo que no era una visita de cortesía. Había tensión en el aire, una tensión que hacía que todo pareciera más peligroso de lo que ya era.

El hombre se acercó a la mesa sin perder de vista a Julian, y Clara observó cómo se tensaba su mandíbula, cómo sus dedos se apretaban alrededor de la taza de café. El silencio en la habitación era denso, cargado de significados no dichos.

—¿Es ella? —preguntó el hombre, con una voz baja pero clara.

Julian levantó una ceja, pero no respondió de inmediato. Clara no podía dejar de mirarlo, sin saber si estaba jugando un papel o si de verdad estaba tan involucrado en algo tan grande.

—Sí —respondió Julian finalmente, su tono ahora serio, casi calculador—. Es ella. Pero aún no es el momento. No ahora.

El hombre asintió, como si la conversación estuviera decidida, y luego se giró hacia Clara, su mirada ahora fija en ella. Había algo en esa mirada que la hizo sentir incómoda, como si estuviera siendo observada no solo como una persona, sino como una pieza de un rompecabezas mucho mayor.

—Te están observando —dijo el hombre, sin rodeos—. Y no solo a ti. A todos los que están cerca de ti.

Clara sintió que la sangre se le helaba. Algo no estaba bien. De repente, el mensaje en su teléfono y las advertencias empezaron a cobrar más sentido. Pero, ¿quién estaba detrás de todo esto? ¿Quiénes eran estas personas, y por qué se había convertido en el objetivo?




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