El almacén estaba tan oscuro como una pesadilla. Las pocas luces exteriores parpadeaban, dejando sombras danzantes que jugaban con mi imaginación. A lo lejos, una camioneta negra sin distintivos estaba estacionada, vacía, como un centinela que vigilaba el terreno. El aire olía a óxido y aceite viejo. Esto era lo más cerca que había estado de enfrentar algo más grande que yo misma.
Apreté la correa del bolso cruzado que llevaba con el arma. No había usado una en mi vida, pero tenerla me daba una extraña sensación de poder. Mi mente iba en círculos mientras esperaba, apoyada en una columna de hormigón a unos metros del almacén.
—Llegaste temprano. Eso es bueno —dijo una voz a mis espaldas, haciendo que girara de golpe.
Era el hombre del teléfono. Alto, con cabello oscuro peinado hacia atrás y ojos tan fríos como el acero. Vestía de negro, y llevaba un maletín.
—¿Quién eres? —pregunté, manteniendo mi distancia.
—Llámame Alex. Y antes de que preguntes, sí, estoy aquí para ayudarte. Pero no sin condiciones.
—¿Condiciones? Estoy aquí para salvar a Julian, no para hacer tratos.
Él soltó una breve risa seca, sin rastro de humor.
—Si quieres salvarlo, tendrás que jugar según las reglas. Ellos no son principiantes, Clara. Ni tú ni yo podemos enfrentarlos de frente y salir vivos.
Fruncí el ceño, pero sabía que tenía razón. No tenía idea de cuántos hombres había dentro, ni qué tan armados estaban. Alex notó mi duda y abrió el maletín. Dentro había planos del almacén, un dispositivo pequeño que parecía un detonador, y un transmisor de radio.
—Esto no es solo un rescate. Es una operación —dijo, extendiendo los planos hacia mí—. Él está en esta sección, probablemente custodiado por dos o tres hombres.
—¿Cómo sabes todo esto? —pregunté, tomando los planos.
—Digamos que tengo mis fuentes. Pero menos preguntas y más acción. Si no nos movemos pronto, será demasiado tarde.
Mi corazón latía con fuerza mientras estudiaba el diseño del edificio. Sabía que Alex era probablemente tan peligroso como las personas dentro, pero no tenía otra opción.
—Bien. ¿Qué hacemos primero? —dije, intentando sonar más valiente de lo que me sentía.
Alex me entregó el transmisor.
—Coloca esto en el cuadro eléctrico principal. Cortará las cámaras y las luces durante exactamente tres minutos. Eso será suficiente para que entremos sin que nos vean.
—¿Y después?
—Yo me encargo de los guardias. Tú vas por Julian.
Asentí, aunque cada fibra de mi ser gritaba que no era buena idea. No había tiempo para planear más. El tiempo era un lujo que Julian no tenía.
Dentro del almacén
El silencio era opresivo mientras me movía entre las sombras, siguiendo las instrucciones de Alex. Llegar al cuadro eléctrico fue más fácil de lo que esperaba, pero mis manos temblaban mientras colocaba el dispositivo.
—Listo. ¿Ahora qué? —murmuré por el transmisor.
—Retrocede y espera mi señal. Tres minutos empiezan ahora.
Las luces parpadearon y se apagaron, sumiendo el lugar en una oscuridad casi absoluta. Solo algunas linternas a lo lejos cortaban la negrura. Contuve la respiración mientras escuchaba pasos y murmullos de los guardias que intentaban entender qué estaba pasando.
Alex era eficiente. Lo vi moverse como una sombra, derribando a los hombres sin hacer ruido. Cuando la señal llegó, su voz sonó en el transmisor.
—Zona despejada. Es tu turno, Clara.
Respiré hondo y corrí hacia la dirección que él me había indicado. Los pasillos eran estrechos, con cajas apiladas a ambos lados. Finalmente llegué a una puerta de metal cerrada con un candado.
Dentro, escuché la voz de Julian.
—¿Van a matarme o solo disfrutan verme aquí? —dijo con tono sarcástico.
—Cállate —respondió otro hombre, con un acento grueso.
Mi corazón se aceleró. Saqué el arma del bolso, aunque no tenía idea de cómo usarla correctamente. Pero no había vuelta atrás.
Empujé la puerta con todas mis fuerzas, entrando de golpe. Los dos hombres armados me miraron sorprendidos, y por un segundo eterno, nadie se movió.
—¡Suéltalo! —grité, apuntándoles con el arma, aunque mi mano temblaba.
Uno de los hombres se rió, dando un paso hacia mí.
—¿Qué vas a hacer, niña? Ni siquiera sabes cómo sostener eso.
En ese momento, Alex apareció detrás de ellos, rápido como un relámpago. Golpeó al primero con la culata de su pistola y disparó al segundo en la pierna, haciéndolo caer con un grito.
—Buena distracción —dijo Alex, sonriendo levemente.
Corrí hacia Julian, que estaba atado a una silla, y comencé a desatarlo.
—¿Estás bien? —pregunté, mi voz quebrándose un poco.
—Ahora que estás aquí, sí —respondió, mirándome con una mezcla de alivio y sorpresa—. ¿Cómo me encontraste?
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romance contemporaneo, suspenso y misterio, drama psicológico
Editado: 15.02.2025