Mat
Aceleré lo más que pude hasta un callejón, pero los malditos parecían tener ojos de halcón que no me perdían de vista. Cuando por fin pude perderlos, me descuidé mirando hacia atrás, asegurándome que no iban detrás de mí y cuando volví mi vista al frente, casi choco a una chica que estaba corriendo por el mismo lugar.
Mierda.
Tuve que hacer una maniobra para no chocarla, y terminé volcando con la moto. Carajo.
Me senté en el suelo y la chica se acercó a mí por la espalda.
—¿Te lastimaste?—Pregunta con cautela, me saqué el casco y la miré por encima del hombro.
Me puse de pie como pude porque la pierna izquierda me dolía un poco. Iba a responderle que era una estúpida por no fijarse por dónde iba, pero el sonido de las motos me hizo cambiar de opinión.
No pregunten por qué, pero no podía dejarla sola y que la lastimen o terminen chocándola a ella como casi lo hago yo, tuve que agarrar su muñeca y corrí con ella para escondernos. Llegamos a un lugar más apartado, donde estaba seguro que no nos iban a ver.
—¿Qué...?—Tapé su boca y le hice un gesto para que callara.
Miré por encima de su hombro y parecía que al final sí me perdieron de vista.
En sus caras pedazos de imbéciles. Ni de matones sirven.
Me burlé mentalmente de esos idiotas y volví a la chica que tenía frente a mí con mi mano en su boca. La miré a los ojos, parecían color avellana, pero no estaba seguro por la falta de luz. Bajé lentamente la mano y me alejé un poco.
—¿Qué fue eso?—Preguntó ella, agitada.
—No importa. Ya se fueron. Ya no hay peligro.—Le resté importancia.
—¿Siempre andás manejando como un loco?—Me interroga como si fuera de su importancia. Como si nos conociéramos.
—¿Dónde estaría la adrenalina?—Respondí con una sonrisa de satisfacción.
—Yo preferiría no morir antes que sentir drenalina.
Solté un bufido—. Lo único que me faltaba, chocar con una minita ortiva.—Ironicé.
Ella se indigna—. Yo no soy ninguna minita. Y tampoco soy ortiva. Sino una persona prudente.
Sonreí. Era tan chiquita que me causaba gracias y sobre todo al ver que le sacaba como dos cabezas.
—Está bien, señorita prudente. ¿Por qué está en este callejón y corría como una loca?—Me fulminó con la mirada y apretó los labios.
—No te conozco, no tengo por qué darte explicaciones.—Volví a sonreír y la copié.
—No te conozco, no tengo por qué darte explicaciones.—Repetí por sus acusaciones anteriores.
Me miró con mala cara y dio media vuelta para irse, pero se agarró de mi brazo tomándome desprevenido.
—¿Estás bien?—Pregunté borrando mi sonrisa.
Ella no respondió, pero tuve que agarrarla en mis brazos cuando perdió la consciencia.
Mierda. ¿Y ahora qué hago?
Genial. Lo que me faltaba. Tener que socorrer a una chica que no conozco. No podía llevarla en la moto, así que tuve que pensar en otra cosa.
La recosté en el suelo con cuidado y fui a esconder la moto, ya mañana antes de ir a la escuela la vendré a buscar, tuve que pedir un taxi lo más rápido posible y la llevé a la clínica.
—Necesita un médico urgente.—Le avisé a una médica que pasaba por ahí.
—Póngala acá, el médico Sarinas la va a atender.—Me hizo recostarla en una camilla y yo tomé asiento a su lado en una silla a esperar.
Mientras ella dormía bajo la luz de la habitación, pude observarla mejor de lo que pude en esa calle sin una pizca de luz.
Tenía el pelo castaño claro casi rubio, hondas y largo, dormida en esa cama parecía la bella durmiente, pero tenía aires a Rapunzel por su pelo largo. Era muy linda. Tenía una belleza etérea, me atrevería a decir.
¿Qué me pasa? ¿Yo siendo cursi? Qué asco. Menos mal que mis pensamientos no se leen, sería realmente un bochorno que me costaría mucho superar.
Cuando se removió supe que estaba despertando, así que adopté la postura seria y esperé hasta que me notara.
—Mmm...—Se sentó con la espalda en la pared y le tomó unos segundos orientarse—. ¿Dónde estoy?—Pregunta tocando su frente y recién es cuando me nota.
—Perdiste la consciencia y te tuve que traer al hospital.
Respondí con tono serio, como si me diera lo mismo. Ella miró a su alrededor y parecía asustada, quiso levantarse pero se lo impedí.
—No... Justo este hospital no...—Parecía que estaba muy asustada, yo no entendía nada.
—Era el hospital más cercano.—Respondí con la misma seriedad. Después de mis pensamientos cursis necesitaba hacerme el duro. Fue humillante, aunque solo yo sea el testigo de eso.
Ella suspira y vuelve al vano intento de querer irse pero otra vez la agarro del brazo.
—No nos conocemos, ¿por qué no te vas y me dejás hacer lo que creo mejor?—Intenta convencerme.
Manteniendo mi postura seria, la miro con los ojos entrecerrados y me inclino levemente hacia ella.
—No soy tan imbécil como para dejarte y hacer lo que te plazca. No me voy hasta que no llegue el médico.—Sentencié.
Ella me dedicó una mirada asesina y refunfuñando se sentó golpeando su espalda en la pared.
Caprichosa resultó ser la princesa.
Debe ser hija única.
Cerró los ojos como si no quisiera ver lo que pasara a continuación.
—Hola, Mara.—Dice el médico.
Ella apretó los labios como si quisiera desaparecer—. Hola Tincho.—Así que se conocen, por eso ella no quería venir.
El doctor me mira esperando a que le cuente qué pasó y yo suspiré. Esto me pasa por querer ser caritativo con las personas que no conozco, y más con las cara bonita como ella.
—No la conozco, simplemente la crucé en la calle...
—Casi me atropellás, mejor dicho.—Señala ella.
—Y se desmayó, de la nada perdió la consciencia.
El doctor asiente y hace un ademán para que ella se ponga de pie. Tuve que atajarla para que no se desplomara en el suelo. La agarré en mis brazos al mismo tiempo que largué un suspiro y la dejé de nuevo sobre la camilla, ella me miró avergonzada y yo le devolví una mirada inquisitiva.
Editado: 22.04.2025