No me olvides..

CAPITULO 3

El fin de semana había pasado tan rápido que mis hermanos estaban quejándose, ansiosos por quedarse más tiempo.

—Mañana tienen escuela, niños, y saben que no pueden faltar. De lo contrario, papá no los dejará salir conmigo de nuevo. —escuché un bufido proveniente de ellos.

Durante estos dos días, los gemelos habían jugado, comido y visitado tantos lugares en aquel parque que parecía más un pueblo. Se habían divertido tanto que estaban exhaustos y tuve que cargarlos al auto yo misma, ya que estaban medio dormidos.

Al subir al auto y abrocharme el cinturón, me di cuenta de que Derek, el gemelo de cabello rubio, me observaba en silencio mientras encendía el auto.

—Hermana —murmuró—, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Por supuesto —respondí con una sonrisa, notando la seriedad en su rostro.

—¿Por qué no muestras tus verdaderos ojos? —preguntó con gravedad—. Desde que te fuiste de casa con Will, siempre usas un color diferente en tus ojos. Incluso la gente que es fanática tuya piensa que el café es tu color natural.

Mi hermano tenía razón. Desde que fui a la universidad, decidí usar pupilentes para evitar preguntas incómodas o molestias.

—Bueno, no quería que la gente viera mis ojos y se asustara —suspiré—. Dicen que son raros e incluso fenómenos, ya que no tengo el síndrome de Alejandría, lo que hace que me vea demasiado peculiar. Además, no me gustan; siempre tengo problemas por mis ojos. Hubiera preferido nacer con ojos café o unos azules como los tuyos.

—Eres una tonta —resopló.

—¡Ey! —exclamé, sintiéndome un poco ofendida—. Respétame, soy tu hermana mayor.

—Es que he visto muchas fotos tuyas de cuando estabas en la preparatoria y tus ojos eran hermosos, bueno, siempre lo has sido —respondió, sorprendiéndome. Ellos nunca elogiaban a nadie, especialmente Derek, quien siempre actuaba con seriedad.

Lo extraño era que parecía haber escuchado esas palabras de alguien más, pero no recordaba exactamente quién. Tal vez fue William, quien siempre me defendía de cualquier comentario sobre mis ojos.

—Tus ojos naturales son preciosos, además los lentes de contacto pueden afectar tu vista —dijo bostezando—. Deberías dejar de usarlos.

—Lo pensaré —respondí antes de que se quedara dormido.

Estaba a diez minutos de llegar a la casa de mis padres cuando una llamada entró en mi móvil. Era Marlen.

—Dime, Marlen, ¿qué sucede?

—¿Estás en casa? —preguntó Marlen al otro lado del teléfono, su voz sonaba agitada, seguramente estaba haciendo ejercicio.

—No, estoy en Palencia justo ahora. Más exactamente, llevando a mis hermanos a casa de mis padres. ¿Por qué?

—Oh, quería preguntarte si asistirás mañana a la entrevista.

—No lo sé. De hecho, estaba pensando en dormir en casa de mis padres. Después de todo, ya son cerca de las ocho y hasta que llegue a Madrid será medianoche.

—¿Y no podrías regresar en tren? Prometiste que estarías en esta entrevista. Además, estará Helen, quien ha deseado verte desde hace mucho tiempo.

—Entonces me regresaré mañana a primera hora.

—El problema es que debemos estar cerca de la casa de Helen a las ocho de la mañana para discutir sobre los diferentes libros antes de que empiece la entrevista a las once. Sabes que ella vive a dos horas de Madrid.

—Bien, intentaré llegar hoy mismo entonces. No quiero decepcionar a Helen ni a ti, quienes han sido mi apoyo durante todo este tiempo.

—De acuerdo, regresa con cuidado. Si necesitas que vaya a verte, avísame y voy con Royer. Adiós —se despidió.

Marlen había sido mi editora y quien se encargaba de arreglar mis desastres, era como mi representante o mi mano derecha. Además, ella también se encargaba de ilustrar las imágenes en los libros que había escrito. Había sido un gran apoyo para mí, al igual que Helen, quien confió en mí y apostó por mi talento cuando leyó uno de mis libros, maravillándose y diciendo que el mundo debía conocer mi imaginación. Hacía unos dos años que no nos veíamos debido a los viajes que ella tenía con los distintos escritores de su editorial y a mis propias salidas del país en algunas ocasiones.

Al llegar a la casa de mis padres, toqué la bocina del auto para que mi madre saliera a ayudarme a llevarlos, pues aún seguían dormidos y no quería despertarlos. Sabía que a esta hora mi padre solía estar en la oficina los domingos por la noche, revisando casos para traer a casa

Sin embargo, cuando la puerta se abrió, fue mi padre quien salió en lugar de mi madre. Al verlo, con su cabellera roja y algunos mechones blancos, y su entrecejo fruncido, me quedé paralizada.

Sabía lo que se venía.

—Padre —hablé en un susurro mientras tomaba a uno de mis hermanos en brazos y al otro gemelo con el otro brazo. Él seguía siendo muy fuerte y alto, en comparación conmigo, que apenas alcanzaba a medir 1,60 cm mientras él sobrepasaba los 1,85 cm—. ¿Cómo estás?

—Como siempre he estado, con la cabeza bien puesta dirigiendo la firma de abogados, algo que tú también deberías haber estado haciendo —respondió con seriedad mientras se acercaba y cerraba la puerta detrás de mí, sintiendo una punzada en el corazón que me estremeció.

—Sabes que ahora tengo otra carrera que disfruto...

—Ser escritora no es una carrera, es un juego del cual luego te cansarás y terminarás sin nada, arrepentida por desperdiciar tu vida de esa manera, en vez de seguir con la carrera de derecho que habías empezado —me reprochó.

—Eso no es cierto, no es ningún juego del que me arrepentiré —dije apretando los dientes.

—Claro que lo es y agradecería que no influenciaras a tus hermanos con ese tipo de sueños e ilusiones. No quiero que mis hijos tomen malas decisiones como tú, Celineli.

—Yo también soy tu hija —expresé con dolor, con la mirada en el suelo.

—Pues no lo parecieras.

—¡Stev! —intervino mi madre molesta—. Deja de decirle esas cosas, si ella no quiere ser abogada como tú, esta bien.



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En el texto hay: fantasia, tristeza, amor

Editado: 01.10.2024

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