Dejó caer pesadamente el par de cajas que traía entre brazos causando un sonido estrepitoso. Las personas a su alrededor lo miraron extrañados, mientras él se limitaba a rebuscar entre los bolsillos de su pantalón.
—Maldita sea—masculló irritado continuando con su búsqueda sin percatarse que alguien se había parado a su lado— ¿Dónde están las malditas llaves?
— ¿Te refieres a estas? —la pregunta le provocó un sobresalto. Volteó hacia el lugar de donde provenía la voz, topándose de inmediato a un chico pelirojo con una enorme sonrisa marcada en el rostro. Este sostenía las llaves frente a su cara—Se te cayeron en los escalones—Se las entrego sin dejar de mirarlo—Tu condición física es admirable, usualmente el resto prefiere usar el elevador.
— ¡¿Tenemos elevador?¡ Y yo jodiendome la espalda cargando estas porquerías—se quejó dándole una ligera patada a las cajas—Buena manera de dejar en claro que soy nuevo aquí.
— Tú debes ser Ford, mi nombre es Kyle—le extendió la mano siendo respondido de inmediato con un apretón firme—Soy el encargado de este piso, aunque en realidad solo cuido que nadie haga explotar algo por ahí...¿Así que te asignaron la 302?—La expresión burlesca con la que se había presentado desde el principio desapareció por un corto momento al mirar la puerta de la habitación frente a ellos, este detalle no pasó desapercibido para Ford—Bueno, te dejo para que puedas acomodar tus cosas, estaré en el 307 por si necesitas algo—de nuevo repitieron el apretón de manos—Siéntete en casa Ford.
Una sonrisa apareció en el rostro del rubio en cuanto vio al otro irse. Había sido un encuentro muy corto, pero era su primer acercamiento con lo que sería su nueva vida.
Por fin estaba en la universidad.
Era su oportunidad para demostrarle a sus padres que no era solo un problemático. Por supuesto que no los culpaba por pensar en él de esta manera, más aun cuando solo unos meses atrás fue arrestado por allanamiento de morada. Además de otras situaciones del pasado.
No es como si él buscara meterse en problemas, todo lo contrario, trataba evitarlos a toda costa. No obstante, justificar sus acciones frente a otros le parecía imposible.
¿Cómo podría explicar que la razón de muchos de sus deslices era el acoso constante que recibía por parte de espíritus errantes que exigían su ayuda? Por supuesto, sin sonar como un completo lunático.
El ser capaz de ver a estos espectros no era nada nuevo para él. La vida no tardó mucho en sacar a relucir sus supuestos "dones", solo seis años.
Nunca olvidaría el colosal regaño que recibió por "mentir" al decir que su abuela estaba en su habitación...justo después de su funeral.
Lo único positivo que saco de ese día fue la aclaración que la anciana le dio acerca de su habilidad.
Ella fue quien le explicó que cuando una persona muere, su espíritu sale de su cuerpo y su destino es abandonar el mundo terrenal. Al menos ese es el proceso normal. Sin embargo, en muchas ocasiones esto no es posible, pues el fallecido aun tiene compromisos o situaciones en este mundo que le impiden avanzar y hasta que estos sean resueltos, se quedan atrapados en nuestra realidad en forma de fantasmas.
Y su trabajo como vidente o médium, como su abuela solía decirle, era ayudar a esas almas a liberarse.
Cuando escuchó esto siendo solo un niño se emocionó, se imaginaba a sí mismo como un superhéroe que ayudaría a personas, y más aun cuando logró que su propia abuela pudiera descansar. Lamentablemente su mente inocente no le dejaba ver la realidad a la que más tarde se tuvo que afrontar.
Sus días transcurrían con voces a su alrededor suplicándole su ayuda. Entes arremolinándose frente a él en cuanto notaban que podía verlos.
Pero había decidido que era tiempo de alejarse de todo eso. Intentar por primera vez en su vida una existencia relativamente normal.
Otra razón para estar justo en ese momento en las instalaciones universitarias.
Dejando sus pensamientos de lado, por fin pudo abrir la puerta de lo que sería su hogar por los próximos años.
Era una habitación sencilla, tenía todo lo que necesitaba. Además de un baño personal, tenía una mesa de noche, un escritorio amplio, un armario de buen tamaño y una cama que robo su atención de inmediato.
Lamentablemente no fue la apariencia cómoda que esta tenia la que causo esto.
Sintió como un nudo en su estomago comenzaba a formarse, al tiempo que sus hombros se tensaban y un suspiro de fastidio salía de su boca.
Sentado en su cama, mirando perdidamente hacia fuera de la ventana, estaba un muchacho. Por la posición en la que se encontraba no podía ver su rostro, pero las cadenas en sus tobillos y muñecas, además de una apariencia ligeramente translucida dejaban en claro lo que temía.
—Joder.