No puedo odiarte.

Capitulo 3. Nice.

Hoy ha sido un día interminablemente largo y duro para mí. No dormí anoche bien, porque estaba preparando el examen de derecho comercial. Después fui a la universidad, donde tuve ese mismo examen, luego fui con mi amiga Eva a la manifestación por los derechos de las mujeres y no sé quién más, porque la gente allí era de más varias pintas, que poco parecían a las mujeres.

Desde luego no me interesaba mucho esa reunión, pero no pude negar, porque Eva era mi única amiga y defensora de todos los seres reprimidos y ofendidos, incluida yo. Nos conocimos la primera semana de la universidad, cuando un grupo de las chicas “perfectas” encontraron en mi un punto débil y estaban acosándome. Ese día ellas habían decidido burlarse de mí después de clase, cuando yo hacía cola en el comedor. Estas arpías me empujaron contra la pared, me vertieron cola-cao en la cabeza, me pusieron el vaso de plástico en la cabeza y lo grabaron todo en un teléfono.

Al ver el miedo indescriptible en mis ojos, Eva entendió todo rápidamente y decidió actuar. Las grabo con su teléfono y las amenazó, que escribirá un artículo en el periódico universitario y entregará ese video al decano, si ellas una vez más se acercan a mí. Desde ese momento Eva siempre estaba a mi lado, aunque estudiaba periodismo y no derecho como yo.

Era mi gran apoyo, al igual que su familia, cuando murió mi abuela, también a menudo me prestaba dinero para llegar al fin del mes. En unas palabras era muy importante para mí y no pude negarle una cosa tan insignificante, como participar en una reunión de las feministas.

Después de escuchar dos horas los gritos y discusiones, que no llevaban a nada, fui al trabajo. Trabajaba media jornada como limpiadora en el mismo hospital, donde estaba ingresada mi abuela. El médico, que llevaba su enfermedad, me ofreció ese trabajo. Seguramente porque le daba pena ver una pobre huérfana que acababa de perder su único familiar.

Por eso hoy estaba muerta de cansancio y lo único que quería era llegar a casa, donde me esperaba un baño caliente y una infusión de tila. Pero un hombre de unas pintas muy sospechosas me paró en la calle.

— Señorita, — una mano con un borde de color de luto debajo de las uñas apretó mi muñeca y me paró. — ¡Tengo un regalo para sus hijos!

— ¡No necesito tu juguete! - dije irritada, aparté a un lado su mano sucia con un caballo de madera, manchado de algo y descolorido.

— ¡Es muy bonito caballo! ¡Por solo veinte dólares!

— No quiero nada, déjame en paz. - contesté con una mueca de disgusto, me liberé mi mano de su agarre e intenté seguir mi camino.

— No puedo. Tengo muchas ganas de venderle este maravilloso caballo. ¡Cómpremelo! Se lo dejo en diez dólares. — El vagabundo no se quedó atrás ni un solo paso.

No necesitaba este juguete, ni siquiera regalado, sobre todo de las manos sucias de un tipo como este, que probablemente lo robó en alguna parte. Varias veces intenté esquivarlo, pero este mendigo estaba muy insistente.

Me detuve y lo miré con hostilidad. Era un hombre de edad indeterminada, bastante alto, vestido con una chaqueta deportiva gastada, pantalones sucios y unos ridículos zapatos sin calcetines. En una mano, sujetaba “el artículo de la venta”. En la otra, tenía una bolsa de compras de un famoso super, donde algo tintineaba sospechosamente. Probablemente eran las botellas vacías.

— Escucha, no tengo hijos, — grité con la esperanza que alguien me escucha y ayuda, — y no me gustan los hombres sucios y malolientes que, solo saben mendigar en las calles.

— No. — los ojos grises de vagabundo brillaron con un frio. – Yo no mendigo, como tú has dicho. Estoy trabajando. Vendo cosas. Se llama vendedor.

De verdad me sorprendió. Nunca escuché hablar así un mendigo, por eso bajé mis humos.

— Sabes, yo, por extraño que te parezca, también trabajo. — dije ya con un poco de duda. — Y no voy a malgastar mi dinero, que gano con trabajo duro, en unas tonterías.

— El caballo no es una tontería. Esta es un juguete divertido y educativo. — El vagabundo me bloqueó el paso.

-No tengo hijos. – dije con una esperanza miré a mi alrededor, pero no había nadie cerca. “¡¿Para qué me involucré en una discusión con este tipo?! Por qué no pude seguir mi camino.

— Da igual, cómpralo para ti. — Escuché su voz persistente en mi oído.

— ¿Qué quieres de mí?

— Compra el caballo.

— ¡Oh Señor! ¡Dame tu caballo y finalmente déjame en paz!

Yo abrí mi billetera y vi que no tenía dinero, solo un billete solitario de cincuenta dólares y pensé: “¿Por qué a mí me pasan estas cosas?” Era una tontería esperar, que el vagabundo mostrara conciencia y devolviera el cambio. Yo suspiré profundamente y le entregué al hombre el único billete.

— Toma. ¿No habrá cambios, por supuesto?

La cara del vagabundo se iluminó con una sonrisa de satisfacción. Sus dientes eran sorprendentemente uniformes y blancos.

— Tienes razón, no tengo cambio, pero te traeré mañana algo más por cuarenta dolores, que faltan.

— ¡No! ¡Por Dios! No me traigas nada. – grité, porque no esperaba verlo otra vez. - Deja el dinero, pero no lo gastes todo en alcohol.

Mis últimos cincuenta dólares se trasladaron al bolsillo interior de una chaqueta deportiva. “Vale, como decía mi abuela, hay que ayudar a la gente, entonces el Dios te devolverá el favor con creces.” – pensé y marché a casa, dejando al vagabundo muy satisfecho.

Cuando ya casi llegué a mi portal, de repente, como de la nada apareció Rick, mi vecino pesado, que no sé por qué pensaba que somos novios. Al verlo, sentí la debilidad en las piernas. “¡Por Dios! Definitivamente hoy no es mi día,”- pasó por mi cabeza. Encontrarse con este bastardo no auguraba nada bueno. Desde hace dos meses, que Rick salió de la cárcel, mi vida tranquila se acabó.

—Hola, guapa, ya estábamos cansados de esperarte, pero como veo no tienes prisa de abrazarme, cariño, — dijo Rick, lanzando una mano para agarrar mi brazo.




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