No puedo odiarte.

Capítulo 7. Nice.

Gor se fue, pero yo me quedé sentada en la cocina. Yo misma entendía que necesitaba ser más fuerte, que necesitaba aprender a defenderme ante todos, defender mi punto de vista y mi dignidad. Estaba claro, si no cambio en un año, entonces, ¿quién contratará a un abogado cobarde que no puede defenderse ni a sí mismo. Pero, ¿cómo puedes obligar a si mismo a ser más fuerte? “Tal vez en vano hice caso a mi abuela y entré a la Facultad de Derecho, tal vez sería mejor, si fuera de económicas”, - pensé, mirando al frente con una mirada ciega e imaginándome en completo pánico ante un tribunal.

Yo salí de mi estupor solo por un sonido raro en el rellano y gritos obscenos en algún lugar detrás de la puerta. Yo rápidamente abrí la puerta y vi a mi vecina, la anciana más chismosa de todo el portal, parada frente a mí, molestándome ver a alguien tirado en la escalera.

— ¡Eso es todo por ella! — gritó, señalando a mí con el dedo.

— ¿Qué pasó? — pregunté sin entender nada.

— Tus novios se pelearon. Ese criminal y el otro, que tampoco tiene una pinta de un buen hombre. No habrá vida tranquila ahora en absoluto con una gentuza así. Como la vieja era rara, así y su niña.

— ¡No, yo vi todo! Vi que aquel mató a ese mendigo, que salió de su piso hace unos diez minutos. – Añadió una vecina desde arriba. — Necesitamos llamar a la policía, tal vez la encarcelen también, como la cómplice.

En este momento yo aun no vi nada, pero escuché palabra “mendigo”. Me apresuré a bajar, donde imaginaba encontrar a Gor. Al notar en el hueco de la escalera, la chaqueta vieja de deporte, la manga de cual acababa de coser hace poco, las lágrimas brotaron de mis ojos.

— ¡Gor! — grité y corrí hacia el hombre.

Tomé su rostro entre mis manos y levanté la cabeza de los escalones de piedra. Algo pegajoso y cálido manchó mi mano. La gente comenzó a rodearnos, bloqueando la luz.

— Gor, ¿puedes oírme? ¡Abre tus ojos! Gor, ¡por favor despierta! — susurré, acariciando su cabello.

En un momento él abrió los ojos y me miró con una mirada confusa.

—Mi ángel pelirrojo, — dijo, y volvió a caer en la oscuridad.

De repente se escucharon las sirenas de la policía y una ambulancia, al parecer los vecinos recobraron el sentido común y pidieron ayuda.

— ¿Quién es él para ti? — preguntó el médico, empujándome a un lado.

— Es mí ... — me paré, sin saber, qué era mejor para responder, la verdad o, la mentira. Si yo diría, que no lo conocía de nada y que, en general, él estaba en mi casa por pura casualidad, no habría ninguna posibilidad de volver a verle, y si mentiría, entonces habría una esperanza de que me permitirán ir con él al hospital. — Él es mi prometido.

En este momento ella olvidó por completo los posibles rumores sobre su conducta poco moral e indecente.

— Como veo, que poco te cuidas a tu prometido, lo sacaste de casa sin calcetines en una noche fría, — sonrió el doctor, y añadió al auxiliar, — trae la camilla, lo llevamos al hospital.

—  Salió solo por un minuto, a tirar la basura, — contesté automáticamente, porque nada más inteligente no me entró en su cabeza. — ¿A dónde vais a llevarlo? — pregunté.

— Tu prometido tiene una herida en la cabeza, lo llevaremos al hospital. ¿Dónde está su documentación? ¿Vendrás con nosotros?

— Sí, por supuesto. — respondí firmemente, aunque no tenía ni idea dónde estaban sus documentos y en general, si él los tenía, ni siquiera sabía su nombre completo. En este momento esas cosas me importaban poco.

Durante todo el camino yo sostuve su mano entre las mías, temiendo soltarlo. Me parecía que, si hacía esto, él moriría. Solo cuando lo llevaron a la sala de exploración, la solté. Me sentía tremendamente culpable, porque era por mí, por mi culpa el hombre estaba ahora entre la vida y la muerte. Si Gor no me hubiera defendido ante Rick, si yo no lo hubiera echado de la casa por la noche, si ... Por primera vez durante este tiempo, pensé en él no como a una persona sin hogar, sino como a una persona con un nombre. Pero era demasiado tarde para lamentarse, solo podía rezar para que sobreviviera.

Finalmente salió el médico.

— Su novio está bien, la cabeza del tipo es de hierro fundido, vivirá. – sonrió él.

— ¿Que necesita? ¿Quizás medicinas, frutas? — pregunté, sin comprender completamente lo que el médico me estaba diciendo y sin darme cuenta dónde encontraría el dinero para esto.

— Hasta mañana estará aquí en observación, y luego le mandaremos a casa. Necesitará descanso, — dijo el médico.

— ¿Puedo verlo?

— Sí, claro, pero estará dormido por la medicación. – sonrió el doctor y me quede un poco más tranquila por un momento porque después él añadió. - ¿Le cubriste sus datos en la tarjeta de ingreso?

— Todavía no tenía tiempo, estaba muy preocupada por él.

— Está bien, complete todo más tarde, asegúrese. – dijo el médico y se fue por el pasillo.

"¡Ahora estoy en problemas! ¿Qué hago? ¿Puedo preguntarle, si tiene algún documento? ¿Come me responde, si esta dormido? ¿Qué documento puede tener un indigente?" — pensé, cuando una enfermera se acercó a mí con una bata.

Entré en la habitación y estaba confundida. En cuatro literas yacían cuatro hombres, con las cabezas vendadas, con vías intravenosas y cubiertos con mantas. Me acerqué con cautela a uno, pero no era Gor. De repente, me sentí atraída por la tercera cama que, por una extraña sensación, me decía que allí estaba Gor. Me senté en el borde de la cama y tomé su mano.

Gor no abría los ojos, pero yo sabía, que todo estará bien, porque había llegado un nuevo día, y no podía ser peor que de ayer, simplemente porque no podía ser peor. Pero tenía que actuar rápido. Salí de la habitación de Gor y, aunque eran las tres de la madrugada, llamé a Eva.

—Eva, perdona, que te llamó tan tarde, pero necesito tu ayuda.

— Nice, ¿sabes qué hora es? Yo mañana tengo examen, si no lo sabes, — escuché la voz enfadada de mi amiga.




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