No puedo odiarte.

Capítulo 10. George.

Yo ya estaba sentado en mi BMW, vestido de mendigo, esperando, cuando apareciera la chica pelirroja. Desde luego ahora mi apariencia no era tan perfecta como en el “Juego”, pero gracias al golpe en la cabeza pude vendarla y eso dio una visibilidad desalineada.  Por lo menos Alex dijo, que nadie me reconocerá en estas pintas.

Me miré por última vez en el espejo retrovisor y salí del auto. En ese momento, ella apareció a la vuelta de la esquina. Sin saber por qué, me escondí detrás de un bote de basura. Lo más probable, es que no estuviera listo para conocerla de inmediato, aunque, por otro lado, hice toda esta mascarada solo por ella.

La chica miró en la profundidad del callejón sin salida y se dirigió hacia las casas viejas. La seguí, observándola, pero sin acercarme a ella. Para ser honesto, me comportaba como un completo idiota y no encontraba una explicación para tal comportamiento.

 La chica tenía unos veinte, o veintitrés años, no era muy pequeña, como parecía en el video, muy delgada sin curvas, aunque con la ropa ancha, como un saco, que llevaba, no se podría apreciar mejor. Era tan simple e insignificante, que yo no entendía, que me atrajo en ella. No se parecía en nada a todas mis novias anteriores.

Cuando la chica llegó a su portal, se paró y empezó a buscar algo en el bolso. En este momento me acerqué. Ella levantó sus ojos y me miró.

— ¡Gor! – exclamó la chica y me abrazó.

Yo no esperé una recepción tan calurosa, por eso la aparté. En este momento nuestras miradas se cruzaron. Ahora entendí, qué tenía de especial esta chica. Sus ojos verdes claros con un borde amarillo en la pupila, como de los gatos, estaban vivos, llenos de sentimientos. Parecía, que estaban hablando: “Me alegro de verte y estaba muy preocupada por ti.”

— ¿Por qué escapaste del hospital? —  preguntó.

— No tengo dinero, — respondí lo primero que vino a la cabeza, todavía incapaz de apartar la mirada de sus ojos verdes.

— Me lo supuse, por eso di tus datos falsos en la recepción, y quise llevarte de allí.  Pero escapaste antes. — Dijo alegremente, tomando mi mano. - Está bien, vamos a casa,

Yo la seguí. Al entrar en el apartamento, de repente sentí, que ya había estado aquí, pero aún no recordaba nada.

— ¿Dónde has estado estos dos días? ¿Tienes un lugar para vivir? ¿Tienes hambre? — la chica me apedreó con las preguntas. — Bueno, ¿qué estás parado, otra vez? Venga, pasa para dentro. Cocinaré algo ahora.

— ¿Puedo lavarme? — pregunté de repente, no porque realmente necesitara un baño, sino porque quería tomarme un tiempo para ordenar mis pensamientos.

No esperaba una bienvenida tan cálida. ¿A quién se le ocurriría traer a una persona sin hogar a su casa?

—Sí, por supuesto, — respondió la chica desde la cocina. — Ya sabes dónde está todo, y ahora te traigo una toalla.

Caminé por el pasillo, mirando alrededor e intentando de recordar algo. Resulta que esta chica vivía en un pequeño apartamento de una habitación, que necesitaba una renovación desde hacía mucho tiempo. La casa estaba limpia, pero pobre. Tenía muebles del siglo pasado, una alfombra gastada en el suelo y bonitas cortinas "victorianas" en las ventanas.

Yo crecí en una familia muy rica. Mi padre era un arquitecto famoso, aparte de tener un título nobiliario. Mi madre fue primera bailarina en Coven Garden en el pasado. Habiéndose casado, abandonó una brillante carrera y se dedicó por completo a su familia y su escuela de ballet.  Gracias a sus esfuerzos, nuestra casa de cinco habitaciones en el barrio rico, parecía no solo lujoso, sino muy elegante.

“Todo debe ser con estilo”, — encantaba repetir a mi madre, — “una persona desde el nacimiento debe estar rodeada solo de cosas hermosas. De lo contrario, no surgirá en él nada, que valga la pena ". Por eso todo en nuestra casa, desde los platos hasta los muebles, eran muy hermosos y con estilo y yo estuve rodeado de lujo y belleza desde la infancia. Quizás por eso me convertí en lo que era. “Me pregunto, qué diría mamá, si estuviera en este apartamento.” — pensé, sonriendo.

Entré al baño y la chica entró detrás de mí con una toalla limpia, pero gastada.

— ¿Dónde pasas las noches? — preguntó y se calló, aparentemente, se dio cuenta, de que había hecho una pregunta muy delicada y generalmente sin tacto.

— En la estación del tren, — respondí, recordando uno de los reportajes de la televisión.

— Lo siento, no quise ofenderte, — la chica se sonrojó.

— No hay necesidad de disculparse, — dije, entrando en el papel. — Es más fácil encontrar el sitio en la estación, pero a veces paso la noche en los áticos abandonados, y, si tengo suerte, en un albergue. Dormir en el albergue es, por supuesto, lo mejor. Allí puedes comer y lavarte. Sabes, lo peor es cuando no hay forma de limpiarse. Incluso el hambre es más fácil de soportar. — sonreí tímidamente. — Perdón por contarte unos detalles tan íntimos.

— ¡No pasa nada! — exclamó ella. — Mientras te lavas, yo ahora prepararé rápidamente la comida para nosotros.

— Gracias. No quería darte trabajo.

— No es nada, — dijo y sacudió con la mano, — me salvaste de Rick, y yo ... Voy a ir a la cocina.

Yo cerré la puerta detrás de ella, abrí el grifo del agua y miré a su alrededor. Nunca había visto un baño tan vacío en mi vida, especialmente el de una mujer. El champú de hierbas para todo tipo de cabello, jabón de pastilla, jabón de lavar la ropa, crema de manos de una marca blanca, crema facial de la misma fábrica, desodorante roll-on, esa era toda su riqueza.

¿Y dónde está el gel de ducha? ¿Dónde están las sales de baño aromáticas, lociones y aceites corporales, cremas faciales de día, de noche, anti edad, regeneradoras, nutritivas, las mascarillas del pelo, del cuerpo y cientos de otras cositas, que había visto repetidamente en los baños de las mujeres que conocía?




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