No puedo odiarte.

Capitulo 11. George.

Fui a mi auto, que estaba parado solitario en el callejón, rebusqué en los bolsillos de mis jeans, encontré el control remoto y lo presioné. El Jeep negro encendió sus faros a modo de saludo. Abrí la puerta, me senté al volante, hurgué en el asiento trasero en busca de una bolsa de plástico, saqué unos vaqueros enrollados y un jersey de marca. Me cambié de ropa con dificultad, lo saqué de debajo del asiento mis Reebok, abroché en la muñeca un reloj suizo. Toda la basura que llevaba sobre mí y el vendaje de la cabeza migró a la bolsa plástica.

Tenía bastante pereza para cambiarme de ropa, especialmente en modo sentado, pero era poco probable que el guardia de seguridad del complejo residencial de élite, en el que recientemente compré un apartamento para escapar de la moralización de mi madre, reconozca en un tipo sucio a uno de los inquilinos más importantes.

¡Qué bueno que hice caso a Alex y me involucré en esa, como me pareció entonces, una estúpida aventura! Porque de una manera extraña, ahora disfruté mucho hablar con esa chica divertida con nombre de gato y ojos increíbles. Nunca he visto a la gente expresara sus sentimientos tan directamente. Incluso Pili, mi niñera, siempre ocultaba lo que realmente pensaba delante de mis padres. "Es como entrar en 'El príncipe y el mendigo' de Mark Twain. Es un verdadero impulso". - pensé alegremente.

Miré el reloj y entendí, que era en vano ir ahora a casa, por eso decidí ir directamente a un pequeño restaurante francés para celebrar mi victoria en “Juego” con Alex. Encendí el motor, el jeep ronroneó como un gato bien alimentado y me alejó suavemente de este pobre lugar.

- Últimamente eres sospechosamente afortunado, - dijo Alex sonriendo. - Y en el amor tienes suerte, Albina solo habla de ti, y en el trabajo conseguiste ese contrato con coreanos, y ahora en el "Juego" ganaste el primer premio. Creo que hay algo sospechoso hay aquí.

- Tú mismo dijiste que no había trampas, - me reí.

- ¡No puedo imaginar cómo lograste persuadir a esa pelirroja, si yo, con mi encanto y carisma, no pude conseguir ni treinta dólares!

- Sí, ¿es extraño que tú, con tu Carisma, no pudiste atraer a los clientes? - Fingí estar sorprendido.

- ¡Por favor sin ironía! - Alex fingió estar ofendido. - ¿Le prometiste algo?

- ¿De verdad crees que podría haber la más mínima manera de engañar a los observadores con todo su equipo de espionaje? – contesté y levanté mi copa, mirando hacia la luz. – Es muy buen vino.

- El buen vino es el tequila, - comentó pensativo mi amigo. - ¿Entonces realmente no hiciste trampa?

- Por supuesto que no. Era una simple suerte.

– Esto ya es interesante. - Alex bebió el vino de un trago.

Miré a mi amigo con desaprobación. ¡Cómo puede beber ese vino de un trago!

– ¿Qué pasó después? -  preguntó Alex con su mirada significativa.

- Luego aparentemente le molesté tanto, que me dio el último billete de cincuenta dólares, muy probablemente, solo para deshacerse de mí lo antes posible.

- ¿El último billete? - Había duda en la voz de su amigo. - Y tú, Herodes, ¿no te torturaba tu conciencia? ¡Tomar el último dinero de la pobre chica! - Mi amigo chasqueó la lengua con desaprobación.

- Imagínate, torturada, por eso fui tras ella. Y cuando este aparato que nos dieron en el club empezó a chirriar, lo más probable es que lo tiré. - Sugerí.

- Entonces, por eso él no estaba contigo en el hospital, yo mismo recogí tu ropa. – confirmó Alex. - ¿Qué pasa con la chica? ¿Por qué la seguiste? ¿Qué te impulsó?

- Ya te expliqué. Los remordimientos de conciencia. Seguramente, quería devolverle su dinero.

- ¿Y cómo? ¿Consolaste tu conciencia?

- ¡No! Pero le devolví el dinero de otra manera.

- ¿Como es eso?

- Salvé a la chica de los bandidos. – dije orgullosamente.

- ¿En serio? ¿Te rompieron la cabeza ahí?

- Muy en serio, pero me rompieron la cabeza cuando me marché de su casa. - Me reí.

- ¿Así que estuviste en su casa? - exclamó mi amigo.

- Además, como muestra de agradecimiento, me invitó a cenar.

Alex sorprendido dejó de masticar.

– ¿Quieres decir que todavía hay quienes, por puro altruismo, están dispuestos a dar de cenar a un mendigo en su casa?

- También me duché allí, - agregué modestamente.

- ¡Pues ella es una completa tonta!

- ¡¿Por qué tonta?! - Estaba indignado. – Es muy inteligente, estudia en la universidad.

El vino se acabó y llamé al camarero.

- Tráenos más vino por favor. – pedí.

- Y un tequila para mí, - agregó Alex.

- Lo siento no tenemos tequila. - El camarero se cuadró. – Es un restaurante francés, podemos ofrecerle el Coñac.

- ¡No tenéis tequila! ¡Esta es una gran omisión! – mi amigo frunció el ceño. - ¡¿Y qué, si es un restaurante francés?! Cualquier establecimiento que se precie debería tener tequila.

- Alex, no tienes que preocuparte tanto. Mantén la calma. - Despaché al camarero con un gesto, porque estaba pálido por el estrés que había experimentado.  - ¿Por qué te aferras al chico? - Me volví hacia un amigo.

- Nada, - Alex sonrió satisfecho, - estaba comprobando mi carisma. Será mejor que me expliques esto: está bien, tu conciencia te torturó y fuiste tras ella, pero ¿qué lo motivó a ella para invitarte a casa?

- ¿A quién? - pregunté distraídamente.

- Tu chica inteligente. Si es tan inteligente, ¿por qué se involucró con un vagabundo?

- ¿Quizás le gustaba?

- ¿Quién?

- El mendigo, o sea yo. - Agregué modestamente y levanté mi copa.

- ¡No lo creo! – Exclamó Alex.

- ¿En qué no crees? - Pregunté y tomé un sorbo de vino.

Fue muy divertido ver a mi amigo enojarse. Nunca supo perder bien.

- No creo que a una mujer le pueda gustar un hombre abatido y maloliente. Excepto, si ella misma no es una muerta de hambre.




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