No puedo odiarte.

Capítulo 17. George.

Este año mi madre no quiso ofrecer una recepción lujosa en honor a sus cincuenta y ocho cumpleaños. Lo decidió así, porque no era una fecha redonda, ni un aniversario. Solo invitó familiares y amigos cercanos, pero incluso con estos pocos invitados llegaron a la cifra de cincuenta personas. Por eso ordenó preparar la sala grande en su mansión a las afueras de la ciudad para este acontecimiento.

Mamá siempre cuidaba su aspecto y la salud. A sus sesenta y dos años tenía apariencia de una mujer en plena vida, negándose a envejecer por todos los medios. Solo la inesperada muerte de su marido hacía cinco años, le quitó la alegría de sus ojos, pero no añadió ni una arruga más.

Lo más importante era, que la preocupaba últimamente el “desorden” en mi vida particular. En parte tenía razón. Me vi obligado a tomar el timón de una gran empresa tras la repentina muerte de mi padre. Ella sabía lo duro que yo trabajaba y tenía que posponer las diversiones de la juventud, pero equívocamente esperaba que, al casarme, mi vida estaría mejor organizada y feliz. Yo me negaba rotundamente a atar mi vida demasiado pronto en un matrimonio.

Por lo tanto, el corazón de una madre preocupada y, para ser honesto, el deseo de por fin llegar a ver a los nietos, exigía de ella entrar en acción. Ella misma empezó a buscar una novia adecuada para mí entre la multitud de las hijas de los conocidos.

Su elección se centró en Albina, la hija de un amigo de su difunto esposo, un hombre de excelente organización mental y con una buena condición financiera. Albina era su hija pequeña, una mujer hermosa, inteligente y muy bien educada. La chica, como le parecía, sentía muy bien la belleza y el estilo, y eso era lo más importante para mi madre. Por eso a ella la invitó especialmente para mí e hizo, que yo la trajera a la mansión.

- ¡Sois una hermosa pareja! — exclamó mi madre al vernos acercarse al porche. — Gracias, hijo, por traerme a Albina.

— Gracias, Margarita, por invitarme, — respondió Albina con voz dulce y abrazó a mi madre. — Esto es un pequeño regalo por tus cumpleaños de mi parte.

Mamá desenrolló el regalo y miró con interés un jarrón chino.

— ¡Oh! ¡Es de la era Tsin! — exclamó ella. — ¿Cómo lograste de conseguir tal milagro?

— Tengo algunas conexiones, — la chica sonrió encantada.

Me reí entre dientes, pero no intervine en la conversación. Tal vez debería haber hablado más duramente con mi madre sobre Albina, pero hoy era una ocasión completamente inapropiada. Además, hace seis meses, me sentí halagado por su atención, cuando ella regresó de Inglaterra. Entonces me pareció una mujer muy hermosa y alegre, pero con el tiempo mis ojos se abrieron y vi su verdadera esencia.

Un día la atrapé dándole una bofetada en la cara a una de sus criadas, acusándola de robar sus joyas. Las acusaciones fueron completamente infundadas, pero la chica fue despedida sin pagarle un salario. Las joyas perdidas se encontraron más tarde en el banco, donde las llevó la propia Albina y luego las olvidó.

- Tendrás que pedirle perdón a esa chica, - le dije sonriendo.

- ¿Para qué? – se sorprendió Albina.

- ¿A qué te refieres con por qué? La insultaste, la golpeaste y la despediste sin indemnización. Ahora que todo está claro, tienes que admitir que te equivocaste.

- Si ella no robó esas joyas, no prueba que no robó algo más. – dijo ella con una frialdad sorprendida.

Desde ese momento me di cuenta, que una mujer así nunca pediría perdón, porque su arrogancia se oponía a cualquier acción noble y no admitía errores. ¿Qué sería de mí con ella? Era difícil de decir, pero perdí el deseo de continuar una relación seria con ella. Aunque a veces nos reuníamos para pasar una noche caliente entre las sábanas. Albina era buena en la cama, eso era cierto, pero para casarme con ella… Preferiría casarme con una chica pobre como Nice, pero con corazón, que con una egoísta fría como Albina.

"Por cierto, Nice ... ¿Cómo está ella? ¿Se recuperó de la enfermedad? ¿Dónde logró contraer esta varicela?" - De repente recordé a mi nueva amiga y las palabras de Klaus. Así que fui a buscar a mi mamá, que daba las órdenes en la cocina.

- Mamá, ¿tuve varicela cuando era niño? - pregunté.

- Pregunta rara. ¿A qué se debe?

- Nada, simplemente quería saber. – dije indiferente.

- No recuerdo. Si quieres, pregúntale a Pili, ella debe saber, - respondió mi madre y siguió dando órdenes a los sirvientes.

Fui a mi vieja niñera y me aseguró que tenía esa enfermedad leve, cuando tenía dos años y seguía tratando de jugar con Alex, aunque no me permitían verlo. Entonces, averigüé que había un problema menos.

Estaba seguro, que mi madre me quería, pero era extraño, que mi propia madre no recordara de qué estaba enfermo su único hijo y Pili recordaba todo hasta el más mínimo detalle. Sin embargo, no era nada extraño. Mamá nunca se preocupó por tonterías como las enfermedades infantiles. Tenía un objetivo global, asegurarse de que su familia viviera con dignidad y con estilo. Pili era una mujer sencilla, hogareña y cómoda. Fue ella quien me limpiaba la nariz, untaba de Betadine mis rodillas rotas y profundizaba en todos mis problemas de la infancia. No puedo decir que estuviera resentido con mi madre, pero a veces deseaba que fuera como Pili.

Probablemente, no me hubiera vuelto menos feliz, si hubiera estudiado en una escuela normal, y no en un internado super prestigioso, si en vez de visitar todos los teatros del mundo, jugara al fútbol con los chicos de la vecindad o lo que sea de que jugaban los niños de diez años. A lo mejor viviría mejor sin tutores personales, sería feliz sin la platería familiar y sin un cuadro de Chagall en la pared del salón. Sin todo esto, me sentiría feliz, pero la pregunta sería: ¿Me convertiría en lo que me convertí? 

Mientras yo estaba hablando de negocios con los invitados, detrás de mis espaldas empezaba a crecer un complot de dos mujeres. Cuando la cena estaba llegando a su fin, yo me relajé en la compañía de Alex, unos hombres interesantes y un vaso de un buen Whisky. Por eso casi no escuché y no di mucha importancia de los gorjeos de Albina y mi madre.




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