No puedo odiarte.

Capítulo 26. George.

Regresé de mi viaje de negocios cansado y enojado a la vez. Doce horas de avión, aunque en primera clase, sacan de quicio a cualquiera. Antes de que tuviera tiempo de cruzar el umbral de mi apartamento, sonó el teléfono.

— ¡Hola, primo! ¿Qué tal el viaje? — escuché el rugido de Alex.

— Hola, — dije y me dejé caer con cansancio en el sofá. — Acabo de llegar, todavía no he tenido tiempo de sacudirme el polvo del camino.

— Bueno, quítate el polvo más rápido y ven a verme. Sentémonos, relajémonos, — propuso mi amigo, — ¿Me cuentes cómo está Seúl y sobre todo Albina?

- ¿Lo sabías que ella también fue allí? – me sorprendí.

- Si, al día siguiente mi madre me dijo. Parece que tu mamá está pensando en serio en casarte con ella.

- Parece, - suspiré.

- Okey, ven a mí y cuéntame todo.

— Alex, mejor en otro momento. De verdad estoy muy cansado. Honestamente. Ahora solo quiero una ducha y estirarme en la cama.

— Esta bien, ¿Vamos mañana por la noche a un nuevo sitio?

— De acuerdo.

— Por cierto, ¿Qué tal nuestra apuesta? — yo pensé, que el teléfono de Alex se estaba calentado por la ardiente curiosidad.

En general, sospechaba que mi amigo llamaba únicamente por la apuesta, porque quedaba menos de dos semanas hasta la fecha acordada y él realmente calculaba que podría ganar.

— No te preocupes, está todo controlado, — dije vagamente, porque no quería ahora hablar de Nice.

— Te queda poco tiempo y yo ya escucho el himno de mi victoria, — comentó Alex de manera burlona. — ¿En qué etapa se encuentra tu proyecto "Full Inmersión"? ¿Buceaste profundamente o aun vas por superficie? — Escuché un relincho feliz en el receptor.

— Suficientemente profundo. — dije y de repente sentí una creciente irritación.

— ¿Entonces necesito preparar el dinero ya? — Alex no se calmaba.

— Prepáralo amigo, perderás seguro.  ¿Has terminado? ¿O tienes alguna otra pregunta? — pregunté no muy amablemente.

— Todavía tengo muchas preguntas, pero prefiero discutirlas en persona. – mi amigo ni siquiera pensó en ofenderse. — ¿Así que nos vemos mañana?

— Hasta mañana.

Miré pensativamente al teléfono.

Nice, mi dulce e ingenua niña. No había estado con ella durante nueve días. El viaje de negocios se prolongó algo más de lo esperado. Malditos coreanos eran tan tercos, que, sin la ayuda de Albina, no conseguiría este contrato.

Encontrar allí Albina fue una sorpresa grande para mí. Era el tercer día de mi estancia en Seul, cuando regresé al hotel después de una reunión interminable, que era igual de vacía como la anterior y terminó en nada. Estaba enojado con los coreanos, con el traductor y conmigo mismo. Ya estaba pensando, que a lo mejor mandar esos tercos a tomar el viento y regresar a casa. Desde luego sería mucho mejor, pero no podía. Mis accionistas me tomarían por presidente débil.

 En cuanto abrí la puerta de mi habitación con la llave, me quité la chaqueta y la tiré sobre la cama. De repente, de la nada, apareció Barbie.

Me paré en medio del dormitorio y, con una mirada seria y ligeramente altiva, observé los movimientos elegantes y relajados de una hermosa rubia de ojos azules. Toda su apariencia decía una cosa: confianza. Albina estaba increíblemente segura de sí misma, ni con una mirada ni con un gesto delataba ningún miedo o una señal de nerviosismo.

- ¿Qué haces tú por aquí? - pregunté.

- Nunca estuve en Corea, pensé, porque no visitar Seúl y a ti, mi amor. – dijo y empezó acercase a mí lentamente.

- Como no es buen tiempo para visitar Corea. Los huracanes, sabes. – hice último intento de esquivar sus redes.

- Me da igual, - lamió el labio inferior con la punta de la lengua. – Contigo, mi corazón, no tengo miedo.

Sus ojos brillaban con chispas alegres, y en la comisura de los labios podría ver una sonrisa coqueta. No era la primera vez que la viera esa sonrisa en los labios de Albina. Sabia como acabaría todo.

Con la gracia de una gata, se paró en el escritorio, tocando ligeramente la silla con la cadera, y de manera tentadora, con una mirada, como una depredadora, me hizo señas, para que me acercara. Estaba increíble, con solo una camisa mía blanca, como la nieve, que apenas le cubría el culo, y yo no estaba seguro, de si llevaba bragas, pero no había duda, de que no tenía sujetador.

— Pero en serio. ¿Qué estás haciendo aquí? — Pregunte, desabotonándome la camisa.

— Vine a apoyarte, querido, — respondió con dulzura.

— ¿Cómo será tu apoyo? — pregunté.

— Al menos ahora me miras, como si quisieras comerme. ¿Quieres devorarme? — ronroneó Albina, echando hacia atrás un mechón de cabello rubio sobre su hombro y pasó su mano por el pecho con tanta gracia.

— ¿Estás desnuda frente a mí, y te atreves a preguntarme esas cosas? — dije sarcásticamente, dando pasos relajados en su dirección, viendo la expresión victoriosa en su rostro y fruncí el ceño.

Entendí perfectamente. Ella no tuvo dudas de que simplemente me soltaría sobre ella, como un tigre hambriento, solo al verla. Ella se acercó a mí y puso sus manos encima de mi pecho e intentó besarme.

-Pensó, que sería mejor, que te vayas. Estoy cansado. Ha sido un día duro. – arranque sus manos de mí.

— No te preocupes, sé cómo relajarte, — respondió lánguidamente y se arrodilló ante mí.

Mientras sus dedos desabrochaban ágilmente la hebilla del cinturón de cuero, su lengua trazaba patrones húmedos en mi abdomen caliente. No sé porque, pero no rechacé tal apoyo.

Aunque en algún momento, de repente sentí que todo esto era falso, sus gemidos no eran naturales, sus movimientos fueron memorizados, su mirada estaba vacía. Me pareció, que en realidad era una Barbie, una muñeca, y sus caricias para nada podría comparar con los abrazos inocentes y sinceros de Nice. Quise apartarla, pero Albina era una mujer experimentada y pudo terminar lo que había comenzado.




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