No puedo odiarte.

Capítulo 27. Nice.

Gor prometió regresar en una semana, pero han pasado once días y él no apareció. No tenía teléfono, así que simplemente no podía llamarle y averiguar, cuando vuelva. Traté de asegurarme de que podría haber algunos retrasos en la entrega de la obra, podría haber problemas con los proveedores de materiales de construcción, pero todos los días se acumulaba en mi alma una maraña de tristeza y desesperación incomprensibles. ¿Qué pasa, si él no regresa en absoluto?

Además, comenzaron los problemas en la universidad. Mi grupo sorteó los lugares de prácticas obligatorias de tres meses y yo obtuve posibilidad de trabajar en el despacho de abogados "Hunter and Son", que estaba ubicado en otra ciudad. No tenía idea de cómo podría ir allí cada día y no perderme el trabajo. Quedarme sin mi sueldo, aunque fuera pequeño era impensable, porque después de pagar los exámenes finales de la universidad, no me quedaba dinero. A todas mis peticiones de quedarme en la capital, el rector respondió con total indiferencia:

- Cuando usted, señorita Hanson, ingresó a nuestra facultad, le explicaron que probablemente las prácticas se realizarán en otra ciudad, a menos que, por supuesto, tenga una solicitud personal para trabajar en algún despacho o compañía de la capital.

No tenía una solicitud personal. Era, en parte, por eso, que Eve me arrastraba a esa fiesta de aniversario para que su padre pudiera presentarme a los dueños de la revista o a otras personas de alto rango. Pero tampoco podía estar de acuerdo con esto, porque nuevamente la cuestión se basaba en los posibles materiales. No tenía un traje adecuado para ir allí, y me daba vergüenza pedirle más dinero a Eva. Aunque otra opción no tenía tampoco.

Con el ánimo por el suelo volví a casa, que al marchar Gor se quedó fría y vacía. Saqué la lata del café, donde guardaba el dinero que ahorraba, y empecé a contarlo. Eran mil trescientos dólares. “Tengo un mes por delante, a lo mejor con el próximo sueldo llegaría para el vestido decente, con los descuentos que me regalaron,” – pensé animándome, pero en el trabajo me esperaba otra desgracia más.

Yo trabajaba en el hospital cardiológico en su ala de atención privada como limpiadora. El trabajo era nada interesante y mal pagado, pero, aparte del buen horario, el medico jefe me permitía por las tardes y noches usar su ordenador de su despacho para mis estudios, porque no siempre tenía tiempo para ir a la biblioteca y tener internet en casa era bastante caro, por eso ni lo pensaba. Pero hacía tres días atrás el medico jefe tuviera un esguince y su puesto fue ocupado temporalmente por un médico de planta, el doctor Castro.

Como siempre, acabé mi trabajo en la planta uno y subí al despacho, que normalmente dejaba para el final. Pensaba ver en ordenador el discurso de señor Nortis, que era mi ídolo de la jurisprudencia y las notas del último examen. Abrí la puerta con las llaves y vi al nuevo medico jefe dormido en el sofá.

— Doctor Castro, despierte, tengo que limpiar aquí, — le moví con cuidado del hombro.

— ¿Ah? ¿Quién eres? – preguntó el doctor y me miró con una mirada confusa.

— Soy yo, Nice, la limpiadora. Tengo que limpiar el despacho. – respondí y me di cuenta que el hombre estaba borracho como una cuba.

Sabía de las enfermeras que Castro era un amante de alcohol, pero era buen especialista, por eso lo mantenían en el puesto.  

— ¡Ah! Eres tú, pequeña pelirroja, — dijo Castro, — pues limpia, yo no te molesto.

“¡Maldición!” — pensé con despecho, porque ahora no podría usar el ordenador, delante de ese “nuevo” jefe.

Empecé a limpiar, pero la sensación de un desastre inminente me cubrió en el momento, en que Castro se levantó del sofá y comenzó a mirarme, mientras yo limpiaba la mesa. Parecía que no pasaba nada terrible, pero no pude deshacerme de la sensación de ansiedad.

— El cuerpo que tienes es muy bonito, — dijo el doctor. — ¿Cómo le puliste la mesa al jefe? ¿Él te tuve encima de ella o en el sofá?

Me levanté la cabeza y vi el fuego de la locura en sus ojos, cada palabra que decía estaba saturada del veneno de invidia hacia su jefe y el alcohol. Estaba fría de horror, pero aun así dije:

— ¡No diga eso, doctor! El señor Marconi es un buen hombre y nunca pensaba en nada de eso.

 Yo estaba buscando frenéticamente una oportunidad para escapar de este despacho y traté de acercarme hacia la puerta. Pero Castro interceptó en mi camino y me agarró por la manga de mi bata.

- ¿Estás diciendo que lo limpiaste todo? - preguntó de repente.

- Sí, - respondí, tratando de liberar mi mano.

- ¿Y quién va a limpiar las estanterías de arriba? ¿Tengo que hacer yo? - preguntó indignado.

La verdad es que las limpiaba todas las semanas, pero por enfermedad no iba a trabajar y no sabía, si mi compañera lo hacía. Además, su voz severa actuó como una orden para mí. Después de todo, ahora era mi jefe.

- Toma una silla y limpia las estanterías de arriba. No voy a respirar polvo aquí. - dijo Castro y acercó una silla al armario.

No sabía qué hacer. No quería quedarme con él en una oficina cerrada, pero tampoco podía negarme a hacer mi trabajo. La sensación de que me estaba atrayendo deliberadamente a algún tipo de trampa no desapareció, al igual que un miedo incomprensible. Todavía tomé un trapo y me subí a la silla. Pero tan pronto como alcancé el estante, sentí su mano entre mis piernas. Yo grité, pero me sacó de la silla e inmovilizó con fuerza contra la pared, haciendo daño en la espalda.

Me miró, pero pareció no verme. Como si no estuviera aquí en absoluto, sino en otro lugar. Yo intenté escapar de su agarre, pero él solo me presionó más fuerte contra la pared y manoseándome.

— ¿Crees que voy a creer ¿qué Marconi te da indulgencias por nada?

 Lágrimas de dolor y miedo comenzaron a rodar por mis mejillas, cuando sentí como su mano apretaba mis tetas debajo de mi bata. Antes pensaba que solo Rick, ese pequeño delincuente en potencia, era capaz de algo así. Pero experimentar eso de una persona con estudios, con posición y la edad adulta, era demasiado fuerte para mí.   




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