No puedo odiarte.

Capítulo 33. George.

Nice quedó dormida casi de inmediato, pero yo a pesar del cansancio, no pude dormir. Estaba acostado con las manos detrás de la cabeza y pensaba. “No quiero hacerle daño, pero no puedo dejarla. ¿Qué hago? ¿Puedo casarme con ella?” – de repente surgió esa idea.

Hoy Nice me sorprendió con su aspecto, que podría encajar perfectamente con mi estatus y mi primo se quedó fascinado con ella. Pero rápidamente me volví a la realidad. Nadie, aparte de Alex, aceptara Nice en mi círculo de amistades y familiares. Ellos eran capaces de hacer todo lo posible para fastidiarla y hacerle la vida imposible. Ella no aguantará una presión así. Era distinta, demasiado buena y tímida para la sociedad en que vivía yo. ¿Sería buena mujer para un millonario? No. Nice era de otro mundo, no tenía la clase, que exigía mi sociedad. Si, que ella me quería o, a un indigente. Sentí en ella algo diferente, algo que me hizo dudar que Nice no era capaz de enfrentarse a sus miedos y vergüenza. Pero eso no era suficiente para ser mi esposa.

"Deja a la chica en paz", — me aconsejó mi mente. — "Ella nunca te convendrá de la misma forma que Albina". 

Yo pensé mucho. ¿Cómo decirle la verdad? ¿Qué pensará de mí? Sin embargo, si la noche era el momento de las preguntas y dudas, la mañana fuera un momento de las decisiones y las acciones. Eso significaba tener sentido común. Lo primero que me incitaron estos pensamientos, era tener que inventar una mentira tan plausible, para hacerle creer, que me necesitaba un tiempo para resolver mis dudas, por eso apté por la solución número dos, o sea dejarla poco a poco.

Por la mañana fui a comprar los cruasanes en la panadería de al lado, preparé el café y le dije, que recordé algo de mi pasado. A Nice, parece, la preocupaba más mi estado civil y no que podría ser cualquier canalla, que lo era en realidad. Le dije, que no podré venir a su casa unos días y ella me contestó:

- Voy a esperarte cada día. Sabes, no me importa lo que fuiste o hiciste. Te quiero tal y como eres.

Eso me puso eufórico. Nunca nadie me decía esas palabras. Solo esta chica sencilla, mi ángel pelirrojo, pronunció eso, porque me quería de verdad. Salí de su casa y entendí que mi corazón se quedó allí, junto a ella. Eso era un hecho.

Cuando volví a mi apartamiento escuché sonido de mi teléfono.

— George, ¿dónde has estado? — sonó la voz disgustada de mi madre. — No pude comunicarme contigo durante casi un día. ¿Por qué otra vez apagaste el teléfono móvil?

— Hola, mamá, me alegro de escucharte. – contesté.

— ¿Espero que estés igual de feliz de verme? — la voz de mi madre se suavizó.

— Por supuesto. ¿Quieres que tu estúpido hijo te visita un día?

— Si, quiero que mi estúpido hijo visite a su anciana madre hoy.

— ¡Mamá, no te hagas la mártir! No eres vieja y lo sabes muy bien. Mis amigos te confunden con mis novias.

Escuché sus risas.

- Sí, claro, pero solo por la espalda. Por cierto, sobre las novias. Me gustaría ver hoy a Albina. ¿Puedes traérmela para la cena?

Yo hice una mueca. Desde el viaje a Seúl no la vi, ni la llamé. La última noche que pasé con Nice, me abrió los ojos claramente. Albina no era la mujer para mí. Necesitaba a Nice.

— Mamá, no sé cuáles planes tiene ella para hoy. – negué suavemente.

— Pues averígualo y llámame, — insistió. — Tengo que decirle a Ani para cuántas personas preparar la cena.

— Mándale cocinar para tres. Si Albina no puede venir, invitaré a Alex.

— Está bien, — dijo mamá después de una breve pausa.

Por supuesto, Albina le vendría mucho mejor, pero Alex también le valía, porque era su sobrino.

-Al final, no es la culpa del niño que el Señor haya sido tacaño al medir su atractivo. Y le proporcionó el parecido increíble a su padre y nada de mi hermana. – suspiró mamá.

 Me sonreí. Mi mamá era una fanática de la belleza clásica y un poco snob, aunque lo negaba. Quería a Alex a pesar de todo, pero siempre tenía que recordar, que era un hijo de un atleta alemán sin “Pedigrís”.

— Esta bien, mama, tengo prisa. – dije. – ¿Tienes algo más que decir?

— Es malo, que siempre tienes prisa. Necesitas ser más organizado. Creo que es la hora que te cases. Un buen cónyuge puede facilitarte mucho en la vida.

— Mamá, aún no he encontrado una mujer como tú. – Bromeé, intentando de acabar la conversación incomoda.

— Estás esquivando la respuesta.

— No voy a eludir, llego tarde al trabajo. Hablemos de eso más tarde, cuando vengo a la cena.

Yo escuché un suspiro en el receptor:

— Está bien, corre, pero por la noche te estaré esperando con Albina. — confirmó mi madre y colgó el teléfono.

Puse el teléfono en la mesa y pensé. Mamá decidió casarme y, si mamá toma alguna decisión, era imposible convencerla de lo contrario y quitarle su idea de la cabeza.

¿A quién eligió para ser mi esposa? ¡Albina! ¡Esa muñeca sin sentimientos! Hasta esa noche con Nice, pensaba que por lo menos ella era buena en la cama. Ahora entendí perfectamente donde era sentimiento verdadero y donde estaba un teatro. Sospechaba que no me amaba ni la décima parte de cómo me quería Nice, pero no pude negar, que Albina era muy necesaria en Seúl y seguramente para algunas reuniones familiares. Pero no estaba listo para casarme con ella. Todo mi ser estaba negándolo.

Desde luego que un hombre como yo no tenía posibilidad de casarse con quien quería, sino con la que aceptara la sociedad. “Aunque por Nice sientes el amor y te gusta tenerla, estás condenado a dejarla, "— escuché en mi cabeza. “¡Pero nunca vas a estar feliz con la otra!” — gritó mi corazón.

En este momento no quería escuchar mi corazón, cogí el teléfono y marqué el número de Albina.

— ¡Buenos días! ¿Tienes planes para esta noche? – pregunté sin mucho entusiasmo.

— No, ¿qué pasó? – preguntó ella con interés.




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