No puedo odiarte.

Capítulo 35. George.

Los primeros días después de la caída de Albina, yo no entendía nada en absoluto, porque todo el mundo, incluso mi madre, me acusaban de matar a mi propio hijo. Yo no sentía ninguna culpa por varios motivos. Primero, eso fuera un accidente, ni la toqué ni con un dedo. Segundo, no estaba yo tan seguro, que había un bebé en realidad, porque todo me parecía muy raro y sospechoso.

 Pero Albina no quería verme y su padre me prohibió acercarme a su habitación del hospital. Su madre también me hablaba entre dientes. Eso no me importaba mucho, aunque todos trataban conseguir que me sentía culpable.

Pero lo que me preocupó, surgió dos días después del accidente. Las acciones de mi empresa comenzaron a caer, porque se corrió el rumor de que Liam Storn, el padre de Albina, decidió vender su participación para no tener nada con un bastardo como yo. Gracias a estos rumores se complicaron mis relaciones con los coreanos.

Por eso fue convocado una reunión a puerta cerrada de los accionistas del holding, que se llevó a cabo en una lujosa sala de reuniones. Cinco ancianos estaban sentados alrededor de una gran mesa redonda. Storn, como me esperaba, me taladraba con una mirada de odio. Me declaró la guerra, no queriendo escuchar mis explicaciones en el hospital.  Solo faltaba Alex, que tenía hoy un juicio importante.

Mientras observaba los preparativos finales de los secretarios antes del inicio del evento, la rabia y el desprecio por los mentirosos que se hacían pasar por benefactores, hervía dentro de mí. Hace apenas unos años me juraron fidelidad como heredero legítimo de mi padre, y ahora estaban dispuestos a despedazarme, porque uno de ellos me consideraba culpable de la muerte de su "nieto".

— La situación se está desarrollando de tal manera, que, por su imprudente vida personal, nuestras inversiones se resienten. - dijo el señor Zorrino y se giró de la mesa. - Si señor Storn vende su participación, que es el tercer accionista más potente con el dieciocho por ciento de la totalidad de las inversiones en Corea, lo perderemos todos. Los coreanos están en la espera por ahora, pero ya preguntaron por los rumores que hicieron un efecto tan negativo en las cotizaciones.

— ¡Lo que mi familia ha estado creando durante muchos años es querido para mí mucho más que para vosotros, y no permitiré que la empresa sea destruida por aquellos que están sedientos de represalias y estúpidas venganzas por culpa de una niña malcriada! Sus acciones, tal vez, las podría comprar yo, — respondí mirando a la satisfecha cara de Liam. — No, señor Celan, usted no puede tener más acciones, porque entre su madre y usted ya tiene el control de la empresa. – dijo el señor Zorrino.

— Entonces, cómprenlas ustedes.

— No, no me interesa, — contestó Zorrino.

— Ni a mí, — le apoyo Torn.

– A nosotros nos hace falta Storn, no muchos más accionistas. Su problema era, que no supo resolver las relaciones amorosas como un señor. – pronunció otro viejo.

- Retiraré mis acciones de la venta, - pronunció por fin Storn. - Si cumples mi condición.

- ¿Qué debería hacer? -  Lo miré sorprendido, tratando de atrapar el hilo de su pensamiento.

- Debes cásate con mi hija. - Storn respondió con una sonrisa.

- ¡Estás loco!

— ¡Así es! — exclamó Torn. – Es muy buena solución.

Ver lo que sucedía en el escenario era más difícil de lo que había imaginado. Ellos literalmente exigieron de mí mejorar la situación y la única decisión correcta en su opinión fue anunciar el compromiso de mi matrimonio con Albina.

— ¡¿Querías decir, que tengo que casarme sólo a petición vuestra?! — exploté.

-Debes responder por tus actos, - sonrió Liam.

— ¿Y si Albina no acepta casarse conmigo después de todo? – pregunté con la esperanza.

— Ella estará de acuerdo.  Mi hija te ha perdonado.

— ¿Y por qué me iba a perdonar? ¡Fue un accidente! — me estallé, ya estaba cansado de poner excusas.

— Sí, pero tú fuiste la causa, — dijo Storn con calma, pero el fuego de odio seguía ardiendo en sus ojos.

— Necesito dos días para pensar, — jadeé, pensando que podría encontrar alguna forma de enderezar el rumbo de esta situación.

— No tienes dos días, — dijo Zorrino. — Deberíamos proporcionar alguna información a la prensa mañana para disipar los rumores, calmar al mercado ya los coreanos. Ya hemos perdido más del cinco por ciento en una semana.

— Me gustaría hablar con Albina, — le pedí a Storn.

— Está bien, hoy le van a dar de alta del hospital. Puedes recogerla, — respondió su padre.

Yo salí de la sala de conferencias y me encerré en mi despacho, saqué una botella de whisky y me serví un vaso. Había demasiado en el juego. Toda mi vida, la empresa creada por mi padre, la prosperidad de mi familia, la carrera, en un instante estuvieron en las manos tenaces de una niña consentida que se imaginó a sí misma una manipuladora. Hice un sorbo de la bebida sin sentir el sabor, miré pensativamente al fondo del vaso, cuando sonó mi teléfono.

- ¿Que tal la reunión? -  preguntó Alex.

— Amigo, necesito tu ayuda, — dije en el teléfono, — ¿podemos encontrarnos?

— Sí, por supuesto, — respondió mi amigo. — ¿La conversación sería confidencial?

— Sí.

— Entonces en una hora te estaré esperando en el gimnasio de mi apartamento.

Cuando yo llegué al gimnasio, Alex casi ya estaba terminando sus ejercicios. Subimos a su apartamento y mientras mi primo estaba en la ducha, yo encontré en la mesa una revista con la foto de Alex en la portada. Empecé a ojear el artículo.

— Ya estoy, — aviso Alex, saliendo de ducha desnudo y sonriendo. – Ves, tomé en serio tu consejo de empezar a cuidarme.

Él hizo unos golpes con la mano por sus abdominales.

— Ponte algo, no tengo humor hoy, — respondí.

— ¿Qué pasó? – pregunto mi amigo, poniendo el albornoz. - ¿Algo paso en la junta?




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