No puedo odiarte.

Capítulo 37. George.

Después de hablar con mi amigo, antes de ir al hospital, llamé a Max, mi jefe de seguridad, a quien asigné una investigación relacionada con el embarazo de Albina.

- Revisé todo, la señorita Storn, sí, estaba embarazada y perdió el bebé, pero fue imposible establecer la paternidad debido a un período muy corto de gestación. - respondió.

- Pero, ¿cómo es esto posible? ¿Estás seguro? - exclamé, aun esperando que fuera una trampa.

- Sí. Estudié todos los registros médicos. Ella realmente estaba en una consulta médica en la mañana del día en que ocurrió el accidente. En su historial constaba que había un embarazo de dos semanas.

En ese momento, realmente me sentí mal. No esperaba tal giro de los acontecimientos y me sentí culpable. Sí, no quería a este niño, no quería casarme con Albina, pero no quería matar a un bebé inocente en absoluto.

- ¿Esta caída provocó el aborto? - pregunté.

- Lo más probable es que no. Los médicos creen que cualquier causa podría provocar el aborto. – respondió Max. - Ni siquiera era un bebé todavía, solo un montón de células. No se preocupe, el aborto espontáneo en tan pocas semanas es algo muy común. Por lo general, una mujer ni siquiera supiera que estaba embarazada.

Estas palabras me tranquilizaron un poco, pero decidí no tentar más al destino y no sucumbir a los encantos de Barbie. No quería un hijo de Albina. No quería nada que pudiera conectarme con ella de por vida.

Fui al hospital para recoger a Albina, llevarla a casa e intentar persuadirla de no casarse conmigo. Llegué a la puerta de habitación de Albina. Esta vez, su madre no me dijo nada, solo me miró con odio. “Buen comienzo, mis futuros suegros ya no me soportan.” - pensé y entré. Albina regañaba a la enfermera, quien en silencio se disculpaba por algo.

-Sabes que no me gusta que toquen mis cosas, quién te permitió... – hablaba alto Albina, pero al verme se calló.

La enfermera me miró y salió rápidamente de la habitación.

— ¿Cómo te encuentras? — pregunté a la chica.

— Podría estar mejor, — respondió enojada.

— Albina, lo que pasó no era culpa mía. — dije firme, aunque sonaba un sentido de la culpa, que no pude disimular.

— Si no me hubieras insultado, no habría pasado nada y nuestro hijo habría sobrevivido, — exclamó la chica de alguna manera demasiado trágica, para ser verdad.

— ¡¿Qué hijo?! ¡Tuviste dos semanas de gestación! — me agarré la cabeza. — Si, no fueras al médico aquella mañana, a lo mejor ni supieras nada. Te pido deja de colgarme en la conciencia el asesinato de algo que no existió.

— Entonces, ¿para qué viniste? — ella cambió del tema, entendiendo que “la madre desconsolada” no funcionó conmigo y encendió “La mujer ofendida.”

— Para llevarte a casa. – respondí.

- Para eso tengo mi madre. – saltó Albina. – No quiero nada contigo.

- ¿De verdad? Entonces di a tu padre que no quieres casarte conmigo. – me alegré de sus palabras.

— No, cariño, tienes que pagar por lo que hiciste, - se rio entre dientes.

- Yo no hice nada, Albina. – supliqué de nuevo. – Nunca te prometí el matrimonio.

- ¿¡Tampoco quisiste tener un hijo conmigo!?

- No, y lo sabes perfectamente.

- ¡Pero acostabas conmigo! – exclamó ella.

 - No te obligué a nada, era tu deseo, pero tu padre está obligándome pedir tu mano…

En este momento entró un auxiliar con la silla de ruedas y yo tenía que callar.

- Bueno, vámonos, coge mis cosas, — ordenó Albina y se sentó en la silla. 

Yo tomé su maleta y seguí al auxiliar, que estaba empujando la silla de ruedas con Albina, hasta la salida. “Para una mujer un milagro es cuando algo debe cambiar para mejor, para un hombre un milagro es cuando todo sigue tan bien como antes.” – recordé ese dicho de un sabio y mentalmente pedí ese milagro para mí.

Tan pronto como salimos de su habitación, la señora Storn, como una mamá gallina, comenzó a cacarear cerca de su hija. Me di cuenta de que debería haber esperado un momento más conveniente para hablar con Albina. Cuando llegamos a su casa, Liam Storn ya estaba allí esperándonos, pero fue bastante educado y llevó a su esposa a otra habitación, dejándome asolas con Albina. Yo decidí empezar la difícil conversación.

— Tengo que pedirte matrimonio, pero no te quiero. — Dije con frialdad. — Piensa antes de aceptar convertirte en mi esposa.

— No necesito tu amor, — espetó Albina. — Solo quiero ser la señora Celan.

— ¿Para qué? – pregunté sin entender sus razones.

Albina Storn tenía posición bastante alto en nuestra sociedad y dinero de su padre. ¿Para qué quería casarse conmigo? Podría conseguir cualquier hombre. Incluso, mi primo, que estaba enamorado de ella.

— ¡Por capricho! Has estado en primer lugar por tercer año ya, como el soltero más envidiado. – se rio ella con maldad.

— ¿No entiendo?

— Quiero ser la que logre lo imposible. Me casaré contigo, porque nadie lo consiguió.

— ¿Y no cambiarás de opinión?

— ¿Por qué tengo que hacerlo? Tengo veintiocho años, es la edad perfecta para casarme con un soltero de oro, - se rio.

— No te amo, mi corazón pertenece a otra. Nunca más me acostaría contigo. – dije con firmeza.

— ¿Estas seguro? – preguntó ella, acercándose a mí.

— Era un error y no estaba tan seguro de mis sentimientos, — respondí y esquivé su abrazo.

— No me molesta. Mi padre tuvo, tiene y tendrá amantes, y mi madre es su esposa en todo momento, la única que tiene su apellido, — respondió Albina con seriedad.

— ¿Eres en general capaz de amar a alguien? – pregunté con interés, porque estaba muy confundido con su decisión.

— No lo sé, no lo he probado, no lo necesito.

— Eres una mujer infeliz, Albina. Siento pena por ti.

Realmente sentí lástima por ella. Porque yo fue amado de verdad. Fue tan hermoso ese sentimiento y tan feliz estaba al lado de Nice, por eso ahora me dolía mucho no poder verla, mientras todo estaba tan turbio en mi vida. Primero tenía que resolver este problema y después amarla libremente.




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