No puedo odiarte.

Capítulo 39. Nice.

Me paré por un momento en el umbral de un enorme salón de banquetes. Tal esplendor yo solo vi en las películas de Hollywood, en el Disney, para ser exacto. De verdad me sentía como una cenicienta que apareció en el mundo prohibido, donde la vida era fácil y brillante como las burbujas del champán, los hombres eran nobles y galantes y las damas eran hermosas y amables. Donde el repique de vasos de cristal se mezclaba con música "en vivo". Donde la risa ligera acompañaba el susurro de la seda de los vestidos elegantes. Donde los aromas de los perfumes caros se fusionaban con el olor de los puros cubanos. Donde las esculturas de hielo se derretían lentamente sobre mesas llenas de platos exóticos. Donde los invitados estaban llenos con sentido de su propio valor. Donde todos conocían su propio valor y ese precio era muy alto.

“Creo que Cenicienta también moría de miedo, preguntando, ¿Qué estoy haciendo en esta celebración de lujo?” – pensé y el miedo de parecer ridícula, porque yo era una chica sin joyas, con un vestido que no era ni de Dior, ni de Armani, sino que cosí yo misma durante tres noches de insomnio.

— Arriba la cabeza, pecho hacia adelante. Ya hemos dado la campanada, — susurró Eva, sonriendo deslumbrantemente.

— No puedo.

— Es demasiado tarde, cariño. ¡Relájate! Eres mucho más guapa, elegante e inteligente, que ellos. – Mi amiga me dio un codazo imperceptible.

Yo respiré hondo. Recordé a la chica del Espejo, hermosa y brillante, con un irónico bizco de ojos élficos. Ella, esa chica, no se veía peor, o tal vez, incluso mejor que muchas de las damas presentes aquí. “¡Ella soy yo!” – pasó por mi cabeza un pensamiento muy constructivo y, lo más importante, oportuno.

Me levanté la barbilla con orgullo, miré a su alrededor, a la respetable audiencia con una mirada ligeramente interesada y entré en un nuevo mundo para mí.

Resultó fácil. El nuevo mundo no intentó ofenderme a la primera. Al contrario, me aceptó como propia y el brillo de las joyas ajenas no me cegaba. En mi cara apareció una sonrisa irónica, porque al instante caí en la red de miradas masculinas interesadas, que me evaluaban y claramente admiraron. Pero me necesitaba solo uno, que no estaba aquí. Por alguna razón, estaba absolutamente segura de eso. Entonces todavía había tiempo para pensar en lo que le diría, cuando lo encontrara. Si surgiera el momento.

— ¡Niñas, que hermosas estáis! — exclamó Vitali Rodríguez, abriendo los brazos. – Tu plan salió muy bien. Muchos hombres os notaron.

— Papá, estabas dudando en la inteligencia de tu propia hija. — Eva se rio y besó a su padre en la mejilla. — Además, veo que hay algunos invitados de clase muy alta aquí.

- Si, están casi todos. ¡Estas genial, Nice! No hay por qué avergonzarse. Mi corazón siente que esta noche recibirás muchos más cumplidos, así que prepárate.

— Gracias, señor Rodríguez, — sonreí coquetamente.

El padre de mi amiga no sabia nada sobre Gor, ni sobre el propósito de mi aparición por aquí. Él pensaba que vine a buscar posibles amistades y divertirme.

— ¿Le dirás algo lindo a tu hija? — Preguntó Eva, sonriendo también.

— ¡Por supuesto! Eres perfecta, incluso, de azul, solo que tienes un carácter muy fuerte.

— Claro, como el tuyo.

— No lo dudé ni por un segundo, — se rio el hombre. — Está bien, niñas, diviértanse, pero tengan en cuenta: mamá y yo las estamos vigilando.

— “¡Diviértanse, niñas! Os estamos vigilando”, — Eva resopló indignada. — ¿Piensas, que hemos venido a la fiesta de fin del curso? No te olvides que somos mayorcitas.

— Está bien. Tengo que volver con los dueños de la revista y invitados. – dijo él, nos besó en las mejillas y desapareció en la multitud.

Nosotras dimos la vuelta por toda la sala. Eva saludaba y me presentaba a algunos invitados. Yo, como una tonta, sonreía hasta dolor de la mandíbula. Por fin llegamos a las mesas con canapés.

- ¿Que tal estás? El primer susto ya pasó. – preguntó mi amiga.

- Si, ya estoy bien.

- ¿Viste a Celan?

- No, creo, que aun no llegó. – respondí casi segura.

— Entonces, tal vez te deje sola por un momento. – dijo Eva.

— ¿Es tan necesario? – pregunté con susto.

Quedarme sola en esta fiesta era menos que quería.

— Sí, ya sabes, vi a un par de personas aquí a las que sería bueno entrevistar y quería hablarles de eso.

— Pero, ¿cómo nos encontraremos en esta multitud más tarde?

— ¡No te preocupes, te encontraré de alguna manera! – dijo Eva alegremente. — No te aburras. Toma algo rico, bebe un champán. — Ella cogió dos copas de la bandeja plateada y me ofreció una. — ¡Por nosotras! Sujeta la cabeza alta. Si veo a Celan, te lo haré saber de inmediato.

Yo con leve molestia miré a mi amiga, que se alejaba rápidamente. Para ella, la profesión siempre ha sido lo primero. Giré pensativamente el vaso casi lleno de champán en mi mano. ¿Qué debería hacer ahora?

— Una chica tan hermosa no debería estar triste y sola, — escuché un poderoso barítono detrás de mí.

Me estremecí de sorpresa y estuve a punto de derramar el champán a los zapatos del caballero. El hombre alto y delgado de unos cuarenta años con una chaqueta más atrevida del mundo, me miraba con una mirada tenaz y escrutadora.

— ¿Lo siento? — me disculpé.

— No, soy yo, quien debe disculparse. Le asusté, — dijo el extraño. — Permítanme presentarme. Francesco Reveré. – el hombre enderezó la pajarita e inclinó la cabeza.

— Encantada. Soy Nice. — Traté de ocultar mi vergüenza detrás de una sonrisa deslumbrante.

— ¿Nice es un seudónimo? — Preguntó el hombre.

— No, Nice es mi nombre.

— Un nombre extraño, parece el nombre de un gato. Aunque hay algo felino en sus ojos. ¿Y cuál es tu nombre completo?

— ¿Tiene alguna importancia? — Comencé a irritarme. Otra vez me digieren, que mi nombre es de un animal.




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