No puedo odiarte.

Capítulo 43. George.

Como lo esperaba la chica reaccionó al ruido que monté y no dudó mucho tiempo para abrir la puerta.

— Nice ... — di un paso y me acerqué a ella.

— ¡No te acerques! — Ella lanzó su mano hacia adelante, parándome. — ¿Para qué viniste?

— ¿Quizás hablemos primero? – empecé con cuidado.

— ¡No hay nada de qué hablar! Te dije todo allí, en la fiesta. Vete y olvídate de mí, — dijo no con irritación que esperaba, sino con cansancio.

Recordé perfectamente que me lanzó palabras hirientes a la cara y se fue, entendí que estaba enojada y herida, pero yo no podría vivir en paz, si no intentaré explicarle todo, conseguir su perdón y comprensión.

— Quiero explicarte, — comencé.

— No quiero escuchar nada, — dijo la chica, tapándose los oídos con las manos y entrando en la habitación. — ¡Vete! El Juego ya ha terminado. Ya has ganado. ¿Qué quieres más de mí?

— ¡Nice, mírame! — puse mis manos en sus hombros y la giré hacia mí.

Ella me miró y vi un dolor inmenso y algo de miedo en sus ojos verdes.

— Sé que actué deshonestamente, — empecé, aunque cada palabra se me daba con dificultad. — Cuando Alex y yo hicimos esa maldita apuesta, no tenía ni idea de cómo eras. Percibí lo que estaba sucediendo simplemente como un juego, como una aventura emocionante. Pero cuando me di cuenta, de que no te era indiferente, ya era demasiado tarde ...

Ella no dijo una palabra. Antes, yo consideraba la capacidad de una mujer para estar callada y saber escuchar, como una gran virtud, pero ahora ... Ahora su silencio me cabreaba. Y esa mirada, tensa y asustada ... Tenía todos los motivos para despreciarme y odiarme.

—Nunca he tenido una mujer como tú. Eres maravillosa, eres mi ángel pelirrojo y solo contigo estoy feliz, — le toqué la mejilla suavemente.

Se estremeció, pero no se apartó de mi mano. Ella solo me miraba con sus ojos verdes de una manera extraña, como si supiera algo sobre mí, de lo que no se podía hablar en voz alta.

— ¿Para qué viniste? — Preguntó de nuevo.

Yo mismo aún no he decidido completamente para qué. Solo necesitaba verla. Quizás tocarla. Tal vez tirarla sobre la cama y besarla hasta el cansancio, hasta que sus pulmones se quedaran sin aire y de repente, entendí "para qué".

— Nice, te quiero ...

No tuve tiempo de terminar mi declaración de amor. La puerta se abrió de golpe y una chica “azul” entró corriendo en el apartamento gritando como una loca.

— ¡Quítale las manos de mi amiga de inmediato, bastardo!

Miré de una chica a la otra y estaba confundido, pero solté a Nice.

- ¿Quién eres, pitufa? ¿Qué estás haciendo aquí? – pregunté a la “Azul”.

— No soy ninguna pitufa, soy Eva Rodríguez, la periodista. ¡Estoy aquí, porque soy su mejor amiga y no permitió que le hagas daño otra vez! — dijo la chica muy beligerante. — Y ten en cuenta, bastardo, si vuelves a acercarte a Nice, esparciré rumores por todos los medios sobre vuestro club de ricos canallas, sobre lo que haces, y en general, qué escoria eres. — Nice, ¿estás bien? — Le preguntó a su amiga, sin apartar su mirada cautelosa de mí.

Nice asintió con la cabeza en silencio.

Nunca tuve buenos sentimientos hacia los periodistas, especialmente cuando me chantajeaban y amenazaban con disolver los chismes, pero en ese momento tuve que contenerme. La situación comenzó a salirse del control.

— Escucha, guapa, ¿puedes dejar que Nice y yo hablemos en privado? — pedí manteniendo la calma.

— ¡Solo sobre mi cadáver! — declaró Eva.

— Está bien, Nice, ¿puedo ir a verte mañana? Entonces hablemos.

— ¡No! — dijo Eva en tono perentorio. – ¿No te llegó con lo que le hiciste? ¿Quieres matarla?

"Para qué diablos apareció este idiota militante y que tienen en común una chica pobre y la hija del editor jefe de una revista de moda", — pensé y añadí.

—Está bien, me marcho.

 Sonreí a Nice y me dirigí hacia la salida. Después de todo, mi propuesta sería demasiado íntima para hacerla frente a una extraña.

Yo ya salí al rellano, cuando escuché un ruido detrás de mí. La puerta se abrió de golpe y Nice salió corriendo.

— Gor… — se detuvo indecisa.

Miré a sus pies descalzos encima de una baldosa rota y sentí una oleada de ternura por esta niña desaliñada y perdida, que salió hacia mí. Incluso era extraño, que hace poco en una fiesta ella se pareciera una socialité.

—Vas a coger un resfriado, — la levanté en mis brazos, para separarla del suelo frio.

Ella ya no se resistió, incluso me agarró por el cuello, y de repente me sentí inmensamente feliz. Ella me seguía amando.

— ¿Qué es lo que me querías decir? — preguntó Nice en un tenso susurro.

— Ahora te diré. — Sostenerla en mis brazos, sentir su respiración entrecortada y no besarla, estaba más allá de mis fuerzas.

El beso era ansioso y apresurado, como si temía, que alguien nos atrapara. Luego no pude recuperar el aliento durante un tiempo, pero recordé dolorosamente lo que quería decirle.

— Nice, te quiero y no quiero vivir sin ti. Te compraré un buen apartamento, un auto, la ropa. Nos vamos de viaje a donde tú querías. Te protegeré siempre, no necesitarás nada de qué preocuparte.

Ella me miró sin comprender y luego preguntó:

- ¿Debo seguir trabajando con señor Briso?

- Es un buen especialista y te ayudará en todo con tus prácticas. – dije, sin entender a qué iba eso.

Nice me sonrió con algo de ironía.

—Pero si quieres, puedes no trabajar. Te daré todo, lo que quieres, cariño. – prometí. - Vamos a vernos tan a menudo, como mi trabajo y la vida social me lo permita.

La mano, que me acariciaba la nuca, de repente se colgó sin fuerzas.

— ¿Me estás ofreciendo ser tu amante? ¿Una mantenida? – preguntó ella susurrando, como temiendo pronunciar esa palabra en voz alta.

— Quiero que seas mí amada mujer. Quiero estar contigo…




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