No puedo odiarte.

Capítulo 50. Nice.

- ¡Fran! ¡No puedo hacerlo más! ¡Déjame ir, por el amor de Dios! – supliqué y me moví en mi incómoda silla. - ¡Dame al menos cinco minutos para descansar!

- ¡Queta! ¡No te mueves! - llegó una orden nerviosa desde detrás del caballete. - En media hora se marchará la luz, luego descansarás.

-  Resulta que eres un tirano, tal vez no valió la pena casarme contigo, - me reí.

- ¡Demasiado tarde, mi querida esposa! Ya firmaste el contrato, las fotos ya fueron enviadas a mi abuela, así que no hay vuelta atrás, - dijo mi "esposo" con severidad fingida.

Por extraño que parezca, pero después de casarme con Fran, mis miedos desaparecieron y me calmé. Ni siquiera las náuseas me molestaban. Quizá lo único que me preocupaba un poco, fue el encuentro con la marquesa de la Altavilla, que aun no respondió ni una palabra por nuestro enlace.

Pero Fran me aseguró, diciendo que al igual de su aprobación, me presentará a la sociedad en una fiesta del patrón de la isla y sería sólo una formalidad. En ningún caso no viviríamos en el Palazzo con su abuela. Esto era comprensible, ya que ella sabía sobre el afecto de su nieto por Luigi y nuestro cuento de hadas de que él es mi primo, no funcionará con la vieja marquesa, por lo que Fran iba a alquilar una villa en Positano y no en la isla.

Desde la calle llegó el rugido de un coche que se acercaba. Me volví hacia la ventana.

- ¡No te des la vuelta!

- ¡Es Eva! Ha llegado. ¡Fran, ten piedad! ¡Déjame al menos saludar a mi mejor amiga! – exclamé impaciente.

Reveré asomó la cabeza por detrás del caballete y frunció el ceño con enfado.

- ¡¿Como me las arreglé para contactar a una persona tan poco sería!? Está bien, vete. No tendrá ningún sentido de todos modos. – dijo enfadado y limpió los pinceles con un trapo.

Felizmente salté de mi silla y bajé corriendo las escaleras para encontrarme con mi amiga.

Eva caminó lentamente por el camino de baldosas con figuras. Fran y Luigi por la mañana quitaron la nieve y el hielo por la mañana para que yo pudiera caminar sin temor a resbalar, caer y, Dios no lo quiera, dañar al bebé.

- ¡Hola, Eva! - Besé a mi amigo en la mejilla. - ¿Cómo llegaste tan temprano?

– Quería verte. - Ella se encogió de hombros. - ¿Dónde podemos hablar sin testigos?

-Vamos al comedor, - le dije, un poco sorprendida por el misterio. – Fran todavía está ocupado en su estudio, Luigi esta trabajando y Pasquale ha ido al mercado. Pero, ¿qué pasó?

- Tengo dos noticias para ti, - anunció Eva tan pronto como nos sentamos en las cómodas sillas de mimbre con cojines en una terraza acristalada.

- Incluso tengo miedo de preguntar cuáles son. - Me sonreí, aunque estaba un poco nerviosa.

- Verá, yo misma no entiendo realmente cuales son, buenas o no del todo. - Eva estiró sus largas piernas frente a ella y cerró los ojos. – Ayer George Celan vino a verme en la redacción, - finalmente habló. - Exigió que le dijera dónde encontrarte.

- ¿Y tú?

- Yo lo envié a tomar el viento. - Eva abrió un ojo. - ¿Hice bien?

- Hiciste correcto, - asentí.

Tuve suficiente tiempo para pensar en lo que había sucedido. Al principio solo quería olvidarlo, pero ahora... Ahora cultivé, aprecié y alimenté conscientemente el odio hacia Gor. Lo proclamé culpable de que mi vida cambió tan drásticamente, donde el futuro sonaba muy incierto, de que me quitó la mínima posibilidad de ser feliz, poder amar y confiar en los hombres, de que mi hijo nunca sabrá quién era su verdadero padre.

- ¿Y cuál es la segunda noticia? – pregunté, sacudiendo la cabeza, espantando los recuerdos molestos.

Eva miró pensativa por la ventana, donde unos gorriones jugaban entre las ramas de un arbusto.

- Lo más probable es que cometí un terrible error, porque tengo demasiada imaginación. – dijo por fin ella.

- ¿Qué error? ¿En qué sentido?

- Gor no tuvo nada que ver con lo que te pasó en el metro.

- ¿Cómo lo sabes?

- Me lo dijo él mismo.

- ¿Le creíste? ¡¿Después de todo?! – Exclamé enfadada.

- Sí. Él se asustó mucho, cuando le conté lo que había pasado. No se puede interpretar tan bien la ansiedad y el miedo. – respondió Eva.

- ¡Jajaja! No has visto cómo interpretó el papel de vagabundo. Debería ser un actor, porque seguramente le premiarían con un “Oscar”. - Sonreí amargamente. Estaba indignada, que mi amiga de repente se puso defender a ese canalla.

- Bien. Pero eso no es todo. - Eva tomó su bolso. - Toma, esto es para ti, - puso una tarjeta de presentación sobre la mesa.

Cogí un rectángulo que olía a tinta de imprenta, en el que solo estaban impresos dos números de teléfono.

- ¿Qué es esto? - Miré a mi amiga con desconcierto.

- Celan me lo dio para ti. Me pidió que te dijera que llamaras a uno de los teléfonos indicados. Te estaba buscando. Quería explicarte algo.

- ¿Para qué? ¿Qué novedades me puede contar? Me explicó todo claramente. – Giré la tarjeta de visita entre mis dedos y la puse sobre la mesa al lado de Eva.

- Entiendo que, para saberlo, tienes que llamarle, - comentó razonablemente mi amiga.

- No. Ya me he decidido todo, cuando me casé con Fran. — le espeté.

En ese momento, Reveré apareció en la puerta del comedor, enderezando su pañuelo verde esmeralda mientras caminaba hacia nosotras. Noté que había cambiado sus jeans y su suéter estirado por un traje elegante y parecía un poco inquieto.

- ¡Simplemente genial! – susurró Eva, suavemente sonriendo. - Solo el pañuelo es demasiado brillante. ¿No encuentras?

- Cállate, - susurré. – Si escucha ese comentario, puede ofenderse. ¡Sabes lo sensible que es con la ropa!

- Pues claro, sensible y caprichoso, como todos los genios.

- Ah, y no le pidas que te muestre mi retrato. No muestra obras inacabadas a nadie, lo considera de mal agüero.




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