No puedo odiarte.

Capítulo 52. Berenice.

Cerrando la carpeta con los últimos datos de la posición financiera del holding “Northinvest”, arrugué la frente con disgusto. "Maximo tenía razón. No puedo competir con una empresa tan fuerte y tendré que aceptar su propuesta y destruir solo una parte del holding". - Pensé y presioné el botón del intercomunicador.

- Claudia, ¿me encontraste un hogar, como te pedí? - Le pregunté a mi secretaria.

- Sí, señora Della Altavilla. Encontré una preciosa vivienda para usted. – respondió ella entrando en mi despacho. - Esta es una pequeña casa con jardín a veinte minutos en coche de la capital.

Claudia puso delante de mí unas fotos de la casa.

- Gracias. Miraré luego. Puedes irte a casa.

Cuando la chica me dejó sola, cerré los ojos y me imaginé de nuevo en el país del que hui hace seis años. ¿Extrañé mi patria? Probablemente no. Simplemente no tuve tiempo. Todos los días me reconstruí a mí misma bajo la guía de la difunta marquesa Altavilla, en la actual Berenice Altavilla, una próspera empresaria, la propietaria de hoteles en Capri y la Costa Amalfitana, jefa de una empresa de inversiones. En mí no queda casi nada de la antigua huérfana ingenua Nice Hudson, que fregaba los suelos del hospital para llegar a fin de mes.

Los recuerdos me llevaron al día en que aparecí por primera vez frente a la "terrible" abuela de mi esposo. Fran y yo llegamos a Capri a su Palacio, pero ella ni siquiera nos recibió, sino que envió a un mayordomo, quien nos transmitió el deseo de la Marquesa de hablar primero conmigo en privado. Yo ya estaba nervioso todo el camino, y aquí tenía que quedarme a solas con ella. Agarré la mano de Fran y supliqué:

- No iré sola. Por favor, Fran, no me obligas a hacer esto.

Mi marido hizo todo lo posible para tranquilizarme, diciendo que su abuela, por supuesto, es una persona muy difícil de comunicarse, pero ella no me comerá, y si no me aceptara, no se molestaría en comprarme el título de baronesa. Esa declaración me calmó un poco, pero cuando entré a su despacho, el miedo y el pánico se apoderó de mí.

Los muebles macizos, los sillones y las sillas tapizadas en cuero marrón, los pesados candelabros de cristal encima de una mesa larga, al final de la cual estaba sentada la Marquesa. Todo esto me impresionó y asustó, parecía que estaba en un juicio de inquisición. Me quedé en el umbral en estado de shock, sin poder hacer un paso más. La mujer delgada de cabello gris con un costoso y elegante traje de pantalón se levantó de su silla y se acercó a mí.

– Soy vieja, pero no soy tonta todavía, - dijo ella con una voz firme, que yo no esperaba de una mujer así. – Conozco a mi nieto, no le interesan en absoluto las mujeres. Entonces, ¿por qué te casaste con él?

De miedo y nerviosismo las náuseas me subieron a la garganta, aunque ya varios días me sentía bastante bien, sin molestias. Me tapé la boca con la mano, buscando con los ojos la puerta del baño.

– Segunda puerta a la derecha, – dijo la anciana.

Yo volé por el pasillo, como una bala. El miedo y la vergüenza se apoderaron de mí al mismo tiempo. Estaba dispuesta a morir en el mismo baño, pero no salir de allí, no volver al despacho y no volver a ver a la vieja marquesa. Pero el mayordomo volvió a llamar por mí y no tuve más remedio que seguirlo de nuevo a la maldita habitación.

– ¿Estás embarazada? – Preguntó, más bien afirmó, Annabelle Della Altavilla, tan pronto como yo aparecí ante ella de nuevo.

– Sí, – susurré, porque no tenía sentido de negarlo.

– Sospecho, que mi pervertido nieto no tenga nada que ver con este bebé.

– No, – dije también en voz baja.

– ¿Quién es el padre?

– ¿Puedo no contestar? – me sonrojé.

– Como quieras, – respondió la anciana con tono indiferente. – No me importa. ¿De cuánto tiempo estas?

– Un poco más de dos meses.

- ¿Es la razón de tu decisión de casarte con Fran? – preguntó la mujer mirándome directamente.

- En parte. Necesitaba marchar de mi país y esconderme. – respondí, recuperando la voz.

- ¿Espero que no estas metida en algún problema judicial?

- No, tengo miedo del padre de mi bebé. Fran ofreció matrimonio y yo lo acepté para salvarme. Los intereses que movían a su nieto para hacerlo, mejor preguntar a él. – contesté bastante fuerte.

– Esta bien. No podemos tardar con tu presentación. No necesitamos más rumores. – dijo Annabelle sentándose en la mesa. – Te aceptaré en la familia, pero con una condición.

– ¿Cual? – pregunté, sintiendo que las náuseas volvían a acercarse a mi garganta.

– Vivirás aquí, en Palazzo conmigo y harás todo lo que te diga. Tienes que convertirte en una Altavilla, y los Altavilla no tienen miedo a nadie, ellos destruyen sus enemigos.  – dijo la vieja marquesa y llamó al mayordomo. – Adelchi, acompaña a la baronesa Falcó a sus apartamientos y llama para aquí mi nieto.

Yo no estuve de acuerdo, pero no me atreví a discutir con ella, sobre todo en ese estado en que me encontraba entonces. De aquella no sabía que este Palazzo se convertiría en un verdadero hogar para mí y para mi hija y las palabras de la vieja Marquesa se convertirán en mi lema. Entendí, que quería destruir a George Celan, igual como él destruyó a Nice. Ahora Berenice Della Altavilla, la mujer de un rango más o menos que él quería una venganza.

¡Dios sabe que yo no quería cambiar mi vida! No quería ser en quien me convertí, pero solo dos palabras, dos palabras que Gor no me dijo entonces, mataron a aquella chica llena de amor y en su lugar nació una estatua de hielo. Ahora yo nunca me las diré a ningún hombre.

Toda persona tiene un umbral de dolor. Yo lo sobrepasé tres veces. Primero, cuando él me engañó, luego, cuando me humilló, y al final me mató, cuando vi la portada brillante de la revista de moda, desde donde me miraba un hombre guapo, abrazando tiernamente a una rubia en un vestido. Vestido blanco de novia.




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