No puedo odiarte.

Capítulo 54. Berenice.

Máximo Cardini resultó ser un buen maestro, que cogió las riendas de las manos de difunta marquesa en mi transformación, pero lo más importante, se convirtió en un buen amigo. A decir verdad, yo sentía una especie de simpatía por él, o más bien un apego parecido al amor paternal. Este hombre me recordaba de alguna manera a Annabelle. Él también era fuerte e inflexible, pero increíblemente honesto y justo, a pesar de los rumores.

Gracias a Máximo me convertí en una verdadera jefa al cien por cien. Incluso, me hizo ver que mi juventud y atractivo físico podría funcionar por conseguir lo que quería. Me ayudó a descubrir mi valor, como mujer. Notaba muchas veces que, durante las reuniones, Máximo me miraba con una mirada satisfecha, dándome entender que había logrado un éxito.

Luego, un día nosotros nos quedamos solos en su oficina, él me dijo sonriendo:

– Sabes, ahora entiendo, porque Annabelle te dejó las empresas. ¡Estás lejos de ser estúpida y tienes carácter! Ahora tendrás la fama de ser una perra, pero una perra inteligente y muy hermosa.

– ¡Gracias por notarlo! – sonreí. – Ella lo cultivo en mí. Antes no era así.

– En serio, tienes algo, que al principio yo no entendía, no vi, pero ella te descubrió a primera vista. Annabelle era… – en este momento vi una lágrima en sus ojos.

– ¿Tú la querías como mujer? ¿Verdad?

– Si, pero ella nunca me vio como un hombre. Era demasiado correcta y estaba casada cuando la conocí. El adulterio para ella era un tabú. No me permitió decirle como la amaba.

– Lo siento, – dije y abracé al viejo hombre. – A ti ella no te permitió decir que la querías y a mí nunca me dijo eso aquel, de lo quien esperaba. Parece, que el amor no es nuestro punto fuerte.

En esa noche le conté mi historia y compartí con él mis ganas de vengarme. Sorprendentemente me entendió y prometió su ayuda.

-Para llevar a cabo una venganza perfecta, tienes que saber todo de tu enemigo, sobre todo lo que le hace vulnerable, para dar exactamente allí. – dijo él.

Durante cinco años había estado pensando en castigar a George Celan, pero ahora entendí que debería tener un plan para llevar a cabo este castigo y causarle más dolor. Empecé a recopilar toda la información sobre él, incluso la más insignificante. De toda la investigación entendí, que la única cosa importante en su vida era su empresa. Por salvarla me mató.

 Por eso decidí destruir su empresa, pero no tenía suficientes medios para luchar contra un holding tan potente. Entonces, Máximo me propuso una combinación perfecta.

Tenía que aliarme con Yan Kovalsky, un hombre que odiaba a Celan y “Northinvest”, incluso, más que yo. Máximo se comunicó con él y le ofreció una cooperación, con el fin de destruir a su competidor. Pero antes de aceptar esa colaboración, Yan Kovalsky exigió hablar conmigo personalmente. Por eso tenía que volver a mi patria.

El Mercedes gris iba rápidamente por la carretera nevada, dejando atrás mi vida mesurada y bastante tranquila en Capri, abriendo camino a un futuro desconocido. Yo estaba sentada en el asiento trasero y miraba en silencio por la ventana, más allá de la cual no se veía nada más que oscuridad. Tenía la sensación de que no habían pasado seis años, sino una eternidad.

En realidad, esta oscuridad me asustaba, porque independientemente la asociaba con mis pensamientos de venganza, igual desconocidos e impenetrables. ¿Qué me esperaba en este mundo de odio y venganza? De alguna manera, de repente sentí que no sabía qué hacer y qué decir a Kovalsky, aunque ayer, sentada en la oficina de Máximo, estaba comprobando todos los pasos que iba a dar, todas las escenas y frases. Ahora mi valor parecía haber desaparecido y su lugar lo ocupó el miedo, que golpeaba todo mi cuerpo, pero Berenice Della Altavilla no retrocederá en sus planes.

Me estremecí y me envolví en mi abrigo de piel aún más. Era bueno, que Fran me disuadiera de llevarme a Erica conmigo. Ahora debería estar completamente serena, no debería haber amor en mi corazón, ni siquiera por mi propia niña, porque iba a vengarme de su padre.

Recordé la noche de ayer, que pasé con ella leyendo un cuento de hadas. La amaba con locura, era mi sol, mi alma, mi rayo de luz en la oscuridad de dolor, que me causó su padre, mi isla de paz en el mundo ajetreado de negocios. Estos años estaba muy ocupada, pero siempre encontraba tiempo por las noches para estar con mi hija y acostarla personalmente. Incluso, si tenía que ir a Sicilia por los temas de negocios, la llevaba conmigo. Este viaje era la primera vez, que me separé de ella.

– Ya llegamos, señora Della Altavilla, – el chofer me sacó de mis pensamientos, cuando el coche se paró delante del portal de una urbanización de lujo.

– Gracias, Tomi. Lleva mis cosas a la casa. Mañana te espero a las ocho aquí, – dije y llamé al apartamento de mi amiga.

Al principio pensé en pasar la noche en la casa que me alquiló Claudia, pero en el último momento cambié de opinión. Ante un encuentro difícil con Kovalsky, no quería estar sola, así que decidí visitar a mi amiga a quien no veía desde hacía más de un año.

– ¡Nice! ¡¿Tú?! – gritó Eva, al verme.

– Si, soy yo. ¿Finalmente me dejarás entrar? Por cierto, acabo de bajar del avión ...

Antes de que pudiera terminar, me encontré en los brazos de Eva.

– ¡Por fin vino mi capitalista-extranjera! ¿Por qué no avisaste? ¡Te habría buscado en el aeropuerto!

– Quería darte una sorpresa. – Me sonreí feliz.

– Lo conseguiste. ¡Es una sorpresa! Déjame mirarte, eres mi italiana preferida.

– ¿Bueno cómo? ¿He cambiado?

– Ni siquiera sé qué decir ... – Eva se mordió pensativa el labio inferior. – No, no, te ves, simplemente genial. ¡Una verdadera socialité! Tanto la belleza como el encanto están contigo.

– ¿Entonces no me cambié en este año?

– No, tú te cambiaste antes. Perdiste la ingenuidad, algo infantil en la mirada.




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