No puedo odiarte.

Capítulo 61. Berenice.

Al regresar a casa, Erica fue a su habitación con María a preparar los regalos de fin de año para toda la casa y yo fui al taller de mi esposo. Tenía que hablar con alguien sobre lo que pasó, porque era incapaz de dejar de pensar en ello y debería parar ese tormento. Acercándome a la puerta, escuché:

– Ya no puedo más, Franky. –  era la voz de Luigi. – Primero fue tu abuela, ahora Erica.

– Pero, ¿cómo explicarle todo esto a una niña de cinco años? –  objetó mi marido.

– No lo sé, pero estoy cansado. Estoy cansado de esperar, Fran, estoy cansado de esconderme y mentir. – La voz de Luigi se quebró en un susurro. – No puedo ni besarte, no puedo abrazarte, no puedo nada contigo, ni siquiera estando en la casa, porque Erica puede vernos. ¡No puedo más! Durante diez años, Franky, durante diez años he estado escondiendo mi amor por ti delante de todos, como si fuera algo terrible y vergonzoso.

— ¡No digas eso! —dijo Fran tranquilo, pero yo sentí incertidumbre en su voz.

– Pero ¿cómo? Fran, ¿cómo debo tomar todo esto? Nunca te aceptarás ni a ti mismo, ni a mí, ni nuestro amor.

– Espera un poco, cuando Erica pueda entendernos ...

– No, – le interrumpió Luigi, – me voy a casa, a Milán. Si quieres estar conmigo, tienes que tomar una decisión. No te voy a apresurar, pero no puedo quedarme aquí. Esto está más allá de mis fuerzas.

Escuché los pasos hacia la puerta y por alguna razón me escondí en un nicho detrás de la estatua. ¿Para qué? Yo misma no lo sabía. Estaba en mi casa, lo sabía todo sobre mi marido y su amor por Luigi, pero en ese momento me pareció, que era mejor pasar desapercibida. Esta conversación no estaba dispuesta para los oídos de los demás, incluso para mí.

“¡Dios mío! ¡Resulta que nadie a mí alrededor es feliz!” – pensé y subí a mi habitación. Decidí posponer mi charla con Fran a un momento más adecuado.

A los días siguiente no mencioné nada sobre lo que escuché, pero vi la tensión entre los hombres y justo en la víspera del Año Nuevo, Luigi se fue. Fran se marchitó de inmediato y se encerró en su taller. No le interesaban en absoluto las ideas de Erica de hacer un concierto para la gente que trabajaba en casa, ni el menú, que yo había elegido para la celebración, ni siquiera miró la lista de invitados. Yo vio, que mi esposo estaba muy preocupado por la partida de su amado, pero no quise interferir por ahora. Ya estaba harta de mi propio tormento, para meterme a resolver los problemas de los demás.

 Después de la cena de gala, cuando todos los invitados se habían ido, yo acosté a Erika y nos quedamos solos en el salón. Miré la cara triste de Fran y decidí romper el silencio.

- ¿Qué vas a hacer? – pregunté.

– ¿De qué estás hablando? – Fran levantó la ceja.

– Lo siento, pero otro día accidentalmente escuché tu conversación con Luigi en el taller, – admití.

Fran me miró y de repente se hundió su cara en mi hombro. Sabía, por sus hombros temblorosos, que mi esposo estaba llorando. Lo abracé y esperé, acariciándole la espalda, a que Fran se calmara y finalmente me dijera por qué seguía aquí y no marchó con su amado a Milán.

– Nunca pensé que sería tan difícil, – susurró él con voz tensa.

– ¿Qué, querido?

– Elegir entre la familia y el amor.

– Te equivocas, Fran, no tienes que hacer ninguna elección. – respondí con calma. – Erica y yo seguiremos siendo tu familia para siempre, pero en mi opinión tienes que volar a Milán y salvar tu amor.

– ¿Pero entiendes que no podremos abrirnos? Nadie nos entenderá y menos Erika.

– Sí, sospecho que aquí, en Capri, la gente nunca aceptará tu relación con Luigi. Son muy religiosos, hechos a la antigua y tienen muchos prejuicios. Pero podéis vivir en otro lugar, donde podéis ser aceptados y comprendidos. – respondí. – y yo con Erica iremos a visitaros tan a menudo, como podemos.

– ¿Cómo le explicaras esto? Ella piensa que soy su padre y la verdad podría ser muy traumática para ella. – objetó Fran.

– Sé que la quieres mucho, pero no te preocupes, es una chica muy adulta, más allá de sus años, – sonreí. –  Por ahora le dirás que vas a preparar la exposición en otra ciudad y luego yo le explicaré todo.

- ¿Con quién estará ella mientras trabajas?

- Estaba pensando en liberarme los fines de semanas, de lo contrario qué clase de madre soy, si casi no veo a mi hija. – respondí.

– Eso es correcto, - asintió Fran con la cabeza. - Incluso yo he empezado a culparme, por haberte impuesto una carga insoportable.

– No es culpa tuya, cariño. Lo hice de esta manera, porque quería conseguir más rentabilidad, necesitaba más dinero para mis planes. – dije con tristeza.

- ¿Tú aun no quitaste de la cabeza esa idea loca de destruir a Celan? – exclamó Fran y ajito las manos.

- No, pero… - respondí no muy firme. – Me acosté con él.

- Eso ya lo sabía, él te engañó, dejo embarazada y se casó con la otra. Pero es una estupidez vivir solo para algún día vengarte. Eres una mujer joven, guapa…

- No me entendiste, - lo interrumpí, - Me acosté con él esta Navidad.

- ¿¡Que?!

- Sí. No sé qué locura era esa, pero lo hice, - suspiré.

- Jajaja. Esa locura se llama amor, pasión, atracción. Tú le sigues amando, Nice. – se rio Fran.

- No. Yo no puedo amar a un bastardo, como George Celan. – exclamé. – Eso era solo un momento de debilidad.

- Cariño, deja de mentir a ti misma. Incluso, tus ganas de venganza que habías estado mascando durante mucho tiempo, son producto de frustración, de dolor por no poder estar con quien amas. – dijo Fran.

– Entonces, ¿Por qué aun sigues aquí? Ve a hacer tu maleta, le pediré al chofer que te lleve al puerto. - dije despechada.

No quería escuchar la verdad, no quería aceptar que sentía algo más hacia Gor, aparte de odio. Pero mirando la cara de Fran, entendí que no era una burla.




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