No puedo odiarte.

Capítulo 74. George.

Ayer intenté salvar los trastos. Tuve que llamar a mis socios coreanos, asegurándoles, que esta situación no afectará nuestras inversiones. Ordené a Alex comprar las acciones de Torn, que dijo que estaba muy decepcionado conmigo y preferiría vender sus acciones, mientras no cayeron al suelo. Pero eso tenía un efecto desencadenante, dos accionistas más pusieron sus acciones en el mercado abierto y la cotización cayó un doce por ciento. Fue pánico. Sólo Storn sonrió satisfecho, pero aun mantenía su participación.

Pero por la mañana, me despertó la llamada de mi secretario y me avisó, que los accionistas me estarán esperando en la junta a las doce de la mañana. En este momento vi las fotos y sobre todo el artículo en el periódico de hoy. Rápidamente entendí para me querían ver los viejos.

Eso fue la última gota que colmó el vaso de mi paciencia. Yo arrugué el periódico con rabia. Lo que más temía había sucedido. Los problemas de mi empresa y mi vida personal pasaron a ser propiedad de la prensa. El artículo estaba claramente hecho por encargo, para hundirme aún más. Describía con detalle los problemas, que habían sucedido a “Construcciones North” durante el último año, contaba los pormenores del juicio, insinuó que la razón por la que la compañía, una vez respetada, estaba colapsando era la política irrazonable y destructiva de la administración. O sea, mío.

Yo no iba a dejar esto impune, denunciaría el periódico, a Eva Rodríguez y su redactora, pero por ahora tenía que ocuparme de la zorra, que estaba detrás de todo esto. A esa falsa marquesa no fue suficiente ganar el juicio, arruinar mi negocio, ella quería hundirme como empresario.

Saqué una botella de tequila, que quería regalar a Alex por conseguir mi divorcio. Abrí y estremecí del olor fuerte. Incluso, ayer no bebí, aunque quería, pero hoy…

Me preparé a fondo para mi definitivo encuentro con señora Della Altavilla. Fue fácil encontrar su dirección, ella lo dejo en la audiencia del juez y salió en la sentencia, que mi abogado recogió por la mañana.

Luego encargué una cesta de flores en una floristería. Soborné al mensajero, para que me dejara su ropa con el logotipo de la tienda de flores y fui a la casa de Nice. Un hombre con un traje de repartidor con una enorme cesta de rosas en las manos no despertó sospechas de los guardias, embotados por la holgazanería.

El ascensor me llevó al último piso, el decimoséptimo. "¡Subió alto, Sra. Della Altavilla! No importa, que lo doloroso pudiera ser caer desde tal altura", — me sonreí y toqué el timbre.

Rápidamente me abrió la puerta, aparentemente esperando a alguien, pero definitivamente no a mí. Llevaba un albornoz y el cabello envuelto en una toalla.

— Las flores para la señora Della Altavilla, la gran zorra del mundo. – dije cruzando el umbral y acercándole las flores.

Ella me reconoció, porque vi el susto en sus ojos.  Retrocedió y la cesta cayó al suelo, las rosas se desmoronaron por el pasillo.

- ¿No me invitas a pasar?

— ¡Estás borracho!

— Solo un poco, — sonreí y cerré la puerta. – Una destrucción de carrera de quince años y derrumbe de una empresa es una buena razón para emborracharse. ¿No te parece?

Nice quiso dar la vuelta, pero la agarré por el cinturón del albornoz. Ella intento liberarse y el cinturón se quedó en mis manos.

- ¿Qué quieres de mí? – preguntó y apresuradamente cerró los faldones de su bata.

— Hoy leí un artículo muy entretenido, — dije y doblé amenazadoramente su cinturón por la mitad, - Ya sabes, realmente no me gustó. — Di un paso hacia ella. — ¿Quizás podamos discutir ese artículo? Me gustaría escuchar la opinión del autor.

— No soy yo. – agitó la cabeza y la toalla se cayo a sus pies.  

— ¡Por supuesto, que no! ¡Era tu fiel amiga la que hizo todo lo posible, que este articulo pareciera una horca en mi cuello! ¡Pero tú estabas detrás de todo esto!

— Si, yo quise destruirte, — Nice apartó un mechón húmedo de la cara, — y logré mi objetivo. Pero yo no golpeo al tirado en el suelo. No ordené este artículo.

—¡¿Tirado en el suelo?!

Una rabia feroz e inhumana inundó mi cabeza y solo quería romper, romper en pequeños pedazos esa figura femenina en bata de baño.

— Gor, estás borracho. Vete a casa. Si quieres hablar, hablemos mañana. – dijo ella, seguramente notando mi ira.

— Tengo principios, — no la escuché. — Nunca levanté la mano contra una mujer, pero por ti haré una excepción.

La agarré por la manga de su albornoz, Nice gritó y me empujó con todas sus fuerzas en el pecho. Mientras yo intentaba recuperar el equilibrio, ella se quitó la bata y corrió hacia la puerta abierta más cercana. Todo estaría bien, si en el último momento no hubiera resbalado en el suelo mojado.

— Olvidé, que las serpientes pueden mudar de piel. – gruñí, tirando su albornoz en el suelo.

De un salto superé la distancia que nos separaba, la agarré por el cuello y con mi peso la presioné contra la pared. El aire silbó de sus pulmones, sus ojos maravillosos se quedaron en blanco y su dulce boca se abrió en busca del aire. Solté mi agarre. Nice respiró temblorosamente y tosió.

— No trates de compadecerme. Vine para castigarte y lo haré. – Dije.

Mi mirada se posó en una cosa de decoración en la pared, que contenía las barras horizontales de madera. Rápidamente recogí su cinturón del suelo y até sus manos a la barra mas alta.  Su mejilla, mojada por el pelo, estaba presionada contra la otra barra de madera, los dedos de los pies apenas tocaban el suelo.

Miré mi trabajo con satisfacción. De repente sentí, como una descarga eléctrica de trescientos ochenta voltios de tal deseo y ganas de poseerla se levantó abajo, porque Nice atada y desnuda parecía tan hermosa y tan excitantemente indefensa. Los chorros de agua, que olían a champú, bajaban lentamente de su cabello mojado por su espalda, muslos y piernas. La piel bronceada relucía húmeda. No pude resistirme y enterré mi rostro en su cabello mojado, inhalando su esencia de vainilla.




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