No puedo odiarte.

Capítulo 80. Berenice.

Casi acercándonos a la casa de los padres de Eva, una ambulancia cruzó con mi coche. Parece ser, era una situación más común, pero de repente mi corazón dio un vuelco y se retorció convulsivamente en algún lugar de mi garganta. Era un sentimiento irracional y sin fundamento, pero me asustó y enfrió la sangre… ¡Algo le pasó a mi hija!

Pero traté de controlarme. Pensando que son restos del nerviosismo, que pasé ablando con la madre de Gor. – “Tranquila. Érica está bien. Está muy bien cuidada. Ana, la madre de Eva, no dejaría que le pasara nada malo.” Pero la sensación sofocante y pegajosa del miedo no me abandonó.

Condujimos hasta la casa. Despedí al conductor y entré a la casa. Eva desaliñada y con un aspecto nervioso inmediatamente corrió hacia mí.

- ¿Qué ha pasado? - susurré, dándome cuenta rápidamente de que algo terrible había sucedido.

- ¡Nice, no te preocupes! - Eva se me acercó y tomó mi mano. Tenía los dedos húmedos y fríos.

- Eva, ¿qué pasó? - Estallé en un grito. - ¿Qué pasó con Erica?

- ¿Tú ya sabes? – preguntó ella.

- ¿Qué sé yo? ¡No sé nada! ¡¿Qué le pasa a mi hija?! - Agarré el dobladillo de su camisa. La camisa estaba puesta al revés. - ¿Dónde está Érica?

- No lo sé… - Eva parpadeó confundida.

Estaba dispuesta a matarla por esta desconcertada lentitud.

– No te preocupes. Érika fue secuestrada…

El suelo tembló bajo mis pies y el rostro borroso y asustado de Eva se acercó lentamente. Durante unos segundos, observé atentamente cómo su párpado izquierdo se movía, y luego todo desapareció...

... El olor acre del amoníaco llegó a mis fosas nasales y escuché la voz de la cocinera.

- ¿Necesitamos llamar a otra ambulancia?

- ¡Esperar! —espetó Eva. – Parece, que vuelve en sí.

Abrí mis ojos. Yo estaba tumbada en el sofá, la cocinera, el jardinero y Eva trajinando a mi alrededor impotentes.

- No hay necesidad de ambulancia, estoy bien. - dije, pero estaba lejos de estar bien. "Mi única hija fue secuestrada y estoy acostada en el sofá mirando al techo". - pasó por mi cabeza y cerré los ojos. Un minuto, sólo necesitaba un minuto para reunir coraje.

- ¿Cómo lo sucedió y cuándo? - Pregunté, levantándome del sofá.

- Mamá y Erika salieron a caminar antes de cenar, a las seis de la tarde. Todo era como siempre. - Eva miró nerviosamente a la cocinera sentada a su lado. - ¿La cena para la niña es a las ocho?

- Si, ella cena a las ocho, después la señora Ana la lleva a ducharse. – contestó la mujer.

- Más… ¿Que pasó después?

- Lo que pasó después, sabemos todo por las palabras de mi madre, - suspiró profundamente Eva. - Iban caminando por el sendero que bordea el río. Bueno, ya sabes...

Asentí con la cabeza, porque conocía muy bien ese camino desde su casa hasta el pueblo más cercano. Por un lado, corre un río pequeño, por el otro esta un robledal. Es un lugar tranquilo y pintoresco. A los veraneantes les gustaba caminar por ese camino y, más recientemente, los defensores de un estilo de vida saludable lo han elegido. Yo misma he dado a menudo paseos por allí con Fran y mi hija.

-... Erika iba delante en su bicicleta, que le regaló Fran, y mi madre la seguía. Casi habían llegado al pueblo, cuando mamá escuchó detrás un pisotón. Ella pensó que era un corredor más, los que ahora son muchos, y quiso darse la vuelta, pero no tuvo tiempo. La golpearon en la cabeza con algo y perdió el conocimiento.

Suspiré ruidosamente y me puse tan pálida que Eva temió que iba a desmayarme otra vez.

- ¿Cómo estás? - preguntó con cuidado.

No respondí, solo agité mi mano débilmente.

- Cuando mamá se despertó, Erika no estaba por ningún lado. – dijo Eva.

- ¿Cuánto tiempo tu madre estuvo inconsciente?

- No mucho, cinco o siete minutos. Seguramente la llevaron en coche. – supuso mi amiga.

- ¿Avisasteis la policía? - Pregunté y miré directamente a Eva.

- No. Te llamamos a ti. – Ella sacó un trozo de papel de su bolsillo. - Esto estaba debajo de la bicicleta. Por eso no llamamos a la policía sin tu consentimiento. - Me entregó ese trozo de papel.

"No te atrevas a decírselo a la policía. Luego te llamaremos."

Miré durante mucho tiempo a las líneas impresas, tratando de entender, si esto no era un sueño malo o una broma de mal gusto.

- ¿Qué hay de tu madre? – pregunté.

- El médico dijo que tenía una conmoción cerebral. Quería hospitalizarla, pero ella se negó, te está esperando en su dormitorio. Papá también está allí. Nice, ellos te llamarán, ¿verdad? – preguntó ella esperanzada. - ¿Necesitan un rescate?

No respondí nada y me dirigí a las escaleras para subir al dormitorio de los padres de Eva. Quería nuevamente escuchar lo que sucedió de la señora Rodríguez. Ella estaba acostada en la cama y su marido estaba sentado a su lado.

- ¡Nice, cariño! ¡Qué desgracia! - Ana exclamó al verme. - ¡Perdóname, vieja tonta, lo pasé por alto, no salvé nuestro Sol!

- Cálmate, no llores, - acaricié la cabeza vendada de la mujer. - Sé que todo estará bien y la encontraremos.

- Perdónanos, teníamos tener más cuidado después de lo que pasó contigo, - dijo el señor Rodríguez en voz muy baja.

- No tenéis la culpa de nada. Todo es por mí…

Me pareció que en algún lugar de lo más profundo de mi cerebro se encendió el piloto automático. Era él quien ahora hablaba con mis seres queridos, era él quien tomaba otras decisiones. Y yo misma me escondí en el rincón más alejado de mi conciencia y desde allí, de lado, temblando y aullando salvajemente, observaba lo que sucedía.

- ¿Qué debemos hacer? - susurró Eva. - ¿Quizás tenemos que llamar a la policía?

- ¡No! No vamos a llamar a la policía. Me ocuparé de todo yo misma. – dije decisivamente y le pedí a mi amiga las llaves de su Mazda.

- ¿Vas a verlo? - Preguntó Eva, mirándome directamente a los ojos.




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